1.-Las desgracias no acaban para mi pesar...

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Creía que todo estaba perdido, que la vida no estaba hecha para mí, que se me negaba
toda ocasión de felicidad.
Nací en un pueblo de Cantabria, soy la menor de tres hermanas, mi madre murió semanas
después de tenerme, por lo que el salvaje de mi padre me acusó de culpable, y puso a mis
hermanas en mi contra. Por culpa de ese animal me agredían mis hermanas, hasta que la
mediana fue atropellada cuando me perseguía para pegarme.
Tras eso mi tía me ofreció su casa de Santander para vivir con ella, aunque tenía 13 años,
era lo suficientemente madura como para saber que lo necesitaba. Por desgracia uno de
cada dos fines de semana lo tenía que pasar con mi padre.
En esos fines de semana muchas veces pensé en quitarme de enmedio, resolver los
problemas con cuchillo o con soga, cualquier idea me parecía coherente y válida. De no ser
porque sabía que tras dos días sería la niña feliz de Santander no lo estaría contando.
También ahogué mis penas en relaciones sin sentido, en las que me usaban como el
pañuelo de una niña que los ve con amor y luego ellos se deshacen de ese pañuelo, lo reciclan y otra
persona se limpia el culo con él, con el tiempo me di cuenta de que ya no necesito novios teniendo
botellas, y me prometí no tener ninguna relación más, o eso creía.
Pero el pasado 14 de junio (mi cumpleaños) cambió todo, cumplí 18 años, por lo que ni mi
padre ni nadie me podía obligar a volver a mi pueblo natal, por fin soy feliz.

Eclipse de fracaso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora