Prologo

2.7K 129 2
                                    


Ayúdame a salir de ésta... ¡y hacedlo rápido! —ordenó el sultán, irritado y frustrado. Entonces se giró para mirar al grupo de hombres sentados en la misma sala en completo silencio—. ¡El tiempo está pasando y os digo que no me voy a casar con esa mujer. Los hombres allí reunidos se quedaron consternados; aquello era un problema de ámbito nacional. 

—Su Excelencia —dijo uno de los abogados—. Hemos revisado todos los estatutos y no hay ningún modo de escapar a este matrimonio. 

—Pues revisadlos otra vez —espetó el sultán—. Revisadlos de nuevo y encontrad algo que podamos utilizar... algo que nos permita romper este ridículo contrato. 

—Ése es el problema, Su Excelencia —dijo el abogado, nervioso—. No hay nada. Su padre realizó el acuerdo con el último príncipe de Rovina hace dieciséis años, pocos meses antes de su prematura muerte. Fueron juntos al colegio y en el ejército... 

—No necesito que me des una charla de los motivos por los que me encuentro en esta situación —bramó el sultán—. Sólo necesito consejo de cómo salir de ella. Y rápido. 

—No hay manera de salir de esta situación, Su Excelencia. Usted se tiene que casar con la princesa Katniss de Rovina —dijo el abogado con voz temblorosa—. Quizá sea un atractivo... —¿Eso crees? «La princesa rebelde»... ¿no es así como se refieren a la que se supone que tiene que ser mi esposa? Desde que tuvo edad para ir al colegio, la chica no ha dejado otra cosa que caos tras de sí. Conduce demasiado rápido, se va de fiesta hasta altas horas de la madrugada y concibe el sexo como si fuera un deporte olímpico. Y ni siquiera ha cumplido los veinticuatro años. Por favor, explícame cómo puede una mujer así ser algo atractivo para Zangrar. Se creó un incómodo y tenso silencio. 

—¿No se te ocurre nada? —incitó el sultán, enfureciendo aún más—. Dejadme. ¡Marchaos todos! La sala se quedó vacía en cuestión de segundos. El sultán se planteó que no sabía qué le ponía más enfermo, si el matrimonio en sí o el tener que casarse con una mujer como la princesa Katniss. No había nada «real» en el comportamiento de aquella mujer y de ninguna manera se iba a convertir en su esposa. Ella era el tipo de mujer que hubiera llamado la atención de su padre. Entonces oyó un pequeño ruido y se dio la vuelta. Frunció el ceño y vio a su asesor principal. —¿Omar? 

—Su Excelencia —dijo el hombre, acercándose a él—. Si me permite hacerle una sugerencia... —Si esta sugerencia incluye que me case, ahórratela. —Es comprensible que Su Excelencia tenga su opinión, debido a la desafortunada historia de su difunto padre. El sultán sintió cómo cada músculo de su cuerpo se ponía tenso. —Eso es algo de lo que no deseo hablar. —Desde luego, Su Excelencia, pero tiene relación con la situación actual. Tiene razón en estar preocupado. Los ciudadanos de Zangrar no tolerarán a otra mujer como su madrastra. 

—Omar, estás siendo muy valiente al tratar este tema de conversación —dijo el sultán, respirando profundamente—. Quizá me conozcas desde que tenía dos años, pero no te excedas conmigo. Estoy teniendo problemas para controlar mi enfado. 

—Dadas las circunstancias, su enfado es normal. Lo que ha conseguido para Zangrar desde la muerte de su padre es increíble. Usted le ha dado esperanza a cada ciudadano y ahora tiene miedo de perder lo que ha conseguido. —Que será lo que ocurra si me caso con esta mujer. 

—Posiblemente. Pero Su Excelencia necesita una esposa, eso no es discutible — murmuró Omar—. La gente está deseando que usted se enamore y se case. —Estoy preparado para realizar muchos sacrificios personales por mi país, pero enamorarme no será uno de ellos. Cuando llegue el momento, elegiré una esposa que me dé hijos, pero no será una alocada y salvaje princesa europea. La gente de Zangrar se merece algo mejor. 

—Pero la princesa Katniss tiene sangre real. Dentro de un año, cuando cumpla veinticinco años, su tío abandonará la regencia y ella pasará a ocupar el trono de Rovina. —Lo que significará que será capaz de llevar aún más caos a su país, ¿no es así? —Lo que significará que una alianza entre nuestros dos países ofrecerá muchas oportunidades que beneficiarán a Zangrar. Comercio, turismo... —¿Se supone que tengo que ignorar su vergonzosa reputación y su falta de dignidad? —Se dice que la princesa Katniss es excepcionalmente bella. 

—En una esposa valoro más la talla moral que ningún atributo físico —gruñó el sultán—. Aunque parece ser que mi opinión al respecto no importa ya que aparentemente no hay manera alguna de romper este ridículo contrato que realizó mi padre. —Eso es cierto, Su Excelencia —dijo Omar—. No hay ninguna manera de que usted rompa el contrato. —¿Omar? —dijo el sultán, frunciendo el ceño. 

—He estudiado el contrato en detalle y es cierto que no hay ninguna posibilidad de que Su Excelencia lo rompa —Omar hizo una pausa—. Pero ella sí que puede. El sultán se enderezó. —¿Estás diciendo que la princesa tiene el derecho de vetar este matrimonio? —Así es. Pero antes de que Su Excelencia se anime demasiado con esa opción, debo decirle que el Principado de Rovina no ha discrepado en nada. Pareciera que la princesa tiene ganas de casarse con usted. 

—Y ambos sabemos por qué —dijo el sultán, esbozando una mueca—. Las arcas de Rovina están vacías y la manera en la que la princesa gasta dinero es tan legendaria como su comportamiento rebelde. —Quizá eso explique parte del comportamiento, pero no todo. Su Excelencia es extremadamente guapo y muchísimas mujeres desearían casarse con usted. El sultán se rió sin humor y se acercó a mirar por la ventana. Era consciente de que no era capaz de amar. Pero no lo veía como algo de lo que arrepentirse ya que había visto lo que el amor podía hacer con las personas. 

—¿Estás seguro de que la princesa tiene el derecho de romper este contrato? — preguntó. —Sin ninguna duda. La única persona que le puede librar de esta boda es ella. —Entonces así será —dijo el sultán, asintiendo con la cabeza—. Omar, te has superado a ti mismo. —Su Excelencia, no tengo que recordarle que la princesa sí que quiere casarse con usted, así que los detalles del contrato son de alguna manera irrelevantes. —No son irrelevantes —dijo el sultán, arrastrando las palabras—. Quizá la princesa quiera casarse conmigo ahora mismo, pero con tiempo y un poco de... persuasión... estoy seguro de que pronto se dará cuenta de que este matrimonio no es para ella. 

—¿Planea influir en su decisión, Su Excelencia? —Sin duda. El problema está resuelto, Omar. La princesa Alexandra va a decidir que casarse conmigo sería una muy mala idea. Pretendo ocuparme de ello personalmente —dijo, esbozando una maliciosa sonrisa.


Una Princesa Rebelde (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora