Castes.

27 2 0
                                    

Tenía mucho miedo. No sabía por qué el agua había cambiado de color ni por qué la herida de Mirko había desaparecido. Primero las plantas crecen cuando toco el suelo o un árbol y, ahora, el agua. Estaba realmente asustada, pero no me atrevía a contárselo a Mirko. No quería mostrar debilidad delante suya, sino me tomaría por una persona cobarde, que no es capaz de enfrentarse a sus mayores temores.

No paramos de andar en busca de algún árbol frutal. Nos moríamos de hambre, no obstante, Mirko vio unas luces al final del camino, como si fuera una aldea, así que fuimos para allá sin pensarlo dos veces.

Nos encontrábamos como en la plaza principa. Estaba llena de gente, de puestos de comida, de colores y olores. Apenas podíamos caminar entre la gente. Nos cogimos de la mano y nos acercamos a uno de los puestos.

- Buenas, jóvenes. – Saludó un hombre barbudo y grandote detrás del mostrador. - ¿Qué queríais? – Preguntó.

- Eh... - Pensábamos mientras mirábamos todo lo que tenía ahí expuesto. - ¿Qué es esto? – Señaló Mirko.

- ¡Oh! Eso está realmente delicioso. – Sonrió el hombre. – Es una torta de arándanos con un sirope de píñalo. – Describió.

- No sé qué es el píñalo, pero tiene que estar bueno. – Se relamía.

- ¿Y tú, nena? – Me miró.

- Mmm... - Pensé. - ¿Esto qué es? – Señalé un trozo como de tarta.

- Eso es una tartaleta de plátano. – Dijo el hombre. - ¿Quieres? – Volvió a mirarme. Yo asentí. – Bien, pues son 4 odiolas. – Nos miró a ambos.

Mirko y yo nos miramos y le explicamos que no sabíamos que eran las odiolas, suponíamos que era dinero y que, al no tener nada, le podíamos pagar de otra manera. Él nos preguntó cómo, pero tampoco supimos responderle. Aunque Mirko empezó a decirle que teníamos muchísima hambre, que no habíamos comido nada desde la noche anterior. Al hombre le daba bastante igual, él quería sus odiolas. Por suerte, un chico pasaba por allí y nos ayudó, nos pagó la comida.

Tras aquella situación tan vergonzante, el chico que nos ayudó con las odiolas nos pidió que le acompañáramos a la taberna en la que trabajaba. Nos invitó a tomar algo mientras nosotros le contábamos todo: de dónde veníamos, cómo nos conocimos, por qué hemos llegado hasta allí, qué es un come-alma... Él se quedó boquiabierto ante esto último. Nos cogió del brazo a cada uno y nos metió en la trastienda. Se le veía aterrado. Hablaba bajo y miraba a todos lados por si alguien le escuchaba. No se creía que los come-almas estuvieran todavía por ahí danzando.

- Pero ¿de verdad siguen con vida? – Volvió a preguntar.

- Sí. Dos veces nos los hemos cruzado. – Respondió Mirko.

- Y las que quedarán entonces... - Se llevó una mano a la nuca.

No tardó mucho en darse cuenta de que no se había presentado. Ni él ni el lugar dónde estábamos. Se llamaba Bruno y estábamos en Castes, una pequeña aldea al norte de Migdagon, en la cual sólo vivían magos y brujas. Mirko empezó a sonreír y a ponerse nervioso. Le fascinaba la magia, aunque siendo un hombre lobo lo podía entender perfectamente.

Bruno nos contó que Castes estaba totalmente aislada del resto de Migdagon, por eso no tenía ni idea de los come-almas. Además de que las odiolas eran las monedas de Castes. En ningún otro lado las usaban. Era como que estaban independizados.

Poco más estuvimos en la taberna, cuando Bruno decidió enseñarnos Castes. Se le veía ilusionado y, no sólo a él, también a Mirko. Todo era precioso, la gente súper agradable y simpática. No nos conocían y nos les importaba lanzarnos una sonrisa de oreja a oreja.

OlyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora