Inclino levemente el vaso para observar cómo el hielo se desliza y se mueve con tanta facilidad, hacia la misma dirección que indica mi mano. Sonrío. El día ha sido un poco largo y agotador, considerando el trabajo que he tenido, y han pasado varias noches sin poder relajarme por mi cuenta.
Levanto un poco la manga de mi blusa blanca, y le doy una breve mirada a mi reloj de pulsera. Aquel reloj de pulsera, regalo de un cliente, que seguramente vale muchísimo más de lo que cuesta este bar, me indica que apenas son las diez. La noche es joven, y me conforta saber que cualquier cosa podría suceder. La incertidumbre es mi más grande satisfacción. Eso, y mi trabajo.
Un sujeto algo extravagante, vistiendo un traje finísimo y una corbata ajustada al cuello, hace ingreso al bar por la puerta del estacionamiento. Avanza con sigilo mientras observa sus pasos con cuidado por debajo del sombrero que le cubre la mitad del rostro, y se sienta a mi lado. Es bastante extraño que alguien con su evidente estatus se muestre por estos barrios, considerando el bar de mala muerte en el que nos encontramos.
Continúo sonriendo, pues esta particular situación sólo puede significar una cosa.
Luego de unos minutos, alza la mano y le pide al cantinero una copa de Baileys con hielo. Su elección levanta sospechas, pues los licores costosos no son solicitados con frecuencia por estos lados. El hombre le sirve el vaso con recelo, mientras yo continúo jugando con mis hielos, ya algo derretidos.
Avanza el reloj y el extraño sujeto no ha bebido nada de su trago. Se le observa nervioso. Me llevo uno de los hielos a la boca para masticarlo, mientras me cruzo de piernas y mi falda se levanta ligeramente.
Sólo entonces, y con bastante cautela, se me acerca y desliza hacia mí una tarjeta de color negro, posicionada intencionalmente boca abajo. La detengo rápidamente, estampándole mi ahora vacío vaso encima.
¿Qué servicio me estarán solicitando esta vez?
No puedo evitar lamerme los labios, en un intento por adivinar si la tarjeta traerá su contenido impreso de color dorado o plateado. Y me siento ansiosa.
El sujeto no espera ni un minuto más; se levanta y se marcha abandonando su vaso lleno, justo después de dejar un par de billetes sobre la barra. Evidentemente más de lo que cuesta el licor. Mientras lo hace, yo pido otro trago. La situación lo amerita. El cantinero voltea y yo le alzo mi vaso; él inmediatamente lo rellena.
Deslizo mi dedo índice por sobre la tarjeta frente a mí, y luego saboreo lentamente el amargo ron sobre mis labios. Y los muerdo sutilmente.
Volteo la tarjeta con la mayor discreción posible, y entonces logro ver aquellas palabras escritas que me han atormentado desde hace unos minutos, pero ni siquiera me molesto en leer lo que dice. No es lo importante ahora. Me concentro únicamente en el color de la impresión.
Viene en dorado; mi especialidad.
Bebo de un solo trago el ron que recién me han servido, y acto seguido, dejo bajo el vaso un par de billetes que paguen por mi consumo. Atravieso el lugar entre numerosas miradas masculinas.
Pobrecitos todos ellos; logro ver en sus ojos lo mucho que me desean, pero ellos jamás tendrían el dinero suficiente. Soy una mujer costosa.
Cuando me encuentro saliendo del bar, mi celular vibra.
"Pago realizado" logro leer en la pantalla del aparato electrónico, mientras le doy énfasis al número bajo las palabras, con una cantidad de ceros a la derecha mucho más elevada de lo esperado.
Esta vez, la sonrisa es involuntaria. Estiro mis músculos ligeramente y hago tronar mis dedos. Me siento más ligera. Debo ser más ligera.
Con el pago registrado, ya todo está listo, y es momento de trabajar.
