Espíritus tenebrosos

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–Aquí están, te lo dije, ja, ja– rio con maldad una voz frente a Goldmi.

–Ya son nuestros, no pueden escapar. Mmmm, parecen deliciosos– amenazó otra, detrás de ella.

Eran seres con cierta similitud a los espíritus, como una versión deformada y malvada de ellos, y a los que envolvía un aura oscura. Goldmi puso una flecha en su arco, preparada para disparar en cualquier momento.

–¿Esa mortal puede vernos? Parece que quiera atacarnos– preguntó otro de ellos, con más sorpresa que miedo.

–Debe tener ser sensible a nuestra presencia y habrá percibido algo. Pero es imposible que pueda vernos, y aún menos atacarnos– respondió otro, que parecía ser el jefe del grupo.

–Je, je, claro. ¿Cómo va un estúpido mortal a vernos?

–Mirad lo que he encontrado– anunció de pronto otra voz, que venía de más atrás.

Y mientras los espíritus se acurrucaban alrededor de Goldmi, aterrorizados, apareció otro de aquellos seres. Arrastraba a un espíritu, como los que acompañaban a la elfa, cogiéndolo del pelo.

–Puede quedártelo, aquí tenemos para todos– rió el jefe.

–Je, je.

Aquella risita les puso los pelos de punta a la elfa y a los espíritus, pero no tanto como lo que sucedió a continuación. El ser recién llegado abrió la boca y mordió el brazo del espíritu, arrancándoselo y empezando a masticarlo.

El espíritu hizo el gesto de gritar de dolor, pero no salía ningún sonido de sus pequeños labios. No obstante, en su rostro se reflejaba la intensidad del dolor que lo invadía.

Horrorizada, Goldmi disparó la flecha contra quien había mordido a dicho espíritu, flecha que el resto de los seres recién llegados ignoraron.

–Nosotros nos adelantamos, tu ves comiendo.

Pero cuando se giró, su aliado había desaparecido. En el suelo, estaba el espíritu sin brazo, agonizante, pero ni rastro de quien lo había traído. Ni siquiera tenía sentido la flecha clavada en el tronco de un árbol, un poco más allá.

–¿Dónde está...?– preguntó, volviéndose hacia el resto.

Vio entonces como otro de sus aliados atacaba a uno de los espíritus escondidos detrás de Goldmi, pero, antes de llegar, una espada lo atravesó, partiéndolo en dos, provocando así que el ser se volatilizara.

–¿Cómo... Cómo es posible?

Estaba en shock, paralizado ante una escena imposible. Todos sabían que los mortales no podían verlos, y, aunque sus armas o hechizos pudieran alcanzarlos por casualidad, no les hacían ningún daño. En ese momento, recordó la flecha clavada en el árbol, comprendiendo que había sucedido con su otro desaparecido aliado.

–¡Corred, salid de aquí! ¡Puede matarnos! ¡Hemos de decírselo a...!

Pero allí se acabaron sus palabras, pues una flecha lo atravesó, consiguiendo lo imposible de agujerear su espíritu, y acabar con aquella vida que había sido corrompida.

Los otros intentaron huir, pero la arquera fue más rápida y precisa. Una flecha atravesó la cabeza de uno de aquellos seres etéreos. La siguiente acertó en otro con la misma precisión. Uno tras otro, fueron alcanzados y eliminados por una arma física que no debería poder hacerles ningún daño, por alguien que no debería poder verlos, pero lo cierto es que todos desaparecieron para siempre del mundo.

Goldmi corrió entonces hacia el espíritu que yacía en el suelo, mientras la lince la miraba. No podía ver qué sucedía, pero podía intuirlo en parte a través del vínculo que las unía.

Los otros espíritus salieron de sus escondites, reuniéndose alrededor del herido al que le faltaba un brazo. Pusieron entonces sus manos sobre éste, y un suave brillo los recorrió, transfiriéndose al herido.

Poco a poco, el brazo perdido fue de nuevo tomando forma, mientras que los espíritus encogían levemente. La mueca de dolor desapareció del rostro del espíritu, el cual miró su nuevo brazo con los ojos muy abiertos, para luego saltar sobre la elfa. La pilló por sorpresa, así como el beso que le dio en la mejilla, o el abrazo con sus diminutos bracitos.

Todos se pusieron a saltar y bailar alegremente, celebrando que habían sobrevivido, que estaban vivos. Continuamente le daban las gracias a la elfa, inclinándose ante ella, besándola también en las mejillas o abrazándola, y mientras ella los observaba maravillada.

Cuando se calmaron, empezaron a discutir sin sonido. Continuamente hacían gestos, señalaban a uno y otro lado, más de una vez hacia la elfa, la lince o la dirección de la aldea. Finalmente, se calmaron, habiendo llegado a una decisión.

Se despidieron, agitando las manos enérgicamente hasta que se perdieron en la espesura, todos menos dos. Estos dos las guiaron a través de la selva, evitando los peligros que acechaban entre las sombras.

Goldmi no tenía claro si el resto de animales temían acercarse, si de alguna forma los respetaban o veneraban, o si simplemente eran capaces de evitar los peligros. Lo cierto es que llegaron sin mayores problemas al borde de la aldea de iniciación.

Goldmi y la lince atravesaron la barrera que la protegía, pero los espíritus se quedaron fuera, despidiéndose como lo habían hecho sus amigos, y perdiéndose también en la espesura.

–Se han ido– anunció la elfa, a lo que su hermana simplemente asintió.

Le había contado todo lo que había sucedido, y ambas estaban preocupadas ante la aparición de aquellos seres tenebrosos, cuya aura incluso la felina había percibido. No sabían quiénes o qué eran, sólo podían especular que quizás fueran algún tipo de versión malvada de los espíritus, o quizás otro tipo de seres. Pero tenían claro que, fuera lo que fuesen, no eran seres que pertenecieran a la selva, ni que hubieran venido con buenas intenciones.

Pero, por ahora, no era algo sobre lo que pudieran hacer nada, les faltaba demasiada información, así que volvieron la vista hacia la aldea.

No había nadie, ni rastro del vigor que había existido allí en el juego. Recorrieron el lugar vacío, en el que sólo destacaban los talleres abandonados. Algunas herramientas habían empezado a oxidarse, y algunos materiales mostraban signos de estar deteriorándose, como pieles o tejidos.

Decidió guardarlos en el inventario, no tenía sentido dejar que se estropearan allí. Si bien ella no poseía ninguna de esas profesiones, quizás podía dárselos a alguien, a Eldi, como siempre.

Se detuvo y suspiró. Eldi no estaba allí. Tampoco Gjaki. Quizás también habían llegado a aquel mundo, o quizás no. Le era imposible saberlo, le era imposible saber si había llegado alguien más aparte de ella, y no tenía forma de averiguarlo. Lo que tenía claro es que no podía confiar en ello, debía valerse por sí misma.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora