Día a día él siente esa urgencia, ese deseo de sólo salir y buscar aquello que tanto anhela.
Algunos le dicen que está obsesionado, que más que una afición es un vicio pero ¿a quién le importa realmente? Es su vida y puede hacer con ella lo que desee. Así que sólo toma su mochila y sale a las calles.
Lo que busca es algo muy particular, una cosa a la que nadie presta atención, por eso es minucioso en su búsqueda.
Llega al sitio donde la existencia de su obsesión abunda más, el antiguo puente de la ciudad iluminado por la farolas, ahí se sienta en un rincón, sólo, a esperar.
El muchacho llega exactamente diez minutos después que el coleccionista, su camiseta pegada al cuerpo como si fuera una segunda piel, es una tarde calurosa, húmeda, y él está tan cansado. Debe tener unos veinte años, sus ojos azules de mirada perdida y sus mejillas sonrosadas captan la atención del coleccionista que vé, curioso, como el muchacho pasa la barandilla del puente.
Hay lágrimas en su rostro, el coleccionista presta toda su atención a lo que está ocurriendo. Ya con ambas piernas fuera de la barandilla, el muchacho está a un salto de desaparecer para siempre.
"Este es uno bueno, aunque sea bastante común" piensa el coleccionista, dispuesto a atrapar aquel trágico momento en un frasco de cristal.
Y entonces llega una voz firme que hace que el muchacho vacile en su salto al vacío.
-No lo hagas, por favor -Le dice un muchacho rubio, también en camiseta, con urgencia palpable.
-Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión -sentencia el suicida, aunque su voz no demuestre la firmeza de sus palabras.
-Ella sigue con vida, Alex, los médicos lograron hacer que volviera a respirar -El rubio sujeta al otro muchacho de improviso, haciendole una llave al nivel de la cintura y tirando de él de vuelta al puente, ambos caen con un fuerte golpe a unos pocos metros del coleccionista.
-Hablas... ¿Es en serio? -Dice Alex aún en el suelo, como si albergar una esperanza fuera demasiado para él.
-Acabo de venir del hospital, tu hija está muy delicada, pero está viva. Alex, ella está viva y necesita a su papá -el otro lo ayuda a levantarse y se miran con intensidad.
Ambos muchachos se abrazan con fuerza, y el coleccionista con una sonrisa en los labios, saca el frasco de vidrio y toma la pequeña esfera de color azul, el mismo azul que los ojos del muchacho y la guarda dentro de él.
El coleccionista de momentos vuelve muy contento a su casa, casi todos los días debe conformarse con momentos airados o tristes. Las pocas veces que puede conseguir un momento feliz les da un lugar especial, un lugar de honor en su repisa, y cuando siente que alguno de los involucrados necesita fuerzas, sólo abre la tapa del frasco y este momento vuelve a la persona inmediatamente, dándole esperanza y un momento de felicidad o esperanza.
Por eso es su adicción, su vicio. El coleccionista de momentos tiene de todo tipo, para toda ocasión, y aunque abunden más los momentos malos, tristes o airados, son los momentos buenos los que realmente aprecia.
Porque son los que realmente valen la pena guardar.
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Vayamos a la Luna en un avión de papel.
RandomUna serie de relatos cortos que he escrito cuando el aburrimiento puede conmigo.