Reminiscencia

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Fue la melodía suave y melancólica la que logró sacar a Candy del ensimismamiento en el que había estado sumergida la última media hora. Levantó el rostro y sus ojos, incapaces de dejar de lado aquella tristeza, recorrieron atentamente la habitación, grabándola en su memoria.


Resopló y sus dedos se aferraron al vestido verde y asimétrico que había comprado exclusivamente para esa noche, no era un disfraz como lo estipulaba la invitación, pero no importaba. Lo había encontrado en una tienda de la calle Magnificent Mile[1] era tipo halter y más largo de la espalda, la suave tela llegaba hasta sus tobillos y por delante a sus rodillas, tenía la espalda descubierta, dejando ver su piel salpicada por perennes pecas beige.


Sacó de su joyero el anillo que tenía una esmeralda que había heredado de su abuela y el relicario que le había regalado su madre cuando cumplió 18 años.


Ató su cabello en un peinado con moño, como de bailarina y se maquilló los ojos y los labios con tonos vivos y brillantes.


Tom tocó a la puerta a las 10:00 pm., antes de cualquier otra cosa, el castaño recogió un mechón ondulado y rubio que se había escapado y le tapaba el rostro. Él no era afecto a ese tipo de contacto o, al menos, nunca lo había sido con ella hasta ese momento, por lo que se preguntó si acaso su amigo sospechaba y por ello se animaba a realizar acciones como ésa.


―Hola, Candy ―saludó en un susurro que apenas y logró escucharse por el barullo al otro lado del pasillo, donde los huéspedes del hotel Split Rock Lighthouse se preparaban para la fiesta. Candy tragó saliva y, al mirarle, descubrió una fugaz preocupación reflejada en los ojos de su amigo. Y aquello la obligó a enderezar la espalda y levantar el rostro, encarándolo con seguridad.


―Hola, Tom. Siempre puntual.


En el trayecto al salón, ella dejo que Tom se explayara sobre todas las actividades que podrían hacer al día siguiente. Candy suspiró, era el quinto año que hacían la fiesta en aquella parte del país. Había asistido los cinco años y no podría faltar a esta. Antes de entrar al salón se miró una última vez en el vidrio de la puerta. Se veía hermosa, muy hermosa. Su vestido bailaba con sus pasos y estaba segura que se vería mucho mejor cuando fuera al acantilado del faro Split Rock[2].


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Terry levantó el rostro hacía el cielo, observando por primera vez en mucho tiempo, la oscura noche. Entrecerró sus ojos, preguntándose por enésima vez por qué el destino se empeñaba en burlarse de él de esa manera tan sádica. Aunque, tal vez, aquello era un castigo, el tormento que se merecía por todos y cada uno de sus pecados. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro al pensar que, si existía alguien encargado de castigar a los seres como él, seguramente lo estaba ignorando intencionalmente, porque sabía que una condena sería la mejor forma de aliviar su conciencia. Y él estaba seguro de que, eso era algo que no se merecía.


Suspiró disfrutando el aire limpio del bosque. ¿Se encontraría con una chica de nombre bonito? Tres días atrás, en Montana, se topó con Summer. Cabello castaño cenizo y grandes ojos azules. Su piel aperlada lo inundó con deseos de follársela, pero ella no hacía más que hablar y hablar y, él solo podría pensar en ella desbordándose entre sus manos. Generalmente no disfrutaba de usar ninguna clase de objeto porque todo podía ensuciarse, pero la idea del rojo y el blanco mezclándose fueron más fuertes y no pudo evitarlo. Summer tenía un bonito nombre, ella era bonita. Fue una pena. Debió habérsela follado antes.

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