Me despierto lentamente con los ojos entrecerrados. Observo mi habitación, medio iluminada por la tenue luz del alba que se filtra por entre las finas cortinas. Suspiro y abro los ojos del todo. Intento levantarme, pero el cuerpo me dice: <<No lo hagas, ¿Por qué deberías hacerlo?>>, mientras que la cabeza me dice: <<Venga, vamos, debes hacerlo>> Todas las mañanas me enfrento a este dilema.
Y la cabeza siempre gana.
Retiro la caliente manta de mi cuerpo y me siento al borde de la cama. Ando descalzo sobre el frío suelo de madera hasta mi armario, a la derecha. Allí lo abro y cojo mi camiseta negra, unos pantalones cortos, calcetines, mi sudadera gris y mis deportivas gastadas. Me visto, me ato las zapatillas y me dirijo a la puerta, abriéndola con cuidado de no hacer ruido.
Bajo las escaleras lentamente mientras oigo la plácida respiración de mi hermana pequeña a la derecha y la de mi madre a la izquierda. La madera cruje bajo mis pies conforme voy pasando un pie tras otro a través de la gastada escalera. La chimenea ya se ha apagado, pero todavía persiste el olor a ceniza en el salón y la cocina. Rodeo el sillón negro donde antes se sentaba mi padre. Sí, antes. Antes de que muriese en un atentado hace casi doce años.
Abro la puerta con un chirrido y un frío glacial me golpea como un puño de acero. Noto como cada fibra de mí se congela y mis mejillas adquieren un tono colorado. Salgo del todo y cierro la puerta. Respiro y una nube de vaho sale de mi boca. Noto el destrozado asfalto bajo mis pies, que es lo único que todavía siento por el frío. Respiro hondo, giro a la derecha y comienzo a caminar.
Mientras lo hago, observo el destartalado conjunto de casas gastadas en las que vivo. La hierba está seca, los buzones oxidados... A mis diecisiete años, así vivo yo. Pero no siempre ha sido así. Antes de la Gran Guerra, todo el país estaba en orden. Pero entonces, los Storm, una orden de gente entrenada para protegernos, se corrompieron y fueron derrotados por el Gobierno, que ahora controlan el país. Desde ahora, los Storm son una especie extinta y el Gobierno vigila en cada rincón de del país para cazarlos y matarlos. Cualquier persona relacionada con uno de ellos es castigada con la muerte o algo peor. El caso es que el Gobierno prometió que restauraría el caos que había provocado la Gran Guerra. Y lo hicieron, en parte. Los barrios privilegiados son ahora el triple de grandes y mejores que antes de la Gran Guerra. Los suburbios, como en los que vivo yo, lo contrario. ¿Fue por falta de dinero? Posiblemente no. Lo único que pasó fue que nos ignoraron y nos dejaron tirados. Y casi veinte años después, aquí estamos. Los ricos y la clase media-alta viven de lujo, mientras que nosotros, los barriobajeros, luchamos cada día por poder comer. Esa es la gran república de mí país.
Continuo, sintiendo que los gemelos me pinchan y la respiración se va haciendo irregular conforme aumento de velocidad. Un silencio sepulcral reina, eclipsado por mis pisadas duras y rasposas. Mientras camino, de vez en cuando veo a algún que otro mendigo, y lo único que hago es acelerar antes de que se percate de mi presencia. Tras media hora y cinco kilómetros recorridos, llego al Mercado: un conjunto de puestos llenos de fruta, pan, verdura, legumbres, carne, pescado y utensilios varios. Paro y rebusco en el bolsillo de mi sudadera unas cuantas monedas. Mientras camino noto como el sudor recorre mi frente y la nuca. Me paro en diversos puestos (todo ellos de comida) y compro lo que puedo. Pero en medio de la compra, paso por un puesto de abalorios y en una cajita de madera veo un medallón con una forma de ojo de halcón con un rayo atravesándolo. Me gusta aquel medallón, pero ni por asomo me lo compraría. Tendría que vender mi habitación entera.
Estoy de vuelta con dos bolsas llenas de manzanas, zanahorias, guisantes, judías verdes y una barra de pan. Continuo por el ancho camino atiborrado de gente de todas las clases, desde el chaval de quince años que se ha gastado toda la paga del mes en comida por que no puede permitirse otra cosa, como yo, hasta la familia con ropajes caros y una limusina que los espera en la salida, pasando por comerciantes humildes y propietarios de grandes empresas. La justicia de Storm se ve reflejada en este tipo de sitios. Bendito sea nuestro fantástico Gobierno.
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EN LA TORMENTA
AdventureEn un futuro post-apocalíptico, Will vive bajo la dictadura del Gobierno, luchando cada día por sobrevivir. Pero una noche todo cambiará: Will se verá envuelto en la organización secreta de los Storm, soldados con habilidades de combate únicas que l...