BONIFACIO, EL CREATIVO

2 1 0
                                    


BONIFACIO, EL CREATIVO

Al principio, Bonifacio dijo que muchas cosas no tenían los nombres que se merecían. "Lo que importa es la palabra", pensó Bonifacio. Se preguntaba cómo era posible que las piedras preciosas apenas recibieran tibias denominaciones como rubíes, esmeraldas o diamantes, por ejemplo. Esos rótulos –reflexionaba– no alcanzaban, ni aproximadamente, para dar una idea de su belleza. "Cuando digo tristeza, la palabra no me duele, no me hace llorar. Y ya se sabe que no hay creación sin sufrimiento: porque la palabra tiene que crear el sentimiento", afirmaba. A Bonifacio le parecía que el caos primigenio todavía no se había resuelto. Como si el proceso que va de la materia pura al ordenamiento universal aún estuviera en un estado larvario porque faltaban esas palabras que debían poner todo en su lugar. "La tierra sigue desordenada aunque no está vacía", pensaba Bonifacio. Entonces se concentraba en descifrar la clave de esa energía primordial, aunque había algo que eludía el secreto del verbo mágico. Bonifacio estaba seguro que todo se correspondía, incluso entre sonidos y colores o sensaciones térmicas con sentimientos: "El frío me da idea de soledad y el calor me alegra", concluía. Pero cuando especulaba sobre lo cromático también chocaba con un tema no resuelto. "¿Cómo puedo explicarle a un ciego de nacimiento el color amarillo?", se preguntaba. Comprendía que la palabra amarillo se quedaba por el camino y no reflejaba nada en la conciencia del invidente. Al llegar a estas conclusiones, advertía que tampoco referencias como azul, índigo ó anaranjado lograban traducir el arco iris en su enunciación. Entonces pasaba revista a todos los términos que recordaba sobre colores y sus variables.

Estaba el púrpura y el jaspeado pero ninguno hacía brotar la tonalidad auténtica en el espíritu. "A estas palabras les falta alma", decía. Luego, continuaba buscando posibles vinculaciones entre signos, sentimientos, personas, animales y cosas. El horóscopo le brindó material para investigar. Allí estaba el fogoso Aries entre otras ambivalencias que decían llamarse Capricornio, Piscis, Virgo o Sagitario. Estos ideografismos que representaban la rueda de la vida fueron sesudamente investigados por Bonifacio. "A lo mejor las palabras no tienen que ser escritas sino dibujadas", supuso. Buscando discernir el equilibrio que se le escapaba entre los dedos, Bonifacio conjeturó posibles relaciones entre esas "ideas dibujadas", los planetas y las estaciones del año. En algún momento percibió vestigios que anudaban elementos y conceptos como la noción de nacimiento, muerte, fuego y aire. Pero había más, todavía quedaban flotando algunas vibraciones que le hablaban de espesuras inaccesibles, ruedas cósmicas y otras afinidades que sentía en la punta de la lengua pero no lograba pronunciar.

Con el tiempo, Bonifacio creyó entender que, a lo mejor, no alcanzaba con decir una palabra. De la misma manera que resultaba necesaria dibujarla antes que escribirla, esa palabra dicha perdía sentido si no era musicalizada; quizás cantada o recitada. "Los trovadores convocaban a la gente y hasta enamoraban con su canto", recordó. La idea de una música que abriera el corazón para optimizar la comprensión del mensaje pegó fuerte en su pensamiento. "Pero lo importante sigue siendo esa palabra esquiva", dictaminó. No había dudas que el ser humano conjugaba iluminaciones y catástrofes, a veces, con los mismos matices tonales. Toda posibilidad cabía en esa potencial expresividad que vacilaba entre el todo y la nada.

Bonifacio se daba cuenta que esa división limítrofe entre vacío y plenitud podía ser tanto minúscula como infinita. Un paso en falso y terminaría retrocediendo años luz en el laberíntico casillero donde se encontraba. Había algo de paradójico en esa búsqueda porque no podía concebir la visión de luz y oscuridad en simultáneo y eso, precisamente, era lo que necesitaba. Porque la palabra absoluta debía poseer una capacidad intrínseca de albergar el arriba y el abajo a la vez. Le preocupaba, sin embargo, que todo principio de orden implicara una división teóricamente concebida como positiva. Recordó que la idea de luz era buena y se prolongaba en la denominación del término día para separarla de las tinieblas. Estas cavilaciones lo desconcertaron hasta el punto de quedar atrapado en un callejón sin salida. "Si no puedo decir algo que implique los cuatro puntos cardinales, no puedo decir nada", concluyó apesadumbrado. Al final, enmudeció.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Sep 05, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

BONIFACIO, EL CREATIVOWhere stories live. Discover now