- Es curioso el amor, ¿No cree? - Estábamos tumbados en una oscuridad invasora. Mi brazo derecho chocaba con su brazo izquierdo sin llegar a resultar molesto. Giró la cabeza un instante, no dijo nada, pero nuestra cercanía me permitía notar esos sutiles gestos que denotaban su atención. - Cuando empieza, se mezcla con la ilusión y con el miedo de la incertidumbre, y te cosquillean el pecho. Es una sensación extraña, aunque para nada desagradable. Te cuesta un poco respirar, pero a mí, al menos, me resulta siempre bonita. Sin embargo, ese mismo amor, cuando se acerca a su fin, es envuelto esta vez por angustia y por un miedo distinto, tal vez a la soledad. Entonces no sientes cosas en el pecho sino en el estómago. Se te revuelve entero, y uno ya no sabe si es más desagradable la sensación de bullicio o la de un tremendo vacío en las entrañas.
- Parece tener el corazón roto.- Contestó tras un adecuado silencio, de nuevo ladeando educadamente su cabeza en un gesto inútil, pues la noche no le permitía ver más de lo normal.
- Oh, claro que lo tengo.
- Lo dudo mucho. - Sus palabras sonaron tan convencidas como las mías. Todas chocaron en el aire y cayeron sobre nuestras cabezas.
- ¿Por qué dice eso? - Me giré vanamente hacia él, ofendida.
- Es usted demasiado joven, a su edad uno no ha estado nunca realmente enamorado.
- Usted sí que tiene el corazón roto, está muy claro.
- ¿Y por qué está tan convencida? - Frente a mi tono indignado, él mostraba una divertida sorpresa.
- Solo aquellos que han estado realmente enamorados se ven capaces de jugar el amor de otras personas. - Conseguí callarle. - El amor le hizo tanto daño que es incapaz de imaginarse a una niña tan pequeña pasando por ese mismo dolor. ¿No es cierto?
Le miré y con las mismas regresé a mi postura de cadáver. No dijo palabra, aguantaba el silencio mucho mejor que yo.
- Pero ha pasado por alto un factor.
- ¿Qué factor? - Me miró.
- Que soy artista. - Apenas disimuló un bufido burlón y recobró su posición. - No se ría, es lo más cierto que escuchará hoy. El artista ama diferente, es un hecho. Qué no se ría he dicho. La inspiración llega en formas muy extrañas y de una manera muy obsesiva. El arte nace de lo bueno y también de lo malo. Yo, como escritora, he escrito poemas a gente que detesto, a personas que me han herido profundamente y que odian mis poemas. Así de irónica es la vida. Y pensará usted, ¿Por qué alguien iba a hacer eso?
- ¿Por qué? - Su atención era alagadoramente rápida.
- ¡Pues porque es inevitable! Te lo pide el cuerpo tanto como sacar la bala que te ha atravesado una vez te han disparado. ¿No lo entiende? Es el único modo de curar el dolor.
- ¿Y que tiene eso que ver con el amor?
- El artista no elige a quién dedicar sus obras. No se enamora de una persona porque esta sea adecuada para él, ve más allá. Hay individuos estupendos que no esconden absolutamente nada, y otros que son detestables cargan a sus espaldas una fuente infinita de inspiración y de problemas. Donde usted ve una persona yo veo una puerta, algunas no llevan a ninguna parte, pero otras esconden mundos nuevos. Mundos de los que enamorarse. ¿Sabe usted lo qué es enamorarse de un mundo entero? Es algo increíble... pero también desgarrador. Como artista me enamoro fatídicamente de personas buenas y malas, pero más que eso me enamoro de situaciones, de momentos concretos. Oh, y de sensaciones. Eso sí que es horrible. Enamorarse de una sensación es un millón de veces peor que enamorarse de una persona real.
- ¿Pues?
- Las sensaciones están hechas para morir y no regresar jamás. Cada sensación es diferente y perecedera. Cuando te enamoras de una, pones todos tus esfuerzos en conseguir repetirla, en forzar a la vida para que surja una imitación de la misma. Pero eso nunca funciona, nunca es del mismo modo. Al final siempre acabas defraudado y la sensación se va alejando cada vez más en tu memoria. Las personas, los rostros, son más difíciles de olvidar, pero las emociones en muy poco tiempo dejan de generarte el mismo cosquilleo. Las recuerdas, sí, pero ya no tienen poder. Es algo...
- Que te rompe el corazón.
Le miré justo cuando él comenzó a mirarme. Esta vez, entre la oscuridad, sí que conseguimos vislumbrar un rostro.
- Exactamente. La edad no tiene nada que ver.
- Comprendo. - Ahora ya no podía dejar de hablar, había abierto la brecha.
- ¿Sabe usted cual fue uno de los momentos más tristes de mi vida? - Giró hacia mi persona- Cuando descubrí que los adultos no eran necesariamente más inteligentes que yo. Toda mi vida creyendo que ellos tenían las respuestas mientras los niños jugábamos con las preguntas y, de la noche a la mañana, me di cuenta de que no podía haber estado más equivocada. Ni el amor ni la inteligencia van ligadas a la edad.
- Basta oírla hablar para darse cuenta. - Ignoré su cumplido ya que en mi cabeza sonaba más bien como una burla cruel.
- Los conocimientos, eso sí que puede estar relacionado con la edad. No siempre claro, y no de una manera proporcional, pero sí que suele tener algo que ver. Es una simple cuestión de tiempo; a más tiempo vives, más tiempo has tenido para leer, estudiar, experimentar, en definitiva, para aprender.
- Planteado así los conocimientos resultan algo bastante banal.
- Lo son, en muchas ocasiones, sí. Suelen ser, como ya he dicho, cuestión de relojes y memorias. Lo importante es otra cosa...- Me senté, él me siguió de manera menos radical. - Es... la esencia o algo así. - Hice un gesto con los dedos que el chico imitó con humor. - Tampoco creo que la palabra sea inteligencia... No, definitivamente no lo es. Es...- no sabía cómo expresarlo. - El genio, la magia... ¿Entiende usted lo que le digo?
- Por supuesto. Es la manera de pensar y ver las cosas lo que nos diferencia.
- ¡Eso mismo, sí!
- Lo que diferencia a un filósofo de un cualquiera es exactamente eso, el cómo pensando lo mismo, el sabio lo hace de manera diferente.- Pareció recitar aquello de memoria, después, recapacitó por unos segundos.- Y supongo que lo que diferencia a un artista es precisamente eso... el cómo amando lo mismo, lo hace de manera diferente.
Al fin, en la oscuridad, nos logramos entender.