26 | Stray.

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Ray

          Si algo me molestaba, era que aquel hombre últimamente ya ni siquiera me dejaba sólo.

Se la pasaba charlando de cosas sin sentido, tal vez la edad le estaba comenzando a afectar.

Era lo más probable viendo como salía y entraba por aquella puerta cada diez minutos, con suciedad en su rostro y tierra dejada por sus zapatos al caminar.

Pero sin embargo, hubo un día en particular en donde sus palabras lograron causarme un escalofrío que hizo tiritar mi cuerpo bruscamente.

—Ray...

Me asqueaba que dijera mi nombre.
Aunque sólo asentía sin mirarlo y escuchaba.

—¿Qué crees que pase cuándo nos encuentren?— Dijo.

¿Cuándo nos encuentren?

          Jamás me había puesto a pensar en eso, creía que el destinó sería bastante bueno si eso llegará a pasar para que yo volviera a mi hogar.

Aunque es como un cuento, uno como la Sirenita, donde yo me terminaría desvaneciendo tarde o temprano en está vieja cabaña.

Hace tiempo que me rendí a querer regresar.

Así que alce y baje mis hombros. Dando a relucir mi poco interés en lo que se encontraba diciendo.

—Hummm...— Aquel hombre guardó silenció, después continuo; —. Mi querido Ray, si eso llega a pasar, ambos moriremos.

Y tomó mis hombros, susurrándome al oído lo que pasaría antes de que juntos tocáramos a la muerte.

Recorriendo por sobre mi ropa las partes de mi cuerpo que más me tenían asqueado. Estoy seguro de que ese día en que nos encuentren, no llegará.

          Ha pasado media semana desde aquella charla, y no me hace gracia encontrarme en el estado en que estoy ahora.

Amarrado y debajo de aquel cuerpo que sujeta fuertemente mis manos, aunque bien sabe que no puedo escapar gracias a las cadenas, tal vez lo hace sólo para sentirse un poco mejor.

Las luces se apagan, luego se encienden, vuelven a apagarse, delante de mí están las grandes manos que juegan en mi pecho, con aquel aliento pútrido chocando contra el mismo.

No es un cosquilleo agradable, mucho menos el dolor que sale y entra de mí  colando unas lágrimas en el proceso.

Esto está mal, muy mal. Pero también sé que moriré pronto, por lo que nada me importa y lloró en silencio mientras la furia se acumula en mis sucias manos.

El asqueroso aroma caliente se cuela por mis fosas nasales. Haciéndome querer vomitar.

Soy un desastre.

El asqueroso desastre de un pedófilo que ha ido contra de mí todo este tiempo.

Del único monstruo al que de verdad le debí de haber temido desde siempre.

¿Burlas? ¿Acoso escolar?

¿Quién conoce aquello realmente?

Charlatanes, algunos diciendo que son cosas de niños mientras que los mismos se sienten en el limbo.

¿Qué pueden decir ellos?

¿Qué pueden opinar?

Algunos dijeron, “No los tomes en cuenta.” Ya es muy tarde. “Ya te dejarán.” Pero jamás lo hicieron. “Sólo estaban jugando.”

He escuchado muchas frases así y, ¿Acaso verme así les parece un juego?

Cierro mis ojos y me dejó llevar, pienso en el dolor como uno más.

Sin embargo, no soy ningún masoquista y lo sufro con sangre y lágrimas.
Mucho, demasiado. Nada se compara.

Pensé que me iba a acostumbrar —Vaya que no fue así. Soy idiota.— , El infierno es peor de lo que todos hablan.

Supuse en este momento que había niveles para este mismo, y creo que yo ya estoy en el último.

Quejidos y sudor.

Gemidos y dolor.

Lo que ahora rodea mi cuerpo es el dulzor de sentir la nada en mi cuerpo y alma. De sentirme en blanco notando como la luz vuelve a encenderse tenuemente.

O al menos por unos segundos donde sentí que finalmente me había ido.
Porque después todo se triplicó, como una maldición que alguien me ha mandado. Condenándome de por vida.

¿A qué hora voy a morir?

¿Cuánto tiempo más pasará?

Estoy perdido.

Aunque no hace falta decirlo, desde siempre lo he estado, el dolor agudo sólo me lo confirma con embestidas que me rompen totalmente.

No es agradable, y no es del todo un cuento. El terror es palpable.

Es como una superficie con espinas que me hacen sangrar al más mínimo roce, lastimosamente no tienen veneno para matarme más rápido.

A decir verdad, casi no siento mi cuerpo, dolor, dolor, dolor. ¿En qué ayuda a decirlo? Si nadie me va a escuchar además de está madera vieja que no habla, sólo susurra.

Y aún así nadie es capaz de ponerle atención en lo más mínimo.

¿Por qué?
¿Por qué todos son tan ignorantes al dolor ajeno?

Ah... Sé que la calidez que después he sentido es sólo un mito. Algo forzado y que aquel hombre a introducido en mí.

Después se va.

Cierra la puerta a sus espaldas, me deja en soledad.

La luz se enciende, volviendo a la normalidad y dejándome ver tal y como soy.

Un asco.

Past.© [Ray x Norman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora