“Algunos días podría llover.”
“Podría llover en este desierto.”
Sus pasos eran tan lentos como el recorrido de sus lágrimas por sus mejillas. Hundido en pena, nada podía opacar la tristeza que emanaba, ni siquiera la compañía que le proveía la luna, ni las luces artificiales de las farolas lograban oponer resistencia a su desdicha.
Agonía transmitida en sollozos ahogados, en repiqueteos de las suelas de sus zapatos sobre la acera y en el temblar de sus brazos al apretar sus puños con fuerza. Nadie veía las venas que sobresalían de sus manos guardadas en sus bolsillos ni lo herido de su labio inferior por contener quejidos. Era una simple sombra durante una noche estrellada.
El hecho que lo tenía a medianoche caminando en la desierta banqueta puede que fuese cruel, pero el otoño lo superaba en demasía. El frío viento y las hojas secas que bailaban en el aire con ímpetu, hacían que su cuerpo sufriera también físicamente. Al huir de su hogar—si es que tal vez aún se lo podía llamar así—, no pudo tomar siquiera un abrigo. Su camiseta de algodón blanca no era un resguardo del glacial aire que golpeaba su cara.
El pensar en su muerte se sentía liberador y opresor al mismo tiempo. En su parte le aterraba, pero también acallaría todo lo que alguna vez su madre dijo. No se sentía de más tenerlo en mente.
Si aquello opacaría la presión en su pecho, el nudo en su garganta que casi no le permitía respirar, si sus ojos ya no verían borrosos por la amargura, ¿Por qué no hacerlo? Si suicidarse era la mejor forma para arreglar los problemas, ¿Por qué no intentarlo? Nadie lloraría por él, nadie lo extrañaría. Si no tenía lazos, ¿De qué servía seguir adelante? Vivir y respirar no eran lo mismo. Además de uniones desgarradas, ¿Qué es lo que él poseía?
Soltarse.
Pasar de una barandilla y caer en picada a una autopista, ¿Sería eso la solución?, ¿Satisfacerá los gritos y burlas ebrias de su madre?
Entonces una sola pregunta retumbó en su cabeza.
“¿Por qué no intentarlo?”
Entonces su paso se volvió firme y sus brazos dejaron de temblar. Ya el gélido ambiente no le afectaba, tenía algo en mente que lo hizo pasar a segundo plano. ¿Sus lágrimas? Esas quedaron en el olvido, ¿De qué serviría seguir llorando si nadie limpiaría los cristales que emitían sus ojos? A nadie le interesaba realmente si su recorrido existía o no.
Todo lo que hacía tenía reacciones nulas, además de furia y rencor en su madre. Sólo ganaba odio, odio y más odio. Su progenitora se hacía cargo de ello, y ahora se le había sumado el novio de ella. Estaba harto, completamente en su límite.
Pero a pesar de eso…
Sus piernas temblaban.
Namjoon titubeó.
Su firme decisión osciló. Él se derrumbó en el cemento, sus rodillas estrellándose contra el suelo mientras su pecho se oprimía con furia. Sus fanales, los cuales aparentaban estar determinados a no derramar más lágrimas; lo volvieron a hacer. Sus manos escondieron su rostro. Su pecho vibró y un grito desgarrador resonó en la solitaria calle.
¿Qué es lo que realmente quería?
Tenía miedo.
Miedo de fallar o perderse un final feliz que le pertenecía. Porque luego de tanto Namjoon aún tenía esperanzas. Su corazón se calentaba de solo pensar que su madre cambiaría, que los insultos se transformarían en palabras orgullosas y que su vida se volviese una normal como la de cualquier otro adolescente; no pedía demasiado. Existía una probabilidad de que alguien escuchara su ruego y se apiadara de él —en el caso de que una deidad celestial existiese—.
Como si fuese una señal, las luces que iluminaban el asfalto, parpadearon. Una, dos veces y luego se apagaron. Carteles y casas en penumbras, todo teñido de un frívolo tono azul. Sus luceros se detuvieron de expedir salada agua y se adaptaron a la oscuridad, quien acalló la manifestación del dolor de Namjoon y sumiendo en un absoluto e original silencio.
Quietud que fue interrumpida por una dulce melodía. Encantador canto proveniente de entre los inmensos árboles. Eran tantos juntos que parecían un pequeño bosque; un retazo de verde en una jaula de concreto. Siendo de día, tal vez no le hubiese aterrado tanto la figura que se le imponía y se le presentaba esa noche.
Se preguntó si podría perderse allí, si podría encontrar una entrada a un mundo mágico donde el dolor sólo sería un vago y escalofriante recuerdo. Se preguntó, también, si ese armonioso cantar era la llave y el camino para hallarlo.
No perdió el momento hundiéndose en posibilidades; se zambulló de lleno en el verde. Sus ojos, adaptados a la luz de luna, divisaban troncos e intentaban hallar el origen de su llamado.
Esta vez su paso no se estremecía y hacía dudar de su recorrido. Namjoon sabía lo que quería, pero no lo que lo esperaba. Sus deseos permanecían en ese hermoso canto, que parecía obligar a sus pies avanzar por si solos y concentrar todos sus sentidos en él.
Fue hechizado en un instante. Atraído e hipnotizado. Logrando lo que ni siquiera aquel satélite con brillo robado que presumía como propio pudo hacer; hundir y acallar sus penurias. Por lo tanto, aquel canto no se debería considerar normal. No con el gran efecto que había tenido sobre él.
Tal vez lo que corría por su ser no era simple curiosidad, sino una innata necesidad de encontrar algo que aliviara su resentido corazón. Un calmante que podía atesorar y buscar cuando todo volvía a derrumbarse. Su emoción era grande porque nunca se había sentido de esta forma, todo ese peso yéndose delicadamente de sus hombros… nunca lo había experimentado con anterioridad, por lo tanto anhelaba con desespero tener entre sus manos aquel sedante.
Necesitaba más de esa sensación.
Más de ese dulce canto.
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Sombra de Luna. [VMon]
FanfictionDos personas destrozadas que colisionan en el mismo lugar a la misma hora. Una noche tan oscura como los fanales de una diosa griega enfurecida y canciones ochentosas, son tal vez los factores que los ayudaran a resolver sus problemas. O tan sólo el...