Dos: Primer día.

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Ella

Largo día en Bariloche. Habían llegado bien temprano en la mañana y habían querido aprovechar el día por completo. Les habían contado que compartirían el hotel con un colegio (también bonaerense) pero, al opuesto de ustedes, sólo de varones. Esa realidad no te provocaba absolutamente ninguna emoción particular, no habías ido a tu viaje de egresados para encontrar novio ni mucho menos una diversión del momento, vos no querías eso. Además, contabas con la certeza de que para cualquiera que te conociera vos serías el bicho raro.
Caminaste pausada hacia tu habitación, mientras todas corrían desesperadas para poder estar arregladas antes que los chicos llegaran de su excursión (ellos habían llegado pasado el medio día y tal como ustedes no quisieron desaprovechar ni un minuto). Ni siquiera te molestaste por pelear para bañarte antes que el resto, a vos te sobraba el tiempo, pasarías largas horas sola en el hotel mientras ellas se descaderaban (y otras cosas más) en el boliche seleccionado para esa primera noche.

-¿Estás segura Lali? –te preguntó por enésima vez Candela (tu mejor amiga) que terminaba de hacer unos retoques en su cabello. Vos sonreíste desde tu cama, donde terminabas de cambiarte (te habías bañado última). Optaste por ropa cómoda, en un principio habías preferido quedarte en tu habitación chateando con alguna amiga que estuviera en Bs. As. (Eran vacaciones de invierno y al momento de partir no te habían asegurado si se quedarían en casa o saldrían con la familia) pero al final tu libro (fiel y eterno) de “Romeo y Julieta” te había ganado (romántica hasta la médula y por supuesto, débil ante Romeo), además tu coordinador te había comentado que podías estar tranquila en los sillones de la recepción, incluso podías pedir algo en el bar ya que siempre había alguien.

-Segura Can… andá tranquila… ya hablamos de esto, lo decidimos hace mucho ¿o no?.. –la tranquilizaste y ella bajó su cabeza rendida luego de asentir. Posterior a eso te abrazó con fuerzas, vos reíste para se diera cuenta que todo estaba bien, que te habías resignado desde hacía mucho tiempo y que era así como vos elegía vivir tus… limitaciones, ceñiste tus ojos con fuerza, no querías verlo de esa manera, vos no eras alguien limitada.

Las acompañaste hasta el primer piso, donde servirían la cena. El bullicio del interior podía escucharse desde el tercer piso, pero sólo bastó que el brillo que emanaba siempre una mujer hiciera acto de presencia para que todo se silenciara y así dar inicio a una serie de comentarios halagadores (y zarpados de algunos pelotudos, también) acompañados de silbidos. A tu lado, Candela y Eugenia sonrieron, vos reíste y abrazaste tu libro con mayor fuerza sobre tu pecho. Sabías que ninguna mirada se posaba sobre vos y de cierta forma eso te tranquilizaba. Avanzaste hasta tu mesa con la cabeza gacha, sintiendo de repente que te faltaba el aire, estaba muy agitada y los sonidos se hacían lejanos. Cerraste tus ojos y presionaste tus párpados con fuerza. Todo está bien, no va a pasar nada… murmuraste interiormente y suspiraste tranquila cuando tu amiga te abrazaba de costado ajena (o al menos eso creías) a lo que te pasaba. El resto de la cena transcurrió en paz y la comodidad que de a poco ganaste te relajó, sabías que era así, siempre lo había sido, pero durante el mal trago inicial solías olvidar lo que venía después. Observaste a tus amigas, riendo y comentando sobre algunos chicos, y también le dedicaste un poco de atención al resto de las mesas. Parecían gente muy buena, los varones bromeaban entre ellos y se carcajeaban cada vez que alguno hacía algún comentario en voz alta sobre las chicas, sonreíste al notar que no lo hacían para burlarse, sino que de verdad tenían ganas de pasarlo bien, se divertían junto a ellas. Suspiraste y por primera vez sentiste que todo saldría bien.

Él

Estabas algo ansioso, debías admitir, pero no estabas del todo seguro si tu ansiedad se relacionaba con la salida de esa noche. Lo habías pasado genial durante la excursión y mientras te preparabas conservabas tu alegría y emoción, pero de un momento a otro todo aquello había desaparecido. No tenías ganas de salir y mucho menos de permanecer despierto hasta quien sabe que hora. No habías dormido casi nada durante el viaje, y las horas sin sueño comenzaban a pasar factura. Aún así intentaste ponerte las pilas y el escuchar doce millones de veces a Agustín decir “¡la primer joda de nuestro viaje de egresados!” en medio de saltos y gritos de emoción te animó.

Mientras estabas en la recepción esperando para salir viste que no eras el único cansado. Una chica, rodeada por otras dos, saludaba a sus amigas (supusiste) y les deseaba suerte, ellas no parecían muy convencidas pero aún así abandonaron el lugar. La chica petiza (muy petiza) se sentó en uno de los sillones del lugar, enroscó sus piernas en forma de indio (viéndose así aún más pequeña) y desplegó un libro de tapa dura. No supiste por qué, pero te causo mucha ternura e incluso llegaste a sonreír con dulzura, antes que tus amigos te empujaran saltando y gritando.

No había palabras para describir la locura que tomó lugar en el cuerpo de Agus al cruzar la puerta del boliche. La realidad es que estaba bueno, la música genial y las luces ni hablar, aunque de entrada un poco te incomodó, clásico, siempre pasa. Tanto mujeres como varones bailaban completamente divertidos, lo estabas pasando bien pero la sensación de que no debías estar en ese lugar no te abandonaba.
Una chica se acercó a tu lado y le sonreíste por pura cortesía. Viste como Nicolás te guiñaba un ojo y desde atrás recibiste un empujón, provocando que tu cuerpo impactara con las curvas de la rubia que te miraba provocativamente. Te separaste un poco y sujetaste sus manos para comenzar a bailar.
Sentías cada golpe de música sobre tus pies y el conocido flash (‘nueva’ innovación de los últimos años infaltable en las fiestas) era un eco de los sonidos, que de un momento a otro se volvieron casi simultáneos, un prende y apaga febril. Te descubriste (o lo harías varios minutos después) bailando ajeno a lo que tu propio cuerpo experimentaba, un ente que se movía porque sí, porque definitivamente tu cerebro no lograba controlar aquello, ocupándose en algo más. De repente te atacó una extraña sensación de comodidad, sentías como si todo a tu alrededor hubiera desaparecido, sentías la música, claro, pero la imagen que veías no era la de antes, tu imaginación (o algo así) creaba otra, mejor, más agradable, aunque nunca hubieras considerado la nada misma como algo más agradable. Quizás podías compararlo con la sensación de estar en un sueño, sí, justamente eso, sentías como si estuvieras en tu cama, en un estado de semi-inconciencia, y eras partícipe de tu propio sueño, lo veías y vivías. Pero eso no era un sueño, era una pesadilla. Los sutiles rasgos que alcanzabas a ver se difuminaban, te dormías, claro eso, te dormías. Todo negro y te sobresaltas.

-¿Estás bien? –te preguntó la chica con la que bailabas y fue cuando notaste que tus manos presionaban con fuerza las suyas por el susto, era tu sostén, un manotazo de ahogado. -¡Ey! –volvió a llamarte pero el tiempo no era el mismo, todo a tu alrededor continuaba con naturalidad y vos eras completamente ajeno, su voz y todo se vuelve lejano.

Mi única curaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora