Capítulo VII

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Había sido un día más en la rutina de las cuevas del Cuervo. Despertaron temprano y desayunaron juntos. Hodor llevo a Bran con Lord Brynden seguido de Lyanna que iba un poco más saltarina de lo normal mientras charlaba animadamente con Verano, el lobo huargo del muchacho. Los hermanos Reed fueron a cumplir sus deberes. Meera salió a cazar mientras Jojen iba a con los niños del bosque.

Las visiones si habían sido sorprendentes aquella vez, mostrándole a Lyanna las piezas que le faltaban. Solo le quedaba saber que había sido del hijo de Lyanna Stark, y cuando estaba a punto de averiguarlo, Jojen la había despertado con violentas sacudidas mientras una bandada de cuervos los rodeaba entre graznidos.

El joven de luminosos ojos verdes tenía grandes ojeras debajo de los ojos mientras algo de alivio pasaba por su rostro. Como si hubiera esperado demasiado aquel momento.

Lyanna no pudo preguntar nada por qué el joven salió disparado hacia una de las cuevas alejadas. Con una facilidad inesperada, Lyanna se encontró dentro de uno de los cuervos que la rodeaban y volando hacia la salida de la cueva. Formando un semicírculo completo alrededor de la cueva se encontraban en perfecta posición los muertos. No eran quince como aquella vez que se encontró rodeada de ellos junto a Manosfrías. Eran, mínimo, mil cadáveres. Y en medio de ellos, encima de arañas gigantes, estaban cuatro de ellos. Altos, delgados y elegantes, con sus manos alrededor de armas hechas de hielo al igual que su armadura. Uno de ellos, el que estaba al centro, levantó la vista en menos de una milésima de segundo, clavando la vista en el cuervo que controlaba Lyanna, mandándola de inmediato a su cuerpo otra vez.

Meera se había levantado detrás de su hermano, Hodor se encontraba en pánico en una esquina y Verano se encontraba en posición de pelea frente a Bran, quien estaba en medio de una visión. Tratando de superar su confusión, Lyanna corrió hacia Bran, cargándolo a duras penas hacia el tipo carruaje en el que habían estado preparando sus cosas para cuando tocara huir. Un poco de comida, un par de armas, agua, pieles... no estaban preparados para lo que les esperaba.

Bran no despertaba. Se encontraba tan hundido en sus visiones que ni las sacudidas, ni el hecho de que Lyanna tuvo que arrastrarlo para acomodarlo pareció molestarle.

- Hodor – dijo con voz dulce Lyanna, tratando de trasmitir tranquilidad al gigante – necesito que me ayudes a llevar a Bran a donde practicamos.

Los niños del bosque les habían enseñado una salida trasera a la cueva, "por si acaso". Meera le había contado que habían practicado como llegar ahí de manera rápida sin perderse por los túneles y que incluso Hodor había ayudado a guiar algunas veces. Al parecer, Bran en su tiempo libre entraba en el gigante y exploraba la cueva por su cuenta.

Después de unos cuantos arrumacos, el gigante pareció reaccionar un poco, pero todo el progreso desapareció cuando Jojen y Meera llegaron corriendo y con pánico, asustando al gigante otra vez.

- Hodor... Hodor – el gigante repetía –. ¡Hodor! ¡Hodor!

- Lyanna – Jojen corrió hacia ella con dos espadas en las manos que resplandecían blancas en la oscuridad, dándoselas torpemente –. ¡Vamos!

Los ojos de Jojen brillaban con tristeza y decisión. Grandes estruendos, parecidos a explosiones parecieron inundar la cueva al igual que los gruñidos. Lyanna no había escuchado aquellos sonidos en mucho tiempo, pero estaban tan tatuados en su mente que pareció como si jamás hubiera dejado de escucharlos.

- Hodor, ¡Ayúdanos! – decía desesperada Meera, ignorando el intercambio entre su hermano y su amiga –. ¡Te necesitamos!

No habían pasado mas de tres minutos desde que despertaron, pero el tiempo parecía ralentizarse. Meera y Jojen comenzaron a jalar a Bran cuando escucharon como el techo parecía empezar a derrumbarse.

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