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<p class="MsoTitle"><p lang="X-NONE">Cincuenta

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">Cuando volví, Corrie estaba sentada en mi cama.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— ¿Sabe lo de tu violación?

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">Colgué lentamente mi abrigo nuevo y después me quité los zapatos húmedos.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— Hoy te he visto con él. ¿No lo sabe?

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— No, no lo sabe.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">Corrie asintió con la cabeza como si se lo esperara. Se levantó.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— Tienes suerte. En mi caso se enteró toda la ciudad donde vivía. Ni siquiera tuve la posibilidad de elegir entre decírselo a mi novio o no. Después él no quiso ni hablar conmigo. Como si yo fuera la culpable. —Fue hacia la puerta y se detuvo—. ¿De quién es?

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— No lo sé. Creo que es… de Karl. Pero no lo sé.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— Entonces tienes suerte —dijo nuevamente. Abrió la puerta y se detuvo otra vez—. ¿Cómo fue después? ¿Cómo es ahora, cuando duerme contigo?

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— No hemos… Sucedió después de que Karl se marchara.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— Bueno, te diré cómo será. Nunca te sentirás liberada del todo. Cuando cualquier hombre te toque, sentirás las manos del que te violó. Eso irá siempre contigo. Los dos que me violaron siempre estarán ahí. Siempre.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">Entonces se fue.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">Después de ese día viví preocupada. Preocupada por todo, todo el tiempo. Por Isaak, por cómo le afectaría en su relación conmigo saber que me habían violado. Pero sobre todo por la forma en que me marcharía de aquel lugar y por lo que haría después. Por todas las cosas que le había contado a Karl. Mis manos ya no se asemejaban a las de Anneke porque me había mordido las uñas. El bebé parecía sentir mi agitación y se movía sin descanso, como si caminara por las oscuras aguas de mi vientre. Cuando cogía a Klaas, protestaba y se retorcía en mis brazos. Las dos veces que fui a los controles de peso comprobé que había adelgazado; y me pasaba el día sentada en la cama, contemplando las frías montañas.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">Recibí un segundo aviso médico y, como es natural, me inquietó. Dos semanas no podían pasarle inadvertidas a un obstetra: ¿cómo he podido ser tan tonta? Ensayé ante el espejo una expresión de sorpresa y perplejidad, que luego transformaba en indiferencia. Los errores ocurren, podría alegar. Después temí que esa respuesta artificial pudiera delatarme.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">No sucedió nada de eso. El examen médico resultó desagradable: en una consulta fría, con luces fuertes y, también allí, paredes cubiertas con fotos de Hitler que me miraban con el ceño fruncido. Pero al doctor no pareció sorprenderle nada, y enseguida terminó todo. Podía vestirme.

<p class="MsoNormal" style="margin-top: 12.0pt;">— Está todo bien, jovencita —dijo el médico cuando volvió—. El corazón late con fuerza y no veo indicios de que el parto vaya a ser difícil. El feto parece un poco pequeño para tener veintiséis semanas, aunque no es para alarmarse. Pero no quiero más pérdidas de peso. Estás tomando las vitaminas, ¿verdad?

La cuna de Mi enemigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora