Inicio de la aventura

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- ¡Amaia, vas a llegar tarde y el partido de hoy es muy importante!

Mi madre era el mejor despertador humano, no pararía de chillar hasta que me levantase, era estupenda en muchos sentidos, pero siempre habría preferido que su método de despertarme hubiese sido un pequeño beso en la frente y unas caricias, ya que, con aquel espectáculo de gritos, la mayoría de los vecinos ya se habrían enterado de todos los detalles.

- Estoy en proceso de salir de la cama mamá, no necesitas llamarme más veces, ¡gracias por despertarme!

Ese día tenía partido, mi madre lo consideraba importante, pero yo no, era un encuentro como otro cualquiera en el que debía esforzarme como la que más ya que perder no era una opción. Jugábamos un amistoso contra la selección japonesa, que este año había conseguido muy buenos resultados en las clasificatorias.

Tras ir al baño y lavarme la cara para despertarme mejor, entré en la cocina a engullir el fabuloso desayuno que mi progenitora había hecho, ella lo llamaba su desayuno especial del match day, era una comida contundente, para que no me faltase energía durante todo el día, había fruta, cereales, lácteos, proteínas, todo lo que pudieses imaginar se encontraba en esos momentos delante de mí, en aquella mesa.

Tras acabar con toda aquella comida me puse en marcha, tenía que terminar de prepararme y de hacer la mochila para no llegar tarde. Busqué mi preciado uniforme de juego, una camiseta con los colores de la bandera española y el número cuatro seguido de mi apellido, Uceda, en la parte trasera, sumándosele unas mayas cortas rojas con el número estampado en el lateral.

Me sentía orgullosa de los colores a los que representaba, aunque supongo que esa sensación la tendrían todos los que se pusiesen la carga de representar a su país ante los demás. Es verdad que esa vez era distinto, tras varios años siendo la capitana de la selección junior por fin había sido llamada a las filas de la selección absoluta, a mis diecisiete años era algo con lo que muchos solo han soñado.

Mientras estaba terminando de preparar la mochila mi madre llamó a la puerta y asomó la cabeza.

- Ami, deberíamos de hablar sobre lo que te mencionaron de esas becas tan importantes, no deberías de tomarte este partido a la ligera, sabes lo que significaría para tu futuro ese tipo de honor -suspiré, sabía de sobra que si conseguía aquella beca deportiva de la que me habían informado, mi futuro estaría más despejado que nunca, pero no iba a jugar por la beca, lo haría por mis colores y por mi país.

- Mamá, te voy a decir lo mismo que la última vez que lo mencionaste, yo juego siempre enserio y dando lo mejor de mí, si no son capaces de ver eso o no soy lo suficientemente buena para ellos no es decisión mía, ni de cómo juegue el partido.

Asintió y volvió a cerrar la puerta para que pudiese terminar de arreglarme y estar lista para irnos en cualquier momento, no queríamos llegar tarde a ninguna cita con la cancha de vóley.

El voleibol se había convertido en la pasión de mi madre desde que yo empecé a practicarlo, ella aprendió conmigo, se emocionó mientras me veía a mí crecer y ahora, sufría en la grada, alejada de mí al igual que los demás aficionados.

Tras terminar de guardar todo y colocarme la cinta del pelo en su sitio, me puse la mochila en el hombro y fui a buscarla para emprender el viaje hacia un nuevo partido.

Mi padre y mi hermano se reunirían con ella cuando este último terminase su partido de fútbol, se perderían la gran ovación que la grada tenía pensada darme hoy como felicitación por mi primer partido con la absoluta.

Nos montamos en el coche y nos pusimos en camino hacia el pabellón de Entrevías, en Vallecas, donde nos tocaba jugar en aquella ocasión y, tras media hora de viaje, llegamos sanas, salvas y sobre todo con muchas ganas de todo lo que vendría.

¿El deporte lleva al amor? (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora