Satisfied (Lams)

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1780, un baile invernal, tres semanas antes.

Pero si había a alguien a quien culpar, ese era a mí. Yo con mi absurda idea de encontrarle una esposa que pudiera desviar sus sentimientos de mí. Esos sentimientos, aunque en un inicio no eran más que gloria por los cielos y cánticos de aleluyas, ahora se habían transformado en gritos de auxilio que venían directo del Tártaro, y no era solo mi alma la que sufría la condenación eterna, también era la de Alexander.

Por eso en el baile no hice más que mirar desde la lejanía y aparentar interés en las damas que abundaban. Por eso ignoré las veces que él bailaba con una y cortejaba a otra en menos de un minuto. Por eso cuando una de ellas le presentó a la que parecía su hermana, suspiré y caminé al balcón, esperando que nadie notara mi ausencia, aguardando a que las estrellas me dieran la respuestas que tanto necesitaba, y aunque estas no se movieron y estaba seguro que parecía un loco desesperado mirando a la nada, alguien también parecía estar en la misma trémula situación que yo.

—¿También cayó en sus redes de amor? —le pregunté a la dama con quien Alexander había bailado apenas entró.

Su mirada estaba perdida en los setos del jardín, y balanceando una copa en su mano, volteó el rostro y este se petrificó por la sorpresa de que alguien como yo, un supuesto caballero, me refiriera a ella de ese modo; sin embargo, cada día quedaba menos de ese caballero y más de un hombre necesitado que igual podría estar de rodillas en el paredón, con varios cortes y moretones, y no habría diferencia entre el que hablaba a la luz de la luna.

—¿Disculpe? ¿Quién se cree para hablarme de ese modo? ¿Sabe quién soy, no es así? —intentó levantar sus paredes, pero conocía esa y muchas más máscaras, uno se vuelve experto con la práctica.

—No estoy muy seguro, pero conozco esa mirada, la veo en mí todas las mañanas.

—Creo que no le sigo —colocó la copa en la barandilla del balcón y jugueteó con sus dedos antes de tomar un respiro y extenderme su mano—. Estoy consciente que esta no es la forma debida de presentarnos ni la locación, aunque hay algo en usted que exuda confianza. Mi nombre es Angélica Schuyler.

—¿Y eso debería ser importante por qué...?

—Veo que no es como los demás caballeros, señor...

—Laurens, John Laurens —sacudí su mano en lugar de saludarla con un casto beso en el dorso, eso pareció agradarle.

—Señor Laurens, cualquiera hubiera comenzado con elogios al escuchar mi apellido, pero usted no. ¿Me permitiría conocer la razón?

—¿Me prometería llevar el secreto a su tumba? —ella asintió y yo confesé solo para nuestros oídos—: Las damas no son mi fuerte.

Los segundos se convirtieron en minutos que pensé en retirarme ya que la podía haber incomodado, pero había algo en su persona que me decía "espera a que procese el cañonazo que acabas de disparar, genio" y al cabo de un cuarto de hora en el que el silencio reinó, finalmente ella habló:

—No voy a criticarlo, cada quien hace con su vida lo que le venga en gana. Aun así, ¿sería descortés de mi parte preguntarle acerca de su primera observación?

—Ja, ¿las redes del amor?

—Una peculiar elección de palabras, pero sí.

—Usted bailó con mi amigo, de hecho, fue la primera dama que llamó su atención. No intente negarlo, los vi. Parecía caminar en nubes de plata y con cada paso que daba demostraba la innata coordinación que usted, señorita Schuyler, tenía con mi buen amigo, Hamilton.

—No sabe de lo que habla.

—Debe cuidarse de su elocuencia y elegancia al hablar, es su arma de doble filo y si no tiene cuidado, saldrá lastimada.

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora