La cita

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Estaba sentado a la mesa de la esquina, junto a la máquina de tabaco. La cafetería estaba vacía. Solo el camarero, él, y una dulce música de fondo. Tenía la cabeza apoyada en su mano izquierda, el flequillo le cubría la mano, dejando entrever sus largos y finos dedos, y el anillo que su novia le había regalado hacía un par de días. Le estaba un poco grande, pero quiso ponérselo el mismo día que se lo regaló para su cumpleaños.

Estaba totalmente absorto en la lectura de su libro.Mientras esperaba a que Mariela  acudiera a la cita, había aprovechado para avanzar en la historia que lo tenía tan ensimismado desde que la empezó.

Miró la hora. No sabía cuánto tiempo había pasado realmente, pero tuvo la sensación de que ya llevaba demasiado rato esperando. Empezó a pensar que había equivocado el lugar de la cita, no sería la primera vez que le ocurría. La llamó al móvil,pero le saltó el contestador sin recibir respuesta. Volvió a sumirse en la interesante lectura.

A los pocos minutos alguien entró. Un hombre y una mujer se acercaron a la barra y le pidieron sus consumiciones al camarero. Se sentaron en el otro rincón, a su espalda. No les prestó mucha atención, miró el reloj, dio un sorbo de café, y volvió a sujetarse la cabeza entre los dedos. Sumido en su lectura,la espera pasaba desapercibida.

La pareja parecía estar enamorada. Entre la cálida música de fondo, se mezclaban suaves susurros, acompañados del chispeante sonido de los besos.

Sin levantar la mirada del texto, aquellas significantes muestras de cariño le hicieron pensar en su novia. Hacía mucho tiempo que no se escondían en el rincón más oculto de una cafetería para darse tiernos arrumacos. De hecho hacía mucho tiempo que no se acariciaban como dos jóvenes enamorados. Quizás porque ya no se sentían tan jóvenes, pero él si que se sentía enamorado y pensaba que ella también, y si no, ¿por qué le había regalado aquel anillo? Sabía que significaba mucho para él. Él le regaló uno el año pasado, para el día de los enamorados, un anillo precioso que todavía estaba pagando.Era una forma de consolidar su relación. Él se sentía realmente orgulloso de mostrar su anillo, su alianza, y le molestaba que ella se quitara la suya cuando no le iba con la ropa que llevaba ese día.

Se conocían desde los 22 años, y ya llevaban 5 de noviazgo. Cuando se conocieron, ella acababa de terminar una relación de 2 años, de cuyo desenlace nunca quiso dar ninguna explicación, aunque él tampoco había tenido mucho interés en averiguarlo. Prefería pensar que su vida había empezado cuando se conocieron. No quería que hubiera huellas del pasado en su bella historia de amor.

Las relaciones de Sandro nunca habían durado más de un par de meses, y aunque había conocido muchas mujeres, ninguna había dejado una huella tan grande en su corazón como la que había conseguido Mariela, y estaba convencido de que había calado tan hondo porque jamás se tendría que borrar.

Los primeros años de convivencia fueron un poco duros, la adaptación a una vida en común requiere su tiempo. Ella siempre se quejaba de falta de espacio y de vida propia, y él quería estar a todas horas a su lado. Quería compartir cada momento, cada recuerdo, cada día que pasaba. Como si todas esas sensaciones que acababa de descubrir, y que no había logrado sentir en tantos años, las quisiera disfrutar todas juntas, a cada minuto.

Con el tiempo empezó a entender sus inquietudes, a admitir sus preferencias, a tolerar su espacio, lo que hizo romper un poco la magia que les envolvía cuando estaban juntos. Pero a él le sobraba con saber que estaba con ella, quizás no de la forma tan intensa que le gustaría, pero era su chica, y algún día, sería la madre de sus hijos. Si bien este tema también era motivo de continúas discrepancias. Sabía que eran muy jóvenes, que ser padres es una tarea demasiado complicada como para aventurarse sin estar realmente preparado. Pero este hecho era algo que a ella no se le pasaba por la cabeza.

En el otro rincónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora