Elisabeth
Esperaba sentada en una sala con puertas de cristal y una decoración muy minimalista que olía a limpio y ambientador. Todo era blanco y transparente. Delante de mí había una mesa con un simple jarrón sobre ella. Nunca me había gustado ese tipo de decoración tan simple, no me transmitía nada. Sin embargo, me parecía apropiada para sitios como aquel. Una empresa no tenía demasiado que expresar, tampoco.
Llevaba allí sentada media hora y aún no me habían atendido. Pero pensé que la espera podría acabar mereciendo la pena, pues estaba a las puerta de cumplir mi sueño. Aquella editorial podría impulsarme a la fama. Una fama que llevaba ansiando demasiado tiempo.
Cogí aire de nuevo. Estaba muy nerviosa. Miré a mi alrededor y me encontré con la mirada gris de una mujer que parecía ser casi diez años mayor que yo, de treinta años o un poco más. Me dedicó una pequeña sonrisa y yo se la devolví cortésmente.
—¿Es tu primera vez?—me preguntó sin borrar esa sonrisa de su cara.
Asentí algo nerviosa y ella volvió su atención al documento que tenía en las manos. Yo miré el mío y tan solo fui capaz de ver borrones, letras y manchas que no cobraban ningún sentido sobre el papel blanco. En aquel momento estaba tan confundida que no era capaz ni de distinguir lo que tenía delante. Estaba tan nerviosa e impaciente que creí comenzar a sentir punzadas de dolor en el estómago.
Cogí aire repetidas veces y me obligué a calmarme. No podía entrar a hablar con el editor estando tan nerviosa, en ese caso no sabría qué decir y todo resultaría un desastre. Me miré las manos temblorosas y algo sudadas mientras mi novela reposaba en mi regazo.
Fue entonces cuando la secretaria alta y delgada que me había atendido antes entró por una de las puertas de cristal a la sala de espera y dijo mi nombre mientras miraba un papel.
—Elisabeth O'Connell. —Levanté lentamente la mano, como si me encontrara en mitad de una clase llena de personas. —Puede pasar ya. Sígame, por favor.
Me sentí ridícula al instante y bajé la mano con rapidez, cogí mi novela y me puse en pie. Antes de salir, la mujer que tenía sentada a mi lado me dedicó una última mirada llena de apoyo, un apoyo que provenía de un desconocido, pero igualmente lo acepté con una tímida sonrisa.
Caminé detrás de la esbelta secretaria y me sentí estúpida. Yo, que intentaba caminar con cuidado centrándome en no caer con los zapatos de tacón, y ella, que caminaba ágil y con rapidez a través del largo pasillo hasta llegar a una puerta entreabierta, esta no era de cristal.
La miré y ella alargó un brazo para indicarme que pasara.
—Buena suerte, señorita O'Connell.
Asentí con la cabeza y murmuré un "gracias" antes de poner la mano sobre el pomo plateado de la puerta y empujarla para poder entrar sin problemas.
Editor. Cuando me hablaban de un editor me imaginaba un hombre ya entrado en años, con el cabello canoso o incluso con falta de él, un poco gordo o demasiado delgado y no muy guapo. Me imaginaba un hombre demasiado mayor y poco atractivo como para ser accesible de algún modo.
Y me equivocaba. Todos mis prejuicios y estereotipos se habían esfumado nada más abrir la puerta y encontrarme con la figura de un hombre alto y fuerte vestido con un traje gris y una corbata de un color azul oscuro. Tragué saliva y ascendí la mirada hasta llegar a su rostro. Un rostro realmente masculino y apuesto, la mandíbula ligeramente marcada y una incipiente pero cuidada barba que le cubría como si fuera césped recién cortado; una piel suave y cuidada y una nariz recta y algo grande pero que no descoordinaba en absoluto con su tamaño, después unos ojos azul oscuro algo grandes, rodeados por un abanico de tupidas pestañas negras. El cabello negro peinado descuidadamente.
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Edición Limitada [Incompleta]
Romance¿Puede alguien cambiar el miedo? ¿Puede abrirse un corazón que parece estar congelado? La visión romántica e inocente del mundo que posee Elisabeth O'Connell, una joven escritora, podría cambiar la manera de ver las cosas de otro. Ella intentará hac...