ÉGOGLA VIII

1 0 0
                                    


Esta égloga tiene dos partes: en la primera, el pastor Damón canta las quejas de un amante de Nise, sacrificado a su rival Mopso; en la segunda, Alfesibeo declara los encantamientos de una hechicera para ganar la voluntad de Dafnis, y de esta segunda toma nombre la composición.

LA HECHICERA (Damón. Alfesibeo)

Voy a decir los cantares con que luchaban los pastores Damón y Alfesibeo, que olvidada de pastar, escuchaba la novilla embelesada; suspensos quedaban también los linces al oírlos y los ríos enfrenaban su desviada corriente. Voy a decir los versos de Damón y Alfesibeo.
¡Oh tú, que vas trasmontando ahora las peñas del gran Timavo o sigues la playa del mar de Iliria!, ¿cuándo llegará para mí el día en que pueda cantar tus altos hechos? ¡Cuándo me llegará el día en que pueda llevar por todo el orbe tus versos, únicos dignos del coturno de Sófocles? Tú diste principio, da hoy término a mis cantos; acepta éstos, que he escrito compelido por ti, y permite a esta hiedra que circunde tus sienes entre victoriosos lauros.
Apenas se había alejado del cielo la fría sombra de la noche, a la hora en que es gratísimo al rebaño el rocío de la blanda hierba, así empezó a cantar Damón, apoyado de pechos en su cayado de olivo:
DAMÓN
Ven, lucero de la mañana, precursor del almo día, mientras yo me lamento, burlado por la perfidia de mi prometida Nise, y aunque nada me ha aprovechado tomar a los dioses por testigos de mi desgracia, a ellos levanto mi voz moribunda en osta hora postrera.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
El Ménalo tiene un bosque sonoro y gárrulos pinos; siempre está oyendo amorosas quejas de los pastores y al dios Pan, el primero que no consintió permaneciesen ociosos los caramillos.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
A Mopso se da Nise; ¿qué no hemos de esperar los amantes? Los grifos se ayuntarán con las yeguas y pronto las tímidas corzas acudirán a abrevarse juntas con los perros. Corta, Mopso, nuevas teas; la mujer te llevan a casa. Esparce nueces, marido. para ti deja Héspero el Oeta.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
¡0h esposa digna de tal marido! Tú, que a todos nos desdeñas, que aborreces mi caramillo y mis cabras, y mi cerdoso sobrecejo, y mi larga barba, y crees que no hay un dios que se cuida de las cosas mortales.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
Te vi, cuando eras niña, que ibas con tu madre por mis huertos, cogiendo manzanas cubiertas de rocío. Yo era vuestro guía; entraba entonces en los doce años y ya podía alcanzar desde el suelo a los frágiles ramos. Te vi y empecé a morir. ¡Qué funesto delirio se apoderó de mi!
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
Ahora conozco al amor. Nació este niño entre duras peñas, en las regiones del Ísmaro o entre los remotos Garamantas; nada tiene de nuestro linaje ni de nuestra sangre.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
El cruel Amor enseñó a una madre a mancharse las manos con sangre de sus hijos. Cruel fuiste tú también, ¡oh madre!, pero ¿fue más cruel la madre que malvado el niño? Malvado fue el niño, mas tú también, ¡oh madre!, fuiste cruel.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
Huya ahora el lobo de la oveja, produzcan doradas pomas las duras encinas, florezca en los olmos el narciso, destile la corteza de los tamariscos espeso ámbar, desafíen a cantar las lechuzas a los cisnes, sea Títiro un Orfeo en las selvas, un Arión entre los delfines.
Entona conmigo, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
Tórnese mar ahora toda la tierra. Selvas, adiós para siempre. Desde la cima de un alto monte voy a precipitarme en las olas; recibe este postrer tributo de un moribundo.
Deja, deja ya de entonar, zampoña mía, versos dignos del Ménalo.
Esto canto Damón; decid vosotras, ¡oh Piérides!, lo que respondió Alfesibeo. No todos lo podemos todo.
ALFESIBEO
Trae agua y ciñe estas aras con flexibles vendas; quema pingües verbenas e inciensos machos; que quiero ver de sanar con mágicos conjuros la locura de mi amante. Dispuesto está todo, y solo falta el ensalmo.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Poderosos son los conjuros a atraer del cielo la luna; con ellos transformó Circe a los compañeros de Ulises; con ellos se parte en los prados la fría culebra.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Ciño lo primero esta tu imagen con tres lienzos de tres colores, dándoles tres vueltas, y tres veces la llevo en torno de los altares; el número impar es grato al numen.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Ata, Amarilis, con tres nudos estos lienzos de tres colores; átalos pronto, Amarilis, y di: "Atando estoy los lazos de Venus."
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Así como un mismo fuego endurece este barro y derrite esta cera, así con mi amor suceda a Dafnis. Desparrama la salsa mola y quema con betún esos frágiles laureles. Funesto Dafnis me abrasa de amor, y yo abraso a Dafnis en este laurel.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Cual novilla rendida de buscar al toro por los bosques y los altos montes se deja caer sobre las verdes juncias a la margen de un río y no se acuerda de volverse aun ya muy entrada la noche, tal este Dafnis de amor por mí, sin que yo me cure de aliviarle.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Estos despojos me dejó el pérfido en otro tiempo, caras prendas de su amor, y yo ahora te las entrego, ¡oh tierra!, en este mismo dintel; estas prendas están obligadas a devolverme mi Dafnis.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
El mismo Meris me dio estas hierbas y estos venenos cogidos en el Ponto, donde nacen en grandísima abundancia. Muchas veces con ellos he visto a Meris convertirse en lobo y vagar por las selvas; muchas veces le he visto sacar los espíritus de los hondos sepulcros y trasladar de una parte a otra los sembrados.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Saca esas cenizas, Amarilis, y arrójalas al arroyo por encima de tu cabeza, sin mirar atrás. Con este ensalmo veré de vencer a Dafnis; pero él no hace caso ni de los dioses ni de los ensalmos.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
¡Mira, mientras me tardo en sacarla, de suyo la ceniza ha rodeado el ara con trémulas llamas! ¡Ojalá sea para bien! No sé que será, pero Hílax está ladrando a la puerta. ¿Podré creerlo? ¡O será que los amantes se fingen sueños a su antojo?
Basta, que ya vuelve Dafnis de la ciudad; basta ya, conjuros míos.

Eneida, Bucólicas y GeórgicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora