Instrucciones.
Bien. Justo ahora quiero que sepas que estas cartas no tendrán fecha ni mucho menos: ese tipo de información queda en incógnita. La única manera de diferenciarlas es por el número de cartas. Ésta, por ejemplo, será la primera carta.
Si algún día me dejas, Elliot, quiero que sepas algunas cosas sobre mí:
En el momento en el que estoy escribiendo esto, tú estás en la cocina y, a decir verdad, adoro que te preocupes por mí de tal manera sólo porque te dije que me sentía enferma.
Me he dado cuenta de que, sin saberlo, amo cuando me asfixias, y eso es por el hecho de que nunca nadie lo había hecho antes. Te gusta apegarte a mí como un chicle a los dientes, y puede que para algunas personas el hecho de que lo hagas parezca aburrido, pero no lo es en absoluto.
Y bueno... esta vez te hablaré de algo importante: mi infancia.
Una vez conocí a un niño... uno lindo.
Siempre tenía las mejillas de color rosa y eso hacía que sonriera y quisiera besárselas... pero mamá me había dicho que las niñas no besaban las mejillas de los niños (Si tan sólo mamá supiera ahora). Por otro lado, el niño también tenía ojos marrones, pero tan lindos y brillantes que me hacían desear estar con él sólo para vérselos todo el día y... bien, supongamos que el niño se llamaba Pol y la niña Peyton. La pequeña Peyton pensaba que era normal eso de que Pol fuera de color rosa. Pero luego, un día, su prima (no tan dulce) fue a visitar a (la sí dulce) Peyton, y ella le había dicho que Pol no era de ese color, sino que él se sonrojaba al verla, puesto que, si Pol veía a la prima de Peyton, su color era normal, pero si veía a esta última... la historia era diferente.
No, creo que esta historia de Peyton y Pol va horrible. Mejor prosigo normal.
Me gustaste desde un principio, Elliot. Sin darme cuenta, me hechizaste desde que éramos niños con tus lindas mejillas y ojos, dejando atrás el hecho de que todos te decían bobo. Incluso mi familia (lo siento).
Lo que quiero decir es... que pasé la mejor infancia del mundo junto al chico de mejillas rosas.
Pero luego te fuiste, y aún recuerdo que tenía ocho años en ese entonces. Todo iba mal: papá y mamá se mudaron a Pennsylvania y me dejaron con mis tíos, que no hacían nada más que abusar de mi cuerpo. Quiero decir, no sexualmente, pero sí me obligaban a hacer trabajos que sólo haría un adulto, y con un poco de ayuda. Sin embargo, los hice. Sola. Incluso cuando alguien se ofreció a ayudarme, las cosas terminaron mal porque acabó despedido. Entonces todos se enteraron y pronto dejaron de ayudarme. Es decir, mi tío no les pagaba mucho, y ellos necesitaban dinero para mantener a sus familias, así que, ¿por qué arriesgar sus traseros por una niña cualquiera?
No te digo esto para dar pena. Te lo estoy escribiendo porque sé que a veces me miras fijamente y quisieras entrar en mi cabeza para saber qué estoy pensando, y ahora es donde te lo digo. Cada vez que mi mirada se pierde en un punto es porque recuerdo mi infancia, cada cosa dura y humillante que me hicieron pasar mis tíos. Hasta que un día, cuando cumplí los 18 y por fin tenía suficiente dinero reunido como para viajar desde ese lugar hasta la ciudad, escapé. Me fui y me volví una chica de ciudad. Esos idiotas nunca pensaron que el poco dinero que me daban desde los ocho iba a ser de mucha utilidad en diez años más.
Conseguí trabajo. Con mis ahorros alquilé un departamento; estudié, fui a la universidad; te volví a conocer, me enamoré. Y por fin he llegado a ese tipo de etapa que no quiere ser superada. He llegado a la etapa en la que quiero quedarme toda mi vida.

ESTÁS LEYENDO
Si algún día me dejas.
RomanceCuando la impetuosa y pasional Elina Goldman se introduce por error en la vida del enigmático Elliot Girward, su vida se ofusca: por él y en torno a él. Su comportamiento le revela a Elina que oculta un secreto, y aunque en contadas ocasiones piensa...