Capitulo. 18

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Nuestro retorno al pueblo fue mucho más ameno de lo que esperé, con un nuevo cono de helado saltábamos de conversaciones tontas a bromas o recuerdos nostálgicos, mientras el carruaje nos acercaba cada vez más al pueblo. Andrew resultó ser un hombre muy curioso, pícaro, bromista y de poca vergüenza, pero a la vez amable e inteligente; lo sucedido en la tienda no volvió a relucir en nuestra conversación y en cierto modo lo prefería.

— Llegaremos muy pronto. — Anunció entonces observando el paisaje por la ventanilla. — Espero que tus hermanos estén felices con todos los obsequios que compraste.

— No sabe cuán emocionada estoy de llegar y ver sus rostros. — De solo imaginar la alegría que reinaría en casa, mi corazón saltaba frenéticamente. — Aún no puedo creer que no comprase nada después de todo el tiempo que le hicimos perder a esa chica de la tienda. — Le recriminé en broma. — ¿Qué hará ahora?

Pero él no contesto y en su lugar se dedicó a observar el paisaje; sin embargo, aquella sonrisa ladina le delataba, alguna treta tenía en mente. Pero una vez más me recordé que yo no era quien para preguntar. El carruaje se detuvo entonces en los límites de nuestro hogar, y tal como había sucedido aquella madrugada en que me aventure a viajar con él, Andrew se adelantó y tomando mi mano me ayudo a bajar. En nuestra granja ya se encontraba el carruaje de los Stephen y un curioso Charly no tardó en asomarse por la ventana, los demás no tardarían en reunirse en el jardín.

— Señor Stephen, señorita. — Saludó el cochero con una leve inclinación de cabeza. — Descargaré todo en un momento.

— Perfecto.

Su conversación despertó un nuevo sentimiento en mí, Andrew se marcharía a su hogar en la mansión y yo me quedaría allí con mis hermanos... Regresaríamos a nuestras realidades donde no éramos más que desconocidos, unidos por un hecho del destino.

— Supongo que debe marcharse. — Murmuré sin poder contenerme. Una pequeña parte de mí esperaba que aquel día no terminase de forma tan abrupta. — Me gustaría enviarle algunas galletas a Aiden

— Que te parece si, en lugar de enviarlas, nos invitas a una tarde de juegos. — Señaló él con una sonrisa pícara.

— ¿Nos? ¿Esas no son cosas de niños? — Me burlé.

— También pueden ser cosas de adultos. — Soltó como si fuese el mayor secreto de la vida. Ese lado fresco y jovial me agradaba. — Empezamos con muy mal piel, Naomi. Así que ¿Por qué no utilizar este día para empezar de nuevo?

— ¿Entonces quiere ser mi amigo, señor Andrew? — Él sonrió al notar que le seguía el juego, me sentía como una niña nuevamente, una que aún creía en encontrar una amistad sincera con nuevas personas. — Entonces por eso ha comenzado a tutearme. — Señalé algo que había decidido callar toda la tarde, pues, aunque para él no pareciese significar nada, para mí sí.

Pero grande fue mi sorpresa cuando su expresión se desfiguró en una de confusión total, perplejo, sus ojos comenzaron a bailar como si intentase recordar todas nuestras conversaciones, observé sus labios moverse como si intentase excusarse, pero no fue capaz de emitir ni un solo murmuro; y entonces como si finalmente hubiese asimilado su imprudencia, metió las manos en sus bolsillos y ladeó la cabeza evitando que pudiese observar por completo sus expresiones.

¿Realmente no se había dado cuenta de ello? Hasta ese día éramos perfectos, desconocidos y en el calor del momento comenzó a tratarme con tanta confianza como si fuese parte de su familia, era imposible que no lo hubiese notado. O al menos intentaba convencerme de ello.

— Los modales y la etiqueta no son lo mío. — Declaró intentando restarle importancia al asunto. — Pero supongo que, si seremos amigos, usted también debería tutearme. — Era interesante como parecía convertirse en un adolescente tonto cuando las cosas se le salían de control.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora