Parte 1

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Contemplaba embelesado aquel bultito diminuto que reposaba tranquilamente en sus brazos. Sus manitas convertidas en puños y su pequeño pecho subiendo y bajando. Unos lisos mechoncitos rubios asomaban bajo el gorrito azul del hospital.

Su bebé. Su hijo.

Cuando su novia le dijo que estaba embarazada su primera reacción fue asustarse como el infierno. Es decir, no tenían más que dieciocho años, no llevaban ni un año de relación y aún no se explicaba cómo leches había ocurrido. Siempre habían sido cuidadosos, usaban protección...

No habían empezado siquiera aún la universidad y había sido jodidamente difícil ocultar el estado de la chica durante los meses que restaban antes de que ambos finalizaran el instituto. Más que nada porque ella no quiso contárselo a nadie. No así él: se lo había contado a sus padres, afrontando aquel hecho como un hombre o, al menos, eso creyó en su momento.

Por supuesto, su querida y temperamental madre le había dado la paliza de su vida mientras que su tranquilo padre se limitó a suspirar. Con el tiempo, lo habían llegado a aceptar y, debía decir, que ambos se lo habían tomado mejor de lo que esperaban.

Por supuesto, había respetado el deseo de Sakura de no decírselo a nadie. Ni siquiera los padres de la chica lo sabían; ni a su mejor amiga, Ino, le había dicho palabra alguna. Se había inventado un cursillo de verano en la universidad durante el último mes de gestación del bebé para poder dar a luz en el hospital sin contratiempos.

―Uzumaki-kun. ―La voz de una de las enfermeras lo sacó de sus pensamientos―. Debemos lavar al pequeño. ―Frunció los labios con disgusto. No quería por nada del mundo soltar al cálido bebé. Se sentía tan calentito entre sus brazos... ―Uzumaki-kun. ―Dando un gran suspiro al fin se lo tendió a la enfermera. Vio con algo de enfado cómo se lo llevaba. Sacudió la cabeza y sonrió, feliz.

Salió del ala de neonatos del hospital y se dirigió a los ascensores. Marcó el tercer piso, saludando a las demás personas que había. Fue sonriendo como idiota hacia la sala de espera.

―¡¿Dónde está'ttebane?! ¡¿Dónde está mi nieto?!―Perdió el equilibrio cuando su amorosa madre se le tiró encima, tomándolo por el cuello de la chaqueta y zarandeándolo violentamente en el proceso. Sí, Kushina Uzumaki no se caracterizaba precisamente por ser delicada.

―Kushina. ―El llamado de su marido la hizo volverse a verlo. Gruñó y al fin lo soltó―. ¿Todo bien, Naruto?―Él asintió a la pregunta de su padre, volviendo a esbozar aquella sonrisa de felicidad.

―Sí. Se lo acaban de llevar para bañarlo. Podéis bajar, si queréis, papá. Yo iré a ver cómo se encuentra Sakura-chan. ―Su sonrisa se amplió al pensar en su novia. Llevaban varios meses de relación, después de que ella, por fin, se dignara a darle una oportunidad. ¡Qué feliz fue aquel día en que por fin aceptó una cita con él! Se había pasado años detrás de ella, intentando llamar su atención,

Dejó a sus padres y avanzó por el pasillo. Llegó a la habitación dónde habían ingresado a Sakura y entró sin llamar, seguro de que ella estaría tan radiante de felicidad como él. Unos ojos verdes se posaron unos segundos en su persona para acto seguido desviarse al techo. Naruto se acercó a ella, preocupado.

―¿Te encuentras bien, Sakura-chan?―Ella asintió, desviando el rostro cuando él se inclinó para besarla tiernamente en los labios. Acabó besando su mejilla en cambio. Naruto frunció el ceño pero lo dejó pasar―. ¿Sabes? ¡Nuestro bebé es perfecto'ttebayo! ¡Mamá y papá están ahora abajo, esperando para verlo!―Le apartó con cariño unos mechones rosas de la frente, parloteando sin parar sobre el niño. Sakura apretó los labios. Se sentía cansada, sudada y agotada mentalmente. Se mordisqueó el labio inferior, pensando en cómo decirle lo que quería.

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