Capitulo. 20

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¿Cómo pudo cambiar tanto la vida en solo unos meses? Como todos los veinticinco de cada mes desde que nuestra madre nos dejó, encendí una vela en su memoria y rogué su protección una vez más. Lineth, Bell y Charly me acompañaban rezando en silencio con la esperanza de que nuestras palabras la alcanzaran donde quiera que estuviese.

— ¿Crees que mamá nos esté viendo en este momento, Naomi? — Preguntó Bell en su inocencia.

— Por supuesto, ella nos cuida todo el tiempo...

Era extraño el pensar como nuestra vida comenzaba a mejorar a pesar de su ausencia, lentamente los más pequeños habían dejado de llorar durante las noches, aunque extrañaban a nuestra madre ya no clamaban por su ausencia... Quisiese o no, debía ser consciente de que ellos probablemente ni siquiera recordasen su rostro o su voz con el paso del tiempo. Los mayores, por otro lado, aprendimos a sobreponernos y el ajetreo diario consiguió alejarnos de cualquier pensamiento negativo. Lineth y Bell dejaron pequeñas florecillas alrededor de la vela y Charly le obsequió un dibujo de todos nosotros. La vida estaba avanzando...

Unos toques en la puerta nos indicaron entonces que un nuevo día comenzaba para nosotros, Francis Russo nos esperaba para iniciar la jornada de trabajo. El sol nos dio entonces la bienvenida iluminando la enorme extensión de campo que ahora compartíamos todos, las plantas crecían adornando la tierra de aquel hermoso color verde. Las cercas que dividían nuestros terrenos desaparecieron y desde nuestro hogar era capaz de ver en toda su extensión las tierras de los Brown, Russo y los McDougal; mis vecinos eran buenas personas que no dudaron en aceptar nuestro trato, conservarían sus tierras y podrían trabajar las nuestras si querían, pero a cambio dividiríamos las ganancias; y a decir verdad no espere que fuese también. Cada una de las familias se encargaba de su especialidad, así que nuestras granjas iban en camino a convertirse en las tierras más productivas del pueblo.

— Permiso, permiso. — Gritó Jane desde la cocina y Francis no dudo en lanzar una carcajada al observar como el trío de los desastres iba de un lado a otro cargando nuestra carreta con comida.

— ¿Es que acaso la familia Lane nunca descansa? — Se burló el muchacho.

Ciertamente, al ser tantos cada uno comenzaba a ocuparse de las cosas que realmente quería hacer, Jane, Jacob y Harry llevaban comida a los más necesitados todos los fines de semana, Elizabeth estaba aprendiendo a ser autosuficiente nuevamente, Eleonor apenas y paraba en la casa, Lineth, Charly y Bell aprendía a leer y escribir correctamente y los más pequeños estaban casi siempre al cargo de la abuela Russo quien adoraba cuidar de ellos mientras yo resolvía cualquier asunto para el que me necesitaran.

Francis nos llevó entonces a la gran McDougal para ver a los nuevos potrillos mientras charlábamos de las cosechas y toda la parte de finanzas, realmente aprender a llevar tantas granjas no era sencillo y las primeras semanas mis reuniones con los jefes de las otras familias resultaba risible; sin embargo, estaba empeñada en aprender sobre todo y aquello era suficiente para impulsarme.

— ¡Son tan lindos! — Chilló Lineth subida a una de las cercas. — ¿Podemos ponerle nombre?

— Ese será Beto 2, Beto 3, Beto 4... — Señaló Bell.

— Tonta, no todos pueden llamarse Beto. — Se burló Charly.

Me gustaba verles tan emocionados. Pero cuando me giré hacia Francis esperando que me dijera todo sobre tan hermosos animales, este observaba hacia otro punto con un gesto confuso, siguiendo su mirada descubrí a un muchachito esperando pacientemente en nuestro jardín.

— ¿Esperabas a alguien? — Dudó Francis a lo que yo negué.

Era extraño, las personas del pueblo no solían visitar las granjas, mis hermanos no tenían amigos aparte de los hijos de los Russo y los Brown, y personalmente no acudía al pueblo desde hacía bastante tiempo. Curiosa por la presencia del chico, decidí regresar y a medida que me acercaba la situación se volvía cada vez más extraña, pues el delgado muchacho lucía buena ropa y zapatos; sin embargo, su piel tostada por el sol y la delgadez de su cuerpo no concordaba. Para cuando llegué hasta él, Elizabeth ya había salido de casa, pero no pude escuchar de qué hablaban.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora