7. Del episodio 30 - Una noche con Can

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-¡Qué frío hacía en aquella habitación! Me estaba congelando. Temblaba y empezaba a pensar que me moriría. Por la mañana encontrarían mi cadáver, ¿me echaría de menos Can si eso sucedía? ¿Me lloraría?
»La ventana no se podía cerrar bien. Me había envuelto en la bata y me había metido en la cama con varias mantas pero... ni por ésas. El frío me calaba los huesos.
»Salí tiritando al pasillo y me fui hacia recepción con la esperanza de poder cambiar de habitación. Mi mundo se vino abajo cuando el recepcionista me dijo que era del todo imposible. Entonces pensé en quedarme a dormir en uno de los salones comedores, al menos allí no pasaría frío aunque por la mañana amaneciera toda dolorida por haber dormido en una silla.
»Fue cuando apareció tu tío Can, Sule. Dios mío, ¡qué hombre! Me derretía sólo con mirarle. El estómago se me volvía del revés y las mariposas volaban dentro de él. Mi corazón siempre palpitaba a un ritmo acelerado cuando él estaba cerca. Incluso ahora, después de tantos años, me sigue fascinando. Sigo sin creerme que llevemos juntos treinta años. Yo aún me siento una chiquilla cuando estoy con él.

...

-Bajé a recepción a por agua. Me moría de sed. ¿Y qué fue lo que me encontré? A tu madre en recepción, envuelta en una bata rosa, con un pijama de franela -algún día te contaré la historia de ese pijama, hijo- y unas zapatillas de conejito. Me tuve que aguantar la risa floja que me entró. Si es que... en el fondo no dejaba de ser una niña. Una mujer de pies a cabeza en el exterior, pero el corazón puro de una chiquilla. Y esa mirada... esa mirada... me tumbaba. He conocido a muchas mujeres en mi vida a lo largo y ancho de todo el mundo, pero nadie como tu madre, Ateş, te lo aseguro. Ella sonría y yo me sentía de nuevo un niño.
»Era inocencia envuelta en fuego; un fuego que me quemaba y me abrasaba. Me sentí atrapado por ella desde el primer momento. Desde que la confundí en aquel palco con Polen. Su mirada de gacela. Cierro los ojos y puedo verla una y mil veces. Los días que pasaron después del accidente, donde yo no podía recordarla... fueron para ella un infierno y, pese a no recordarla mi mente, mi cuerpo sí que lo hacía.

...

-Se cachondeó de mis zapatillas. Eran de conejito. -Sanem sonrió al recordar-. Pero en cuanto supo lo que ocurría, como un buen caballero, me ofreció intercambiar la habitación. ¿Intercambiarla? ¡Ni de coña! ¡Moriría él en lugar de mí por el frío! No lo podía consentir. Me negué en rotundo y lo hice con la loca esperanza de que acabara por ofrecerme lo que yo realmente quería: compartir habitación con él.
»Me ofreció la segunda cama. ¡Ja, segunda cama, los bemoles! Aquello era un futón donde ni un niño podría dormir. No podía siquiera estirarme. Di vueltas y vueltas mientras él intentaba leer. ¡Yo no quería que él leyera! Lo que yo quería era que abriera el cobertor del otro extremo y me invitara a dormir allí.
»Me sentí indignada cuando no me lo ofreció y me levanté enfandada arrastrando la manta; tenía la firme intención de irme pero... no sé cómo, al final él cedió. Y a mí me faltó tiempo para aceptar la invitación que realmente buscaba.
»¡Ay, Sule! Pienso en ello y de veras que no sé cómo pude echarle tanto valor a la situación. Nos acostamos y realmente parecíamos un matrimonio peleado porque... cada uno nos fuimos hacia un extremo de la cama. Y, claro, el nórdico no llegaba para los dos.

...

-Comenzó a tirar del edredón cuando apagué la luz. Una y otra vez. Entre lo excitado que estaba y ella que no paraba... la noche iba a ser muy larga. ¡Y aquel pijama! No se le veía un centímetro de piel y yo me moría de deseo por ella. No se lo he contado jamás a nadie, pero conseguí que se durmiera a base de rezos a todos los dioses. Creo que no me quedó ninguno del panteón griego, romano, hitita, celta, maya, hindú o egipcio al que no le rezara aquella noche. Todo para nada porque, a medianoche, ella comenzó a agitarse -suele hacerlo mucho- y yo la tuve que encerrar entre mis brazos. Desde ese momento sí que durmió como una bendita. Recuerdo que le atrapé las piernas entre las mías y la pegué a mi pecho y fue en ese instante, cuando cerré los ojos y caí a plomo también en los brazos de Morfeo.
»Durante el año que estuve lejos de ella, no podía dormir más de dos horas al día. Quería, pero no podía. Una mañana bajé a tierra firme a comprar víveres y me topé con un anciano. Se fijó en mis ojeras, me dijo: «Las ojeras del insomne, ¿eh? ¿Cuál es tu causa? ¿Mucha actividad nocturna con tu mujer o la falta de ella en tu cama?». Le contesté que lo segundo y él respondió: «Ese insomnio sólo se cura cuando el objeto del mismo descanse entre tus brazos». El maldito anciano tenía toda la razón del mundo, Ateş. Si alguna vez te enamoras... -Can miró hacia su hijo y levantó las cejas, ¿qué ocurría aquí?- no tendrás una noche de descanso si no es al lado de ella.

RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora