En el Este, el sol comenzaba a nacer indicando que era un nuevo día para el chico de ahora doce años de edad. A pesar de eso, el sol no cubrió su rostro y tampoco podía sentir la cálida sensación que otorgaba el astro rey. En aquel lugar, todas esas pequeñas cosas que endulzan el alma eran inexistentes. Su habitación tenía un color gris oscuro, y un fantasma de una ventana pintada de blanco y totalmente cerrada. Alex había intentado abrirla desde que había llegado a ese lugar pero era completamente imposible. La pintura también se resistía a irse, aunque en realidad solo tenían agua y unas pocas gotas de jabón para combatirla. No había mucho que podían hacer.
Unos golpes secos se retumbaron en la habitación, logrando que Graham despertara. Todavía un poco dormido, y sin abrir los ojos gritó:— ¡Te dije que no volvieras a perder tus llaves, Alex!
Los golpes volvieron a escucharse, y el muchacho, al ser consciente del lugar donde se encontraba y de la hora que podía ser, abrió sus ojos de golpe y se maldijo por haber gritado. Lo más probable era que la persona detrás de la puerta fuera la secretaria, o peor aún podría ser la...
— Directora —saludó formalmente al abrir la puerta y encontrarse con esa mujer que solía pasarse por sus pesadillas.
La mujer miró a Graham como si ni siquiera supiera de su existencia y lo apartó de en medio para entrar en la habitación.
— Steven James —llamó al chico que yacía aún dormido. Dormía tan plácidamente que daba la impresión de que si el mundo se acabara, él no se daría por enterado. Mientras tanto, Graham rogaba para que no se demorara mucho en despertar. La presencia de la directora lo aterraba, y seguramente se ganarían un buen castigo después de eso.
Con una mano, el pequeño movió el pie del mayor disimuladamente. Luego de unos segundos, decidió darle un pequeño pellizco en el tobillo, lo que generó que Alex despertara de golpe.
— ¡¿Estás loco?! —gritó inocente de quién se encontraba junto a su amigo.
— Tal vez si fuera a la cama en la hora estipulada, no tendría problemas con despertarse en las mañanas, señor James —dijo aquella mujer con desdén mientras le regalaba una mirada que heló los huesos de ambos niños.
Alex se levantó lo más rápido que su cuerpo aún medio dormido le permitió y tomó una posición erguida frente a la directora en señal de respeto.
— Debe estar bañado, y vestido de manera presentable en una hora —declaró la mujer— Me apresuraría si fuera usted.
Luego de esto, ambos chicos hicieron una reverencia y esperaron a estar completamente solos para empezar a hablar como locos.
— No puede ser, Grah, llegó mi fin. Necesita que me vista presentable para mi funeral —estaba muerto de pánico— Eso debe ser, Graham. No hay otra razón para la que la bruja me necesite.
Graham sabía por qué razón necesitaban a Alex. No podía haber otra. Iban a adoptarlo. Por el otro lado, a Alex no se le pasó por la cabeza aquella idea; las esperanzas de que eso sucediera habían desaparecido hace un buen tiempo, cuando nadie quería adoptarlo por ser un niño problemático. Luego comenzó a crecer, y todos saben que las posibilidades de que adopten a un niño de diez años en adelante, eran mínimas.
El menor no se atrevió a decir nada. Tenía miedo de que si lo decía se pondría a llorar y se vería como un envidioso y egoísta. En serio se alegraba porque su mejor amigo tuviera la posibilidad de tener una nueva familia, pero odiaba la idea de quedarse solo de nuevo. No sabía cómo podría vivir sin su compañía.
Mientras tanto, Alex tomaba su ropa del desorden que era su clóset y salió corriendo a los baños mientras lloriqueaba y se imaginaba escenas que desencadenaban a la muerte.
Graham se sentó en su cama intentando no colapsar. El día anterior había sentido que siempre estaría con Alex, y que saldrían juntos de ese lugar. Pero nuevamente la vida jugaba sucio con aquel pobre huérfano de tan corta edad.
Los minutos pasaron como si fueran años. El cuerpo de Graham no se había movido desde que Alex salió de la habitación. Sentía que todas sus fuerzas habían sido arrebatadas. Se sentía tan débil, que ni siquiera lograba llorar. No sabía qué hacer. Simplemente miraba la misma fría pared que lo había acorralado durante cuatro años.
De repente, la puerta del cuarto se abrió con brusquedad y fue cerrada de la misma manera. Alex apoyó su espalda en la puerta como si eso fuera a salvarlo de un monstruo que se encontraba persiguiéndolo.
Su rostro estaba más pálido de lo habitual, sus ojos estaban rojos y algo hinchados y su respiración era agitada.
— No dejes que me lleven, Grah —pidió con lágrimas rodando por sus mejillas.
El contrario lo miró con tristeza, pero era incapaz de soltar una lágrima. Simplemente suspiró y se dirigió hacia su mejor amigo. Ambos se abrazaron con fuerza como si sus vidas dependieran de ello.
— Estoy muy feliz por ti, amigo —dijo cuando ambos se soltaron.
— No quiero que me separen de ti, hermano.
La última palabra logró activar la palanca de llanto del menor. Era cierto. Ambos eran hermanos. Eran lo único que tenían en el mundo. Eran una familia.
En ese momento, la secretaria entró y comenzó a reunir las cosas de Alex en una maleta de cuero negra de aspecto lujoso, lo que le dio indicios a Graham de que su hermano iría con una familia adinerada. Alex nunca pasaría hambre o frío de nuevo y podría tener todos los juguetes y vídeojuegos que quisiera. Era lo mejor para él, Graham lo sabía muy bien.
— Veo que hoy no perdiste tu llave —bromeó recordando que Alex no tuvo que llamar a la puerta para entrar.
— Justo ahora que no voy a necesitarla —a pesar de que intentó sonreír, no pudo hacerlo. Su sonrisa pícara había sido robada. Las aventuras con su mejor amigo nunca volverían a suceder.— Recuerda que me tienes siempre a tu lado, Grah —señaló el lazo negro que llevaba Graham en su cuello.
Este tomó con sus pequeñas manos aquel dije y sonrió recordando el día anterior. La vida les había regalado aquel día como una despedida, y hasta ahora Graham se daba cuenta.
— Adiós, hermano —se despidió Alex cuando la secretaria tomó su mano para arrastrarlo fuera de allí.
— Adiós, hermano —respondió Graham observando cómo por tercera vez, perdía a su familia.