Prólogo

625 76 65
                                    


Aunque puede que casi nadie nunca los haya visto juntos, Venezuela y Japón eran muy buenos amigos.

Extraño ¿no? Un organizado y reservado japonés con un desastroso y juguetón venezolano.

Había veces en que Japón visitaba la casa de su amigo sudamericano para comer mangos o mamones si se encontraba en temporada, salían también a visitar las fabulosas playas que su tierra ofrecía y los hermosos ambientes naturales que conservaba. En cambio otras veces solo se quedaba con él en su casa disfrutando de la compañía mutua.

Para Venezuela era lo mismo con Japón. Como forma de desestresarse con todo lo que pasaba en su país y cambiar un poco su pesada rutina, el asiático lo invitaba a pasar un tiempo en sus territorios, cosa que el chocolatero nunca negaba, pues a diferencia de él, Japón ofrecía muchas cosas divertidas y geniales para alguien tan desactualizado como lo es el venezolano.

Disfrutaban mucho de su compañía a pesar de que eran prácticamente como el agua y el aceite.

Pero en el caso de Venezuela, a medida que pasaba el tiempo con él iba también conociendo demasiado bien al asiático, tanto así como para darse cuenta que éste siempre ocultaba algo de sus amigos. Claro que eso lo incluía.

La primera vez que comenzó a sospechar fue cuando ya comenzó a tener más confianza con el asiático y estaba en su casa.

Debido a que a veces Japón entraba a su cuarto para ponerse la ropa de él y así estar más cómodo en sus visitas, el venezolano no vio ningún impedimento de por qué no podía hacer lo mismo. Incluso a veces el japonés se las llevaba para su casa. Ya le había quitado 4 suéteres hecho el loco. Así que, mientras el asiático estaba ocupado hablando con Alemania en su terraza, decidió irse a aventurar a ese cuarto que por ahora nunca había puesto un pie, cosa que en ese momento cambiaría.

Pensó varias cosas que podía encontrar en un cuarto de alguien tan modesto como Japón, desde fetiches raros con objetos de sadomasoquismo a colecciones de armas como la que tenía Rusia.

Abrió emocionado la puerta de la habitación encontrándose con... Nada.

Jamás se había sentido tan decepcionado de un momento para otro.

No sabía muy bien el por qué, pero creía que debido a la actitud de Japón iba a ocultar algo más emocionante en su cuarto que nada más que: una bonita cama, una pantalla plana de último modelo, un escritorio con una computadora encima (súper moderna, su Canaima quedaría pendejo al verla), un baño y un closet.

No pudo evitar soltar un suspiro de decepción, así que sin más se dirigió hacia el closet para expropiarle alguna que otra camisa bonita que podría tener... De la misma forma que lo hizo él. Venezuela no se consideraba una persona rencorosa. Para nada.

Sin darle muchas vueltas al asunto, comenzó a revisar entre sus ropas fijándose bien en si le gustaba alguna o no.

―Pasable pero meh... Quizás... No se compara como mi camisa favorita que me quitó la vez pasada el trimardito... No sé taka taka...―murmuraba el venezolano revisando de manera rápida y continua la ropa del asiático.

Ya al terminar de ver las camisas que estaban a primera vista, decidió ahora meter más el brazo para poder llegar hasta las que estaban en el fondo, haciendo que sintiera algo extraño con los dedos.

Parecía ser una especie de manija.

Apartó un poco la ropa sin desordenarla y ahí la vio. Muy dentro del closet parecía haber una puerta muy bien camuflada.

Eso lo emocionó.

Estuvo a punto de abrirla pero de pronto... Sintió que alguien tocaba su hombro. Venezuela soltó un grito y como medio de defensa lanzó un codazo a la persona que lo sorprendió y que también había chillado fuertemente.

i don't give a fuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora