Uno. Dos. Tres.
Ya he despertado, pero me niego a abrir los ojos, sé que si lo hago la poca luz que se filtra por la persiana me recordará que debo mandar a arreglar esa humedad que deja manchas en el techo.
Uno. Dos. Tres. Al cuarto se detiene y vuelve a empezar.
También debo ajustar la gotera que hay en la llave del baño.
Y la alarma de las 4:15 comienza a sonar, pero sólo estiro mi mano para retrasarla cinco minutos más. No tengo sueño, pero no me gusta iniciar el día en minutos impar. Así que apenas me avisa que son 20, me levanto.
Me dirijo al baño, y el sucio espejo de la pared me devuelve mi reflejo. Mi corto cabello aplastado del lado izquierdo y mucho rímel corrido debajo de mis ojos. Y es que siempre prometo desmaquillar mi cara antes de dormir, pero el cansancio de mi turno en la comisaria deja mi cuerpo más pesado que el día anterior, un permanente zumbido en mis oídos cortesía de la sirena de mi unidad y un creciente repudio por la zona roja de Nápoles, pues es la que más problemas me causa.
No puedo hacer mucho al respecto, es mi trabajo y lo correcto es decir que me gusta, yo lo elegí después de todo. Sin embargo hay una pequeña decepción instalada en mi pecho que parece crecer cada que veo adolescentes siendo arrestados por disparar un arma de fuego contra civiles, o niñas no mayores de 13 años paradas en esquinas desiertas con faldas cortas a las tres de la mañana.
Sí, el trabajo como oficial de policía tiene notas amargas que hacen difícil tragarlo cada día, eso ya lo sabía. Pero nada de eso importaría si al menos viera un cambio en el panorama, una diminuta mejora con mi llegada.
Desde niño creí que los uniformados eran un estandarte heroico, un faro de luz en las frías noches de otoño en mi bella Italia. Una pizca de humanidad que sirve como puente entre la sucia burocracia y el pueblo, pues al final del día ¿no venimos los policías de ahí?
Pero estando aquí me doy cuenta que mi labor no es mucha ni poca, es la necesaria para mantener el orden que ya existe, uno aparentemente invisible entre tanta mierda, uno que favorece a los cerdos capitalistas y corruptos que se rozan sus labios con los desalmados capos y líderes de las mafias. Entre ellos guardan secretos, impunidad y permisividad que llevan a nuestra sociedad a una espiral de desesperación y sin salida.
Por más que quiera hacer las cosas bien, la corriente de ese mar picado me arrastra a ser un peón más de las injusticias que asolan mis calles y a mi gente.
No obstante no pienso dejarlo, rendirme significaría aceptar silenciosamente lo que está pasando. Pero siento que este ambiente ya está viciado.
No pretendo huir, pero quiero ser fiel a mis principios en un lugar que no haya sido azotado por la violencia abrumadora de la avaricia, un pueblo pequeño quizás, donde todos se saluden al caminar, donde todos se conozcan y donde todos confíen en entre sí.
Necesito llenarme de vida, sentir una brisa fresca de pureza romper contra mi rostro para saber que no todo está perdido. Encontrar algo que me haga desear ser mejor que ayer todos los días.
Anhelo, mi corazón anhela una razón para vivir de nuevo.Con eso en mente termino de escribir mi oficio para solicitar un cambio temporal dirigido al departamento de policía de Nápoles. Sé que no me lo negarán, he cumplido con mis horas de vigilancia e incluso he hecho más. Mis turnos jamás han sido suspendidos y no causo problemas.
Tengo un perfil bajo, de no ser mis 1.88 metros de altura, mi cabello casi blanco derivado de mi falta de melanina en el cuerpo, mi costumbre desde la juventud por pintar mis labios y mis ojos y mi cara de pocos amigos no saltaría tanto a la vista para mis superiores.
Así que me coloco mi gorra, tomo las esposas y la funda con mi arma del pequeño comedor en mi sala, con un sobre amarillo en mis manos y el corazón deseando un cambio me dispongo a esperar lo mejor.
Uno. Dos. Tres. Y al cuarto cierro la puerta.
Sonrío. Si todo va bien, no tendré que escuchar las gotas de mi baño nunca más caer.
ESTÁS LEYENDO
𝓓𝓮𝓼𝓲𝓭𝓮𝓻𝓲𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓬𝓾𝓸𝓻𝓮 | b r u a b b a
RomanceUna crisis en la vida Leone Abbachio lo llevará a plantearse si está logrando llevar sus ideales como policía en Nápoles a la realidad, y lo orillará a transferirse a un pequeño pueblo costero donde conocerá a un joven Bruno con quien encontrará lo...