Aún lo recuerdo. Aún te recuerdo. Cada beso, cada caricia incluso cada pelea. A pasado tiempo suficiente para que las personas me pregunten qué es lo que más extraño de ti. Nunca respondo, pero siempre tengo la respuesta clara es mi mente.
Tus ojos. Los extraño más que todo. Tú mirada esmeralda siempre lograba calmarme, como si con aquel gesto pudieras ver a través de mi alma, era estar completamente vulnerable ante ti, pero con la certeza de que me protegerías. Pero rompiste tu promesa, no puedes protegerme del dolor que siento en mi pecho cada vez que te recuerdo.
No puedes protegerme de ti. De la felicidad que un día me brindaste. De la nostalgia.
Tres años intentando formar una familia sin tener ningún resultado. Dos pequeños que por mi culpa no nacieron, por ser débil. Desde aquel día mis pesadillas no eran sobre Bellatrix y su tortura, era yo sin poder hacer nada para protegerlos de ella.
La marca en mi brazo aún me recuerda lo que ella hizo. Gracias a ella, yo no puedo hacer lo que todas las mujeres, y esa era mi condena. No tenías porque compartirla, yo era la razón por la cual tú no tenías una familia.
- Ni lo pienses - tú voz era tajante, la voz de alguien que está harto de la conversación. Te levantaste de la cama en la que yo aún seguía sentada.
- No te puedo retener más, Harry - las lágrimas empañaban mi vista, y algunas ya se habían desbordado y recorrían mis mejillas - tal vez es la única manera.
- No, - era una declaración no una opinión - no firmaré nada. No me desharé de ti, como si fueras un objeto. Eres mi esposa y te amo. No pienso divorciarme.
- Tal vez nunca podré darte un hijo. - te arrodillaste frente a mí, tomando mis manos entres las tuyas, tu calidez me sorprendió pues tus manos siempre fueron más frías en comparación con las mías- Tú siempre deseaste una familia.
- Sí, pero yo ya la tengo, - besaste los nudillos de mis manos, viéndome con tus hermosos ojos verdes - tú eres mi familia.
- Pero y ¿Si no te soy suficiente?
Mi mayor temor siempre fue perderte, no quería aceptarlo entonces y no quiero hacerlo ahora. Tú fantasma aún está en la casa, incluso escucho tu voz destro de estas paredes llamándome a descansar desde el estudio. Donde ahora paso la mayoría de mi tiempo evitando entrar a nuestra habitación.
- El día que eso pase, te lo diré. Aún podemos adoptar, podemos darle una vida mejor a un niño o niña - no lo soporté más, y me derrumbe. Como siempre me sostuviste entre tus brazos - no renunciaré a ti, a nosotros.
- Te amo - mi voz sonó quebrada, justo como ahora se encuentra mi alma. Ése día me consolaste hasta quedarme dormida, aunque que yo era la causa de nuestra desgracia.
El resultado. Meses después descubrimos que había una pequeña posibilidad, y te aferraste tanto a ella que yo me sentí culpable. No podía verte a la cara, sabiendo que tal vez nuestro sueño nunca se cumpliría. Me aleje de tí, refugiándome en el trabajo y fingiendo estar dormida cuando tú llegabas a casa.
Te oía suspirar cuando entrabas a la habitación, pasadas la horas yo no podía contener las lágrimas y los sollozos se hacían más ruidosos. Veía tu perfil con mi corazón en una mano.
Días después fue la pelea. Nuestra última pelea en realidad. La causa de todo y de lo que más me arrepiento.
- ¿Qué está pasando? - preguntaste con lágrimas en tus ojos. No soportaba verte llorar, nunca lo hice. Me recordaba a la maldita guerra, siempre supe que debía protegerte y lo hice por años, pero si yo era la responsable de tu dolor estaba perdida.
