Prólogo

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ADVERTENCIA:
El siguiente contenido, y lo que vendrá de la historia, está catalogado como GORE, por lo que habrán varias explicaciones explícitas y sangrientas en algunas escenas. Por favor, ser precavidos.

Un viaje, una nueva vida, y una señal. Tantas cosas que implica mudarse y viajar... No tiene comparación alguna con una simple visita. Muchas personas estarán viajando ahora mismo, y nosotros, no seremos la excepción.

La vida que vivíamos era comúnmente normal, todo iba bien. Yo, trabaja en una pequeña empresa tecnológica, básicamente sólo tenía que hacer relojes digitales, administrar funciones y encargarme de las actualizaciones que debían salir para mediados de Febrero.

Todos los años. La misma hora, la misma fecha.

Me iba bien, si se creía lo contrario. Era un empleo perfecto para una pequeña familia perfecta... ¿Qué puedo decir? Éramos simplemente mi hijo, y yo.

Nadie más.

Su madre había muerto a una temprana edad de la maternidad... Fue horrible. No logro recordar cómo pasó aquel incidente, y tampoco quiero hacerlo.

Todo iba absolutamente bien, hasta que la empresa...

Cerró.

Aparentemente había sido por un gran daño que había ocasionado un sistema muy avanzado e imparable de un virus. Muy dañino tanto para la tecnología, como para la electricidad misma.

Siendo sincero... No les creí ni un poco.

—Timmy, ¿Estás listo? Tenemos una hora para llegar al aeropuerto —le dije, recogiendo algunas prendas de ropa y colocándolas en dos maletas.

—¡Sí, papi! —exclamó el niño—, sólo que aún no encuentro a mi robot de juguete... —finalizó él, con una voz llena de tristeza y algo curiosa.

Pasaba algo. Estaba seguro de que pasaba algo. Él nunca olvidaba su robot, era lo que más apreciaba si a juguetes se refería.

—¿Estás seguro? Te ayudaré a buscar —le dije, intentando calmar su pequeño y silencioso llanto.

Me le acerqué y le tomé del hombro, de verdad sentía mucho eso... Pero necesitaba calmarlo.

—¡Ajá! ¡Te engañé, te engañé! —decía él.

Su voz era tan calmada y brillante, sabía que él sería una gran persona en un futuro. Tiene un potencial increíble.

Era simplemente... Asombroso.

—¡Ah! —exclamé yo—, ¿Cómo pudiste engañarme? Vaya, sí que me has logrado asustarme...

Y tenía razón. Tenía más miedo que emoción al enterarme de que "había perdido su juguete".

Timmy rió, para luego dirigirse a mí, con una sonrisa tan deslumbrante que, a decir verdad, había quedado corto de palabras. No sabía si iría a pedir que lo cargase, o incluso si me ocupara de su equipaje. Pero, por lo que me dijo, quería lo segundo, así que accedí, con gusto, pues él no tenía la fuerza suficiente como para llevar su propia maleta.

—Muy bien —le afirmé—, ¡Pero debes desayunar primero! No querrás estar en el exterior sin comer, ¿Verdad...? Dicen, que hay osos por ahí...

Una pequeña broma no iba a molestar a nadie.

—¡Buaaa! —exclamó él... Había roto un miedo, seguramente—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Nooo, no digas eso! —pedía con lágrimas él, así que lo dejé.

Verlo de esa manera me partía el alma... No... No podía hacerle eso.

Jamás.

Le conté que fue un simple chiste, y entendió, por suerte. Sin embargo, Timmy fue a comer su desayuno, unos deliciosos cereales que siempre le encantaba comer. Y, una vez desayunado, partimos al aeropuerto inmediatamente.

Allí nos atendió una amable señorita de un hermoso cabello rubio en forma de coleta, con un curioso y elegante vestido de azafata, azul, como el mar, con un pequeño sombrerito en su cabeza que, según su diseño, tenía varias líneas blancas y amarillas, formando sus propias aerolíneas.

La señorita fue muy amable: tomó las maletas, con ayuda de dos hombres musculosos... Parecían guardaespaldas, y la ayudaron en mover el equipaje. Por otro lado, ella nos mostró el camino a seguir y, nosotros, hicimos lo que ella pedía amablemente.

—Por aquí: busquen sus asientos, deberían ser los D-4 y D-5 —nos explicó ella, dando instrucciones sobre el gran pasaje antes del avión—. ¡Disfruten del viaje! ¡No olviden de calificarnos en Aerolíneas Exteriores!

Y, tras esto, se volvió a la cabina principal, mientras nosotros seguíamos el camino hasta llegar al avión. Abrí la puerta mientras Timmy estaba emocionado. Daba brincos de allá para acá, jugando con su robot como si fuese Superman.

Su imaginación no tenía límites.

—Oye, vamos, ya podrás jugar más tarde, tenemos que ir a los asientos —le expliqué, mientras tomaba nuevamente su mano para que no se pudiera perder en el camino.

Entramos, y lo primero que vimos, fue una multitud de personas que iban, desde los primeros asientos de lujo, hasta los últimos que quedaban a lo lejos. Tanto que parecía un espejismo ocasionado por una pantalla de televisión enorme.

Comprendimos el orden de los asientos, y nos sentamos en los que nos correspondían. Y ahí, Timmy empezó a jugar con su juguete hasta que el avión hubiera despegado.

Pasaron varias minutos, incluso horas cuando ya estábamos en el cielo azul, sobrevolando varias zonas que jamás habíamos visto.

Y, de pronto...

Todo se volvió un caos.

Cuando menos lo esperé, el avión estaba cayendo. Había turbulencia, las personas gritaban, TODO daba significado que íbamos a morir. Era inevitable.

El avión siguió con aquellas turbulencias, cada vez más fuerte y más violenta, era como ser sacudido por un enorme gigante que quería matarte.

Hasta que, finalmente, nos habíamos estrellado.

Perdí mis sentidos por un lapso de tiempo corto, pude despertar luego del impacto.

¿Había sobrevivido...? No lo podía creer. Pero, lo que menos podía creer en ese momento, era Timmy.

Pude ver entre la borrosa vista, un extraño y alto hombre semi desnudo, con un taparrabos y pintura facial como corporal de un color rojo. Un rojo tan intenso que parecía sangre pura. Una sangre tan brillante y rojiza que infundía un miedo intenso. Lo peor que podía pasar en ese momento.

El hombre se llevaba a mi hijo, en brazos, dejándome en ese avión fundido en llamas y en destrucción.

No podía creer lo que veía...

No.

No quería aceptar eso. Pero era inevitable.

El hombre dio media vuelta, caminando y llevándose a Timmy.

"No..."

"¡No te vayas!"

"¡Qué estás haciendo con mi hijo!"

"¡DEVUÉLVEMELO!"

Clamé, grité, imploré...

Pero nada ocurrió.

Me dejó ahí.

Y, segundos después, había quedado inconsciente.

Con lo peor que pude alguna vez imaginar:

Habían raptado a Timmy.

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