Cae la noche y mi piel se eriza; sabe que el momento ha llegado. Esta vez y a diferencia de la otra noche, mis prendas son mucho más elegantes; el vestido es negro, tiene el cuello subido y un escote redondo en mi pecho, sin mangas. Cae con un escote completo en la espalda, dejando descubierto justo por sobre mi cadera. Y llega hasta mis tobillos, en donde apenas si lucen mis pies envueltos en aquellos tacones negros con brillo. El cabello lo llevo recogido en una altísima cola de caballo, cuyos cabellos caen rizados en ondas perfectas. Además, todos mis accesorios adicionales destacan por su color plata.
El sujeto sentado frente a mí se ríe; bebe de un vino finísimo, de alguna cosecha especialmente conservada para personas de su clase social, y entonces alza su copa, brindando esta vez por mi belleza. Sonrío y brindo con él. De todos modos, no me arreglé en vano.
La cena que disfrutamos en este momento es digna de un hombre tan adinerado como él.
Le doy una breve mirada a mi alrededor, y luego al señor del dinero; por debajo de la mesa, deslizo mi pie del tacón de cuero, y lo alzo para lograr acariciar con él su muslo, mientras le sugiero con mi voz más seductora que, quizás, sería una buena idea pedir la cuenta cuanto antes.
Se le ve más que contento con mi sugerencia, de modo que obedece de inmediato y acto seguido, abandonamos aquel lujoso restaurant para subirnos prontamente a su auto, emprendiendo el camino directamente hacia mi departamento.
Un motel sería algo muy indiscreto, considerando la cautela que hemos tenido para no ser vistos por nadie.
Estacionamos en el subterráneo, y desde que subimos al ascensor, él no ha desaprovechado ni un solo minuto de su tiempo para manosear mi trasero, mis muslos y besarme el cuello. Mientras se mantiene entretenido entre el cuello y mis curvas, su erección me parece cada vez más evidente. Asumo que esto es lo que hace mucho no logra con su esposa.
Apenas logro abrir la puerta del departamento y me preparo para cumplir con mi labor, él comienza a sentirse ligeramente mal, o eso es lo que dice, pues no se detiene ni un momento. Me acerco a él y al acariciar su espalda, noto que está sudando un montón. Muchísimo más de lo que un hombre normal debería de sudar, considerando que aún no hemos concretado nada.
Le pregunto si está bien, y asiente con la cabeza. Pero evidentemente no es así.
Se lleva una mano al pecho y otra al rostro, y luego se sienta en mi sofá con pesadez. Me pide un vaso de agua, o en su defecto, que llame a una ambulancia.
Lo convenzo de que la segunda opción no es la más acertada, pues no queremos llamar la atención, considerando que la ambulancia tendría que venir por él hasta mi departamento. Y, ¿cómo iba a explicarle él a su esposa la situación? Tampoco sería yo la que hablaría con ella, no me pagan para eso. Tras mencionarle todo aquello, accede y me da la razón. De modo que voy hasta la cocina y luego le entrego un vaso de agua que bebe rápidamente, de un sólo trago.
Apenas lo termina, el vaso cae al piso y se rompe. Un par de trozos de vidrio se pierden en mi alfombra.
Le doy una mirada al reloj de la pared. Y es tarde.
Sonrío, y entonces él abre desmesuradamente sus ojos.
"T-Tú..." – murmura a regañadientes, justo antes de agarrarse el pecho con fuerza y caer de mi sofá, con el corazón detenido y los ojos en blanco.
Este hombre asqueroso me ha tomado más de una ración de veneno, y muchos problemas.
Si tan sólo se hubiese bebido su copa de vino por completo en el restaurant, yo podría haberme encargado de su adinerado cadáver en el estacionamiento...
Fin.
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"Servicio especial"
Short StoryExisten distintos tipos de trabajos, para distintos tipos de personas. Y ciertamente, hay algunos de ellos que no cualquiera puede desempeñar. Pero eso no es ningún problema para ella. Ella se encarga de lidiar con los problemas de hombres adinerado...