Sabía que como todos los viernes por la noche, ese también iría con sus padres a visitar a sus tíos. Vivían a media hora de su casa y siempre se reunían para charlar sobre cómo había ido la semana y tomar algo.
Así que cuando vi salir al Alfa Romeo Giulietta rojo del garaje, me levanté de donde estaba y caminé con paso decidido hacia su edificio. No eran más de las ocho de la tarde, por lo que el portero todavía estaría allí y decidí usarlo como método para entrar.
- Hola, Fran. – Saludé intentando mostrarle una de mis más preciosas sonrisas.
- Buenas tardes, señorita. Usted debe de ser la chica que acompaña en más de una ocasión a Marina, ¿no es así?
Fran era alto, de mediana edad, delgado y siempre mostraba su lado más simpático, intentaba llevarse bien con todas las personas que pasaban por ese edificio y no me sorprendió en absoluto que me recordara.
- Sí, así es. Y por lo que veo no te has olvidado de mi cara, ¿eh? – Respondí burlonamente.
- Por supuesto que no. Los años pesan, pero la memoria sigue funcionando como siempre. – Sonrió. - ¿En qué puedo ayudarle?
- Pues…vengo a darle a Marina unos apuntes que se dejó olvidados la semana pasada en mi casa. ¿Podría abrirme?
- ¡Por supuesto, faltaría más! – Sacó el llavero del bolsillo de su pantalón, buscó la llave correspondiente al portal y abrió la puerta. – Adelante. – Dijo sujetándola para que pudiera entrar.
- Muchísimas gracias, Fran. – Dije mientras entraba.
- No hay de qué. Que pase un buen día.
- Igualmente. – Sonreí.
Suspiré cuando escuché la puerta cerrarse tras de mí. No sé cómo no se había dado cuenta de que no llevaba ningunos papeles en la mano ni nada que se le pudiera parecer a unos apuntes, pero me alegraba de que hubiera sido así porque, de lo contrario, me hubiese sometido a un interrogatorio que me habría llevado directa al banco del parque.
Empecé a subir las escaleras (ya que así haría menos ruido que usando el ascensor) y me paré cuando vi el cartelito de “ÁTICO” delante de mis ojos. Sí, había llegado.
Me coloqué frente a la puerta con la letra C, esa que tantas veces había tenido delante, y recordé que Marina siempre guardaba una llave debajo del felpudo. La "llave salvadora” la habíamos llamado, ya que en más de una ocasión nos había salvado de no quedarnos en la calle tras regresar de una noche de fiesta, pero hacía tiempo que ya no era así. Cuánto habían cambiado las cosas en apenas dos semanas…
Me agaché y la cogí, efectivamente todavía estaba allí. Abrí la puerta de su casa tratando de no hacer mucho ruido y la cerré con el mismo silencio.
La casa era grande (no se podía esperar menos estando en una sexta planta) y estaba perfectamente amueblada al estilo modernista. Marina me contó que se mudaron allí hacía ya tres años porque sus padres siempre habían estado interesados en una vivienda por esa zona, pero ella nunca estuvo de acuerdo con el cambio. Sin embargo, tuvo que resignarse, ya que hay cosas que no se pueden debatir.
Me deslicé por el pasillo central que daba a tres de las habitaciones y no tardé en dar con la que me interesaba. Había estado allí infinidad de veces por lo que conocía todo como la palma de mi mano. Abrí la puerta del dormitorio de Marina y entré. La búsqueda había comenzado.
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No te olvido.
Teen FictionÉl, el chico más vacilón, egocéntrico, orgulloso y pijo de todo el instituto. Una sonrisa bonita, un guiño inocente, un susurro al oído, un chiste malo, y ya tiene a cualquier chica rendida a sus pies. Cualquier persona en su sano juicio se hubiera...