A veces me cuesta comprender la manera en que se mueve el mundo, la forma en que suceden las cosas, las casualidades que desencadenan causalidades, cómo a veces las realidades se fusionan y traen a dos personas de extremos diferentes a un solo camino.
—Ven, te quiero presentar a alguien —dices, mientras ya estás tirando de mi brazo arrastrándome a mitad del salón.
—¿Quién es?
—Vamos, no pongas esa cara, este tipo es importante.
Me acomodo el cuello de la camisa, las solapas del saco y en seguida cambio mi expresión a una más fresca, más viva, una expresión que no delate la incomodidad ni los celos que siento que toda esta gente esté aquí reunida por ti.
—Señor M., él es Oliver, es el fotógrafo que está a cargo de mis exposiciones siempre. Todas esas fotos magnificas que ve publicadas sobre mis pinturas en las revistas son de él.
—Mucho gusto. —Extiendo la mano para encontrarme con otra mucho más grande y áspera, una mano que me estruja la palma con más fuerza de la que se debería considerar cortés. El señor M. me sonríe con familiaridad, no sin antes pasarse esa misma mano por la cabeza, acariciando el poco pelo que le queda.
—Así que Oliver, muchacho. Qué gusto, por fin. He estado hablando con Alexis sobre lo buenas que son tus fotografías y cómo me gustaría que participaras en el siguiente número de la revista. Tenemos planeada una sesión en Tel Aviv con unas modelos suecas, sesión de editorial, muy profesional.
—Me encantaría colaborar con usted, pero todavía tengo eventos que cubrir para Alexis. La próxima semana estaremos en el Museo Reina Sofía en Madrid, ¿cierto? —Te miro, buscando que me secundes y así podamos acabar esta conversación, pero por supuesto no lo haces. Siempre piensas en mí, en lo que más me conviene, en las oportunidades.
—Eso es lo de menos. Mira —Me extiende una tarjeta de contacto—, llámame a la oficina y ahí nos arreglamos con la producción.
—Tel Aviv es precioso —intervienes con una sonrisa de oreja a oreja—. Hay un parque botánico muy lindo que visité alguna vez, se llama parque Yarkon, es tan verde y sereno que me inspiró en mil maneras. Cuando llegué y me senté sobre el césped lo único que quería hacer era sacar mis pinceles, hundirlos en la pintura y dejar volar mis instintos sobre el lienzo como si no hubiera mañana. Los ciclistas pasaban a cada rato y había mucha gente haciendo picnic. Hermoso. Cuando regresé no había quien me despegara del caballete.
El señor M. se ríe y balbucea un par de palabras más, te lanza mil elogios y te repite cuán prodigioso eres. "No hay nadie quien iguale tu talento", dice, y un atisbo de rubor inunda tus mejillas. Increíble que a estas alturas aún no puedas creértela, eres un genio, un talento innato, eres irreal. Más personas te abordan y te felicitan, tú les saludas con una sonrisa, propio de ti. Siempre eres tan amable y correcto. Apenas bastan unos pocos minutos para sentirme desplazado, la gente te aclama y no deja pasar la oportunidad de intercambiar unas palabras con el artista. Me miras de reojo mientras continuas la conversación, tus ojos se llenan de inquietud, sé que no quieres dejarme, pero es inevitable. Giro mis pies sobre sí y me alejo de la multitud, abandonando el salón.
—No puedo creer que tanta gente haya venido. Estoy muy contento —dices con una sonrisa tímida mientras tratas de deshacerte el moño del traje sin mucho éxito. Me acerco a ti para auxiliarte y coloco mis dedos sobre los tuyos, en seguida cortas el contacto y me miras avergonzado—. Soy muy malo para estas cosas.
—Era natural que tanta gente estuviera interesada en tu obra, todo mundo habla sobre ella. —Por fin termino de desatar el moño y lo dejo sobre la barra, junto a la copa de vino tinto a medio terminar que dejaste después de la cena.
—Gracias a ti por estar. —Te inclinas hacia mí y presionas tus labios sobre los míos, en seguida siento un mechón de tu cabello rozar mi mejilla. Naranja y menta. Volviste a usar mi champú aún cuando te dije que no lo hicieras, sin embargo, no me molesta, hoy no.
—Felicidades. —Mi mano se mezcla con tu cabello y mechones ondulados se enroscan en mis dedos—. Hubo mucha cobertura por parte de la prensa, ya puedes esperar esa bonita cara en la portada de todos los titulares. —Mis labios se fundieron con los tuyos en un cálido beso que no tardaste en corresponder, inundándome con tu lengua, provocando un vaivén húmedo y pasional. Estrujo tu cabello y siembras una distancia después de un minuto. Estás sonriendo.
—Me gustaría verte ahí también. Algún día... —dices y acunas mi rostro entre tus largos dedos. Ya sé para dónde vas. Mis brazos caen lánguidos a tus costados y un suspiro escapa de entre mis labios. Tus ojos grandes se oscurecen y tus labios tiemblan ligeramente—. Oliver... —Me liberas también—. ¿Sabes?, creo que es bueno aprovechar las oportunidades que se te presentan.
—Es bueno cuando esas oportunidades llegan por mi esfuerzo y no porque tu me las haces llegar. Estoy seguro que le hablaste de mí.
—¿Es eso? —dices incrédulo, ofendido—. De verdad pienso que tu trabajo es excelente y mereces muchas cosas buenas, pero no puedo creer que seas tan orgulloso.
Noto como te exaltas, tu respiración se agita y ciernes tus manos al borde del mármol. Te has alejado de mí. Tus mejillas están cubiertas de un leve rubor, probablemente por el vino y por el cansancio, quizá por eso mismo te has alterado tan fácil.
—Preferiría que no lo hicieras. Si crees que soy tan bueno debería destacar por mí mismo, ¿no lo crees? —suspiro, dejándome caer en el taburete, frente a ti. Estoy exhausto de esta conversación.
¿Por qué no lo entiendes? ¿Por qué no entiendes que ya es bastante devastador vivir rodeado de tu éxito? No me malentiendas, adoro tu éxito, me fascina que te vaya tan bien, me enorgullece todo lo que has logrado. Pero no me enorgullece no poder estar a tu altura. Tengo tan poco que ofrecerte que mis inseguridades me consumen. Siempre me pregunto por qué si puedes estar con cualquiera que desearas me elegiste a mí, un fotógrafo de cuarta que, si no fuera por ti, probablemente seguiría sacándole fotos a bandas amateurs en un bar de mala muerte.
Es por eso que cuando me miras y tus pupilas se dilatan y tus comisuras se ensanchan, algo dentro de mí se estremece, se tensa. Una detonación que esparce la electricidad desde mi pecho hacia todas mis extremidades, un cosquilleo fugaz pero intenso que inunda mi vientre y llena mi corazón. Estoy tan lleno de ti que cada vez que leo tu nombre en las pancartas de la calle siento como mis sentidos se agudizan, como si tú fueras la antena que sincroniza la armonía de mi ser. Eres mi felicidad inmediata, constante e infinita.
No pongas esa cara. No me gusta cuando te sientes mal por mi culpa. Cómo es que ese lleno total, ese sold-out de tus obras y la nominación de este día se ha reducido a ese puchero en tus labios y esa mirada apagada.
—Lexi. Mírame. Lexi...
Pero no me volteas a ver, te has dado la vuelta y buscas con fijación dentro de los cajones del refrigerador. Qué manera tan burda de ocultar esas lágrimas. Entonces me acerco a pasos lentos y precavidos, y justo cuando has sacado el Roquefort de hasta el fondo de la segunda repisa, mis brazos rodean tu cintura. Tu cuerpo se estremece, haces corto circuito y tu rostro se gira para encontrarse con el mío. Te veo tan de cerca que tus pestañas húmedas acarician mi mejilla y el hálito de entre tu boca se derrite en la mía. El queso cae inerte a tus pies.
—Eres un testarudo. —Te lanzas a mis brazos sin cuestionarlo, puedo sentir tus delgadas manos recorrer mi espalda y ceñirse finalmente a mis costados. Tu cabeza reposa en mi hombro y tu respiración se amortigua en mi cuello, tan tibia y sosegada. No espero nada para rodear tus hombros y terminar con los milímetros de distancia entre ambos.
Y me besas, con ansia, con desespero, como si la única manera de conseguir oxigeno es robándome el mío. Tus uñas se hunden en mi cintura, aprisionándome en tus brazos. Mis manos te toman por la nuca y siento tu cuello tan frágil, tan pálido, con tus cobrizos cabellos colándose entre mis dedos. Tu rostro está tibio y excitado. Paras, exhalas y recargas tu frente sobre la mía, tienes los párpados entornados, los labios húmedos e hinchados, y esa expresión de vulnerabilidad se imprime en tus facciones. Entonces tomo tu mano y la dirijo a mi pecho.
¿Lo sientes, Lexi? ¿Sientes cómo late mi corazón? Es por ti. Todo lo que soy, todo lo que vivo, todo lo que amo, siempre es por ti.
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Todo lo que soy
RomanceOliver está abrumado por el éxito desmedido de su novio, sin embargo, puede que una caricia le haga olvidar esos pensamientos intrusivos.