El sol ahora estaba escondiéndose. La noche nacía y la oscuridad total se aproximaba. Antes combatía su miedo con la compañía de Alex, ahora solo podía aferrarse a su miserable almohada y lloraba como si sus lágrimas fueran infinitas.
Su cabeza dolía y sus ojos ardían, pero simplemente no podía dejar de llorar. Ahora si se encontraba completamente solo. Había tenido suerte al ser compañero de Alex, porque el resto de los niños no deseaban hablarle, ni siquiera los que solían jugar con su mejor amigo en los tiempos libres.
Ahora llegaría un nuevo compañero y eso le asustaba aún más que la soledad. Sabía que esta vez la suerte no estaría de su lado y que probablemente llegaría alguien que lo despreciaría.
Aunque esto lo aterrorizara, Graham de a poco dejó de sentir cualquier tipo de emoción. Simplemente sus lágrimas se detuvieron y su cuerpo de relajó. Se preguntó a sí mismo de qué valía llorar y entendió que no debía tener miedo.
No estaba obligado a ser amigo de su nuevo compañero, y si intentaba hacerle daño, él podría defenderse. No era más un niño pequeño. No había nadie que lo defendiera. Debía aprender a valerse por sí mismo. Eso haría orgulloso a Alex.
Cuando su mente por fin dejó de marearlo, cerró sus ojos y se dejó llevar por el agotamiento del día.
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Al día siguiente, Graham abrió los ojos lentamente. Iba a levantarse para despertar a su amigo pero recordó de golpe que ya no tenía que preocuparse por eso. Alex se había ido.
Así que, se levantó y sin mirar la cama continua, simplemente salió de la habitación y se dirigió a las duchas. Sabía que iba a ser un infierno entrar allí y que los demás niños comenzarían a molestarlo, pero sus emociones seguían sin reaccionar, así que el miedo que podría haber sentido, no se hizo presente.
Al bañarse, se vistió con sus típicas camisetas a rayas de segunda mano que le daban en el orfanato. Siempre traían ropa en cajas y todos se tiraban a escoger lo mejor que pudieran. Él simplemente esperaba a que todos tomaran lo que quisieran y recogía las camisetas rayadas que nadie quería. Alex solía decir que se veía como un adolescente interesante, mientras él sólo reía porque en realidad se sentía como un niño tonto.
Volvió a su cuarto y tomó su cuaderno de Matemáticas para ir al salón donde todos tomaban clases con algún profesor voluntario. El orfanato no pagaba a maestros, así que estudiantes a punto de graduarse iban allí a practicar. La mayoría no duraban un mes.
La clase pasó lenta y aburrida, y Graham sólo garabateaba en su cuaderno. Lo único bueno de que no los llevaran a una escuela de verdad, y de que ni siquiera les interesara su educación, era que no les ponían ninguna nota, y no pasaba nada si se distraía.
Al salir del salón, siguió a sus compañeros al patio y caminó directo hacia el árbol donde siempre pasaba sus tardes. Se sentó en una rama alta y se sentó allí a mirar a todos.
Distinguió al grupo de amigos