04. Furia helada

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En un rincón del salón, entre un montón de leña y viejos libros, había una pesada ballesta apoyada contra la pared. Piotr se precipitó para hacerse con ella. Mientras tanto, las enormes puertas del salón se abrieron de par en par; Alexer se abrió paso hacia el interior del salón, con un rostro sonriente, como si estuviera satisfecho con lo que había encontrado. Tras él, la nieve entraba a ráfagas por la puerta, totalmente rota por el centro.

Alexer seguido por un par de soldados observaron hacia todos lados dentro del salón, encontrando con la vista al hombre acorralado, apuntándole con una ballesta.

—Que gusto poder verte, padre — Alexander le lanzó a Piotr una mirada furiosa y avanzó para detenerlo, y se detuvo de repente cuando una saeta le brotó del costado, justo debajo del hombro. Si Alexer gritó en aquel momento, el sonido quedó ahogado por la tormenta, los gritos de los habitantes resguardados y las pisoteadas de algunos soldados sobre el tabique del castillo.

Piotr vio cómo una segunda flecha se le clavaba en la pierna, y lo vio caer. Arriba, en la galería, la mitad de su guarnición tenían en las manos ballestas en vez de las lanzas y espadas de siempre. Uno de sus guardias corrió hacia su hijo, levantantando el tablero de una mesa de los caballetes. En la madera se clavaron las saetas, una, dos, tres, mientras la ponía sobre su líder para protegerlo.

—¡Maestro Alexer! —gritó un soldado —. ¡Alexer, Alexer! — Una saeta le entró por la boca abierta y le salió por la nuca. Aquel hombre se derrumbó hacia delante, tiró otra mesa de los caballetes, y lanzó por el suelo copas, jarras, platos, bandejas, nabos, remolachas y vino.

«Alexer... Tengo que llegar a su lado». Pensó Piotr al ver a su hijo en el suelo debajo de la mesa, avanzó a rastras hacia él. Sentía los miembros pesados como el plomo y notaba el sabor a sangre en la boca.

En aquel momento, el tablero de mesa que el soldado había lanzado sobre Alexer se movió, y su hijo se incorporó sobre las rodillas. Tenía una flecha en el costado, otra en la pierna y una tercera por debajo del brazo, un poco de sangre había brotado de la comisura de su labio, como si aquella ultima lo habría lastimado en demasía. Lord Piotr alzó una mano, y todos los soldados, excepto uno bajaron sus armas al instante.

—Jejeje—se burló lord Piotr de Alexer—. El príncipe de Bluegrad se levanta. Parece que hemos matado a unos cuantos de tus hombres, alteza. Pero te pediré disculpas y asunto arreglado, jeje. —

—No. —La voz de Alexer era un susurro débil—. No, padre... —

Los soldados de Piotr habían disparado sus ballestas contra su hijo, pero lejos de dañarlo realmente, parecía ser una simple trampa, Alexer se puso de pie, retiro la punta de la flecha como si se tratase de una hoja sobre su ropa. Su padre lo observo sorprendido, aquel muchacho, no era más su hijo, la visión de un pequeño niño que caía sobre la nieve se desvaneció tan pronto escucho el acero de la flecha chocar contra la piedra. Con una sonrisa Alexer levanto su puño, lanzo un grito lleno de cólera, enseguida se precipito para atacar a su padre, una ventisca se hizo presente a su alrededor, su puño apago por completo el rostro de su padre, la sangre de los antiguos vikingos y moradores de esa tierra se esparció entre los adoquines.

Los soldados sobre la galería cayeron sobre el borde, escupiendo sangre de sus bocas tan pronto chocaron contra el suelo. La luz de la lámpara se reflejaba fuera, desigualmente, sobre la nieve helada y a través de la puerta destrozada. El viento continuaba aullando y gimiendo.

Algo inhumano había llegado a Bluegrad, algo tan invisible como la luna oculta por la tormenta que debía cabalgar por el cielo, muy alta por encima de nosotros. Era el príncipe desterrado, el líder de los legendarios guerreros azules. No había ninguna razón especial que justificara su llegada precisamente en esos momentos, como no la habría tampoco para la llegada de las crudas tormentas que azotaban su tierra. Simplemente había sonado su hora, la hora de su destino, que era ésta, como éste era precisamente el lugar, esta pequeña ciudad del la Siberia oriental.

Fuera del castillo, en el patio central de la fortaleza, las huellas de los invasores, comenzaban lentamente a ser cubiertas por la nieve, que no cesaba de caer. El aullar del viento parecía tener un tono de salvaje alegría, como si disfrutara con la tragedia. Un sonido horrible, desprovisto de corazón, en el que no había nada de Dios ni de Luz.

Todo era negro invierno y un hielo oscuro que congelaba el alma. ¡La era de los Guerreros Azules había comenzado! 

The Cygnus History: Natassia del país de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora