(1)

3 0 0
                                    

28 de Agosto de 1939.

Finalmente, el coche se detuvo. Sarah abrió los ojos, parpadeó y levantó la vista desde debajo del salpicadero, donde se habia escondido. Su madre se había desplomado en el asiento del conductor y apoyaba la cabeza sobre el volante. Miraba a través de los radios hacia donde Sarah estaba agachada. Los
ojos de su madre eran casi iguales que los suyos: amplios y bonitos. Tenía las pupilas tan grandes que Sarah casi se había visto reflejada en ellas en alguna ocasión. Pero en ese momento estaban apagadas. Su madre ya no estaba allí.
Sarah estiró la mano hacia ella, pero le goteó algo caliente y la retiró. Tenía la palma roja y los dedos blancos.
«Lauf, dumme Schlampe!»
Sarah oía esas palabras en su mente a pesar de que los labios de su madre no se movían. Tenía la nariz tapada y le dolian los ojos. El dolor desorientaba sus pensamientos como una espes niebla. Volvió a oírlo: «Lauf! Corre!». Volvió a mirar la cara de su madre en el momento en que su frente resbalaba
por el volante. Sus ojos, aún abiertos, miraban el suelo. «Lauf! Corre!»
Sarah se dio cuenta de que era su propia voz.
Movió la manecilla, pero la puerta no se abrió. Lo intentó de nuevo.
Se abrió ligeramente, pero pesaba mucho, como si estuviera en una cuesta. La mano resbalaba debido a la sangre, por lo que se la limpió en el abrigo y probó de nuevo.
Se ayudó con el hombro y al abrirla la fría luz de la tarde inundó el automóvil. Se incorporó y salió. El Mercedes se había parado en una zanja, con el morro empotrado en la verja de
un almacén.
Miró hacia el interior y vio lo que había hecho la bala en la nuca de su madre. Cerró la puerta y reprimió las náuseas, pero no sintió nada más. Todavía no.
El corazón le latía con fuerza, lo notaba en las orejas, y sintió el aire frío en la nariz. Le ardía el cuello. A su espalda
los soldados del control estaban rodeando el lugar al que su
madre y ella habían huido a toda velocidad antes del disparo.
Oyó voces, gritos, pies que corrían en el asfalto. Unos perros empezaron a ladrar. Se acercaban. «Hacia dónde voy? ;Qué hago ahora?»
«Lauf.»
Se abalanzó sobre el caliente capó y se deslizó por él hacia el agujero que había abierto el coche en la verja del almacén.
Los cristales del destrozado parabrisas le cortaban las manos y las rodillas. Se metió en unos arbustos y se abrió camino a gatas sin preocuparse por las astillas, las espinas o los trozos de cristal.
«No mires atrás. Sigue hacia delante. No pienses en el dolor en las manos y las rodillas. Lauf.»
Cuando atravesó la verja dejó que la voz se descontrolara en su cabeza.
Era su voz? La de su madre? Daba igual.
«Ahora ponte de pie. Así. Lauf. Lauf.»
Fue a toda velocidad hacia el callejón que había entre dos antiguos edificios y pisó el barro depositado por los desbordados desagües. Levantó la vista y vio los oxidados canalones en el borde de los tejados y las hojas que atascaban los sumideros.
Estaban a dos metros de altura. Demasiado alto. Demasiado inestable. El claustrofóbico corredor se perdía en la distancia y
perros se acercaban.
«Sube ahí, dumnme Schlampe (zorra estúpida).»


Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 21, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Huérfana, Mounstro, EspíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora