Flechazo

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El humo de tabaco sale de mi boca mientras muevo mis pies algo intranquilo. Ella estornuda y me mira con rencor, sus ojos azules se clavan en mí y se lo que quiere pero me niego a complacerla.

-Cenfe apaga el cigarrillo- exige- me hace mal que me estes tirando el humo en la cara y al bebé también le hace mal.

Ruedo los ojos y lanzo el cigarrillo al suelo para luego pisarlo.
No hablo, no contesto, no emito sonidos y eso comienza a desesperarla. Noto su expresión de desencanto frente a mi indiferencia e intento comportarme como debería pero no lo logro. Estoy incómodo y es imposible ocultarlo. Su paciencia comienza a agotarse.

-Sabes que no hace falta que vayas conmigo- juega con el llavero que cuelga del cierre de su mochila evitando mirarme- puedo hacer esto sola.

-Mi deber es acompañarte- respondí.

-No quiero que estes acá por obligación Tomás y menos con esa cara de culo. No te necesitamos, puedo hacerlo sola- sus ojos se cristalizan, sé que miente.

-Ya se que no me necesitas pero yo igual estoy para ustedes- me compadezco y de verdad lamento mi compartamiento- Perdón, estoy un poco nervioso por todo esto.

-Yo también estoy nerviosa y te entiendo pero me molesta que me mires todo el tiempo como si te hubiera cagado la vida.

-Perdón, no es mi intención hacerte sentir mal. Solo que es un poco difícil, todavía no me acostumbro a la idea de que voy a tener un hijo.

La rubia no respondió, simplemente ignoró mis palabras y para ser sincero yo hubiese hecho lo mismo.
Últimamente solo salían cosas hirientes de mi boca y no es que lo quiera así, simplemente las escupo sin siquiera detenerme a pensar.

Entramos al hospital y me siento en la sala de espera mientras Mía se anota en la recepción.
Una embarazada acaricia su vientre a punto de explotar mientras quien aparenta ser su marido susurra cerca de su ombligo.
Es una escena colmada de ternura y alegría. Sin embargo para mi es casi incomprensible.
¿Cómo se puede sentir algo por una persona que todavía no conoces?

Quizás ya perdí todo rastro de sensibilidad y es que nisiquiera intento generar un vínculo con la panza de Mía. No la toco, no la siento y las veces que la pienso no suelen ser de buena manera.

La rubia lo siente, siente el rechazo y juro una y mil veces que no es mi intención pero no puedo hacer nada al respecto.

La puerta del consultorio se abre y la mujer de delantal blanco pronuncia su apellido. Mía se para y con una sonrisa me invita a acompañarla para presenciar este momento.
Acepto más por compromiso que por deseo.

La ecografista sonríe con simpatia mientras la rubia se recuesta en la camilla, levanta su remera dejando ver su panza que poco a poco crece.
La mujer prepara los aparatos, Mía ríe con entusiasmo y yo siento un nudo en la garganta.
Comprendí que ella ya esta comprometida con algo que yo aún no termino de digerir.
Yo que me creía mucho más maduro y centrado que esa rubia arrogante. Los papeles se intercambian y no puedo evitar sentirme el malo de la serie.

El aparato cubierto en gel se posiciona sobre su piel haciendola estremecer.
Las imágenes borrosas se presentan en el centro de la pantalla y Mía derrama una lágrima de felicidad, acarició su cabello rubio frente a su ternura.

-¿Quieren conocer el sexo?- me pregunta la especialista.

-Bueno, está bien- respondo mirando a la rubia que asiente con entusiasmo.

El aparato se mueve por la panza de Mía hasta que encuentra el lugar exacto para darnos la noticia.
No puedo decir que estaba entusiasmado, quizás un poco curioso.

Yo te ví en un tren (C.R.O - Cazzu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora