Dieciocho.

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Era malditamente temprano en el día como para que alguien se metiera a mi casa a estas horas

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Era malditamente temprano en el día como para que alguien se metiera a mi casa a estas horas. Era domingo, y ¿quién jodidos se despertaba temprano un domingo? Sabía que no era ninguno de los chicos, en su horario no existían las siete de la mañana, y tampoco podían ser mis abuelos, ellos acostumbraban a llegar después de las diez con el almuerzo.

Me vestí con toda la flojera del mundo sobre mis hombros, una camisa que alguno de los chicos con los que dormía había dejado hace años, y un short de pijama. Mientras arrastraba los pies hacia las escalaras, juré herir profundamente a quien se le haya ocurrido interrumpir mi sueño.

 Apenas había logrado bajar tres escalones cuando la voz que se escuchó me detuvo en seco. Restregué los puños contra mis ojos para alejar el sueño, y me concentré en escuchar las voces. Eran dos. Una de ellas era Susana, sin duda y tenía lógica, Susana sabía donde escondía la llave de repuesto. Pero la otra... respiré profundamente cuando un manto rojo cayó sobre mis ojos. Tan falsa y engreída. Insoportable.

Cady.

La última vez que la había visto fue hace dos años, cuando se entero que papá tenía cáncer, y vino a preguntar quien se quedaría con la casa. Me enfermaba pensar en ella. Y el hecho que nuevamente se atreviera a pisar mi casa después de nuestro último encontronazo. Nuestros encuentros de hecho, siempre terminaban de la misma manera, las dos gritando y casi agarrándonos a golpes. Porque Cady podría hacerle creer a la gente con los que se codeaba que era una señora de sociedad, pero había salido de los barrios bajos de Poniente, la habían sacado de los barrios bajos de Poniente, y el barrio, aunque quisiera ocultarlo, estaba impregnado para siempre en una parte de ella.

Ahora, la pregunta era, ¿qué demonios estaba haciendo aquí? Afortunadamente para mí, no tuve que bajar y encararla para obtener mi respuesta. Me senté con lentitud en el escalón, escuchando cada palabra que intercambiaban ella y Susana.

—Noreen es igual a su padre, Susana. Testarudos e incomprensibles, cuando era pequeña era traviesa, inquieta, nunca pude lograr que me hiciera caso. ¿Por qué crees que me hará caso ahorita? Has estado presente en la mayoría de la veces que nos hemos encontrado, sabes como se pone cuando me ve.

No sabía si sentirme aliviada de que ella tampoco quisiera estar aquí, o sentirme indignada porque Susana era la que la había traído. Apoyé mis manos en el filo del escalón y traté de inclinarme lo más adelante posible, con la intención de escuchar mejor lo que contestaría Susana, pero no tanto como para irme de bruces contra el suelo.

—Lo sé, Cady. Pero —un sollozo se escuchó, medio ahogado, mi reacción instantánea fue levantarme para ir a averiguar de primera mano que pasaba, pero lo que dijo a continuación me  detuvo—. Estoy tan cansada... es un martirio verla llegar llena de moretones, raspones... ¿La vez que llego con la costilla rota? Meses después cuando por fin se recupero, llego con la pierna ¡casi a la mitad! Estoy harta... Ya tengo suficiente de que preocuparme con mi hija, y con León. No puedo también con ella.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora