Aldea de iniciación

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Fue al pensar en Gjaki cuando recordó uno de sus errores más habituales en el juego, el de no comprobar las nuevas habilidades adquiridas cuando subía de nivel. Y recientemente había subido a 4. Le hubiera resultado embarazoso reconocerlo si Gjaki o Eldi hubieran estado allí, sabiendo que se hubieran reído a gusto como solían hacerlo en el pasado. Aunque embarazoso, el recuerdo le resultó cálido y nostálgico.

Decidió que no podía demorarlo más y revisó su hoja de personaje, comprobando por primera vez que el rostro de la lince había aparecido, mientras que, debajo de éste, seguía habiendo una espesa neblina.

–¿También podré encontrarla?– se preguntó.

Pero por mucho que se lo preguntara, no sabía ahora mismo cómo buscar la respuesta. De hecho, en el juego, no podía obtener su segunda mascota hasta el nivel 50, así que decidió esperar hasta entonces para investigarlo.

En cuanto a los hechizos, uno de ellos había pasado a iluminarse, y podía sentir que era capaz utilizarlo. Y con tan sólo imaginarlo, una Flecha Etérea apareció en su mano. Formada por maná, permite que los ataques a distancia sean mágicos en lugar de físicos, además de no necesitar flechas. La desventaja es que requiere maná, algo especialmente relevante a niveles bajos, cuando no sobra. Lo tenía en 10, al ser una de los hechizos que usaba habitualmente en el juego, y que incluso podía combinar con habilidades como Flecha Penetrante.

En cuando a habilidades, tenía ahora Daga Sorpresa. Consiste en hacer aparecer y sujetar la daga en la planta del pie, pudiendo atacar desde el talón o la punta, algo que podía coger totalmente por sorpresa al rival. Era una habilidad muy útil en los combates PvP, es decir, entre jugadores, algo que a lo Goldmi no era muy aficionada. De hecho, en el grupo, la única interesada en ese tipo de combates era Gjaki. La tenía en 6, y sólo por la insistencia de su antigua compañera de juego.

Disparó la flecha hacía un monigote de entrenamiento que había a lo lejos, creando un agujero en la diana de su pecho. Luego probó con la última habilidad por curiosidad, encontrándola sorprendentemente fácil de usar, mientras la flecha que había disparado iba desapareciendo.

–Grrrrrrr

La elfa miró a la lince, y no pudo evitar reír ante el sonido que producía el estómago de ésta, y, sobre todo, ante su mirada suplicante.

–Ya voy, ya voy.

Decidió probar con la cocina de la aldea en lugar de sacar la suya, y en un momento las hadas aparecieron a lo largo de ésta, empezando inmediatamente a limpiarla, además de separar los ingredientes que estaban en condiciones de los que no lo estaban.

Pronto, el olor del horneado de un pescado de más de cinco metros invadió el lugar. El cómo había entrado en un horno de un metro de alto por otro de ancho era algo que Goldmi había perdido la esperanza de comprender, simplemente aceptando que era así. Si podía aceptar que había vuelto de la muerte a un juego, que podía usar magia y habilidades, o que podía hablar con una lince por telepatía, lo del horno resultaba bastante sencillo de asumir.

La felina no tenía mucho interés en probar la ensalada que su hermana saboreaba de primer plato, haciéndosele la boca agua hasta que el pescado estuvo preparado. En el pasado, en una misión en el mar, habían sido atacados por cientos de aquellos peces, y pronto uno de ellos fue siendo devorado con gula por una lince, aunque sólo parte de él, era demasiado grande. El resto era almacenado para más adelante, excepto la relativamente pequeña porción que comió la elfa.

Si bien es cierto que la felina no se había interesado en la ensalada, y que había comido más que suficiente pescado, eso no significaba que dejara escapar un pastel relleno de chocolate fundido y adornado con delicioso caramelo. Al parecer, le gustaban los postres más de lo que ella misma o su hermana hubieran imaginado, y resultaban graciosos sus bigotes y hocico cubiertos de chocolate, chocolate que no lograría escapar de su hábil lengua.



Mientras el enorme animal dormía plácidamente la siesta en el tejado bajo el que estaba la plataforma de joyería, con la apariencia de un dulce e inofensivo muñeco de peluche, Goldmi había encontrado un yunque y estaba reparando las flechas que habían sido dañadas.

Ya lo había hecho con el arco, espada y daga, a pesar de que las reparaciones fueran menores, casi negligibles. Pero se había acostumbrado a hacerlo en el juego cada vez que tenía la oportunidad, siguiendo el ejemplo perfeccionista de sus compañeros.

Cerca del yunque, había tres círculos en el suelo, de colores verde, azul y rojo. Sabía, por los recuerdos del juego, que eran los portales a las diferentes zonas de leveo, y que el verde sería el adecuado para ella, pero no se había decidido a cruzarlo.

No podía estar completamente segura de lo que encontraría más allá de aquel círculo verde con extraños grabados, aunque sabía que, una vez más, sólo estaba retrasando la decisión. En aquel momento, no tenía ningún otro lugar al que pudiera ir, y el círculo verde era casi el único camino que podía ver frente a ella.

Tarde o temprano, tendrían que explorarlo, o explorar la selva que rodeaba la aldea. Cualquiera de las dos opciones era incierta, pero en el juego la más indicada era cruzar el círculo, y el conocimiento del juego le había sido, hasta ese momento, bastante útil. Así que, sin haberlo reconocido, había de hecho tomado la decisión de seguir el camino del juego, en cuanto reuniera el coraje para dar el paso, y en cuanto descansaran.

Se había hecho tarde, y, de hecho, la comida había sido casi a la hora de la merienda. Así que se hizo de noche mientras Goldmi paseaba por la aldea abandonada, de tanto en tanto limpiando el polvo de una mesa o una silla, o, más bien, dejando que una de las hadas lo hiciera por ella. Mientras, la enorme felina sólo abría un ojo de vez en cuando, desde su privilegiada posición en el techo.



Colocó su pequeño castillo en el centro de la plaza, y, mientras miraba hacia la inexplorada selva, preguntándose que se escondía en las sombras, su hermana se coló. Se la encontró en la cama, pero, lejos de enfadarse, se acurrucó junto a ella, apoyando la cabeza sobre el suave pelaje, y dejando que una de las patas la abrazara.

Se sintió segura y confortable en su sueño, como no se había sentido en mucho tiempo, dejando que la calidez de su hermana de alma la embriagara y penetrara en sus sueños, al mismo tiempo que ésta se dejaba invadir por una sensación similar.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora