Suena la canción "Contar contigo" y me sube la locura con su ejército de hormigas por las rodillas, los nervios por los muslos, con las primeras notas, se me espabilan y me vienen a la cabeza las ovejas negras de mi memoria y los insectos que las rondan. Ahora también noto que me van a seguir toda la vida y que se comerán la costra de mis heridas. Son el tiempo y su pérdida. El tiempo y su pérdida. Me veo girando un reloj de arena, una y otra vez, observándolo durante años, grano tras grano, queriendo que pare pero volviendo a darle la vuelta una y otra vez sin sacar nada en claro, nada más que prisa por que caigan las gotas de arena. Mientras tanto pasa que el tiempo mientras tanto se ocupa en pasar, y pasa de todo y pasa de largo. Y el tiempo pasa. Y pasa.
Ya ha venido mi locura, llega temprano esta mañana contra todo pronóstico. Dieciocho segundos ha tardado en entrar silenciosa por el salón, pasa dentro como si nada, como si mi tiempo no contara y toma asiento. La música, siempre toda gorda en su falta de cordura, me señala que vaya a su lado. Yo me siento con las ganas suicidas del que sabe que se equivoca, pero lo disfruta. Sus instrucciones son: "Que no sea todo mentira, o en su defecto, que no lo parezca". Sé que quiere que escriba y no me ha dejado más alternativa que crear una ocasión como ésta en la que la rutina improvisa, en la que música me abre de piernas... y entonces pasa que el tiempo se para. Me germina y me deja a medias de una idea que no sé aún por dónde va a salir. Reconozco que es mi culpa, yo la provoco con la raíz de una canción. A lo mejor es una nota o una palabra, pero escucho un poco la canción y entonces sí, quedo en tablas con el reloj.
Escribe y germina canciones como sueros para mantenernos con vida.
Solo nos queda la locura de escribir a escondidas de la rutina.
Y entonces pasa que el tiempo se para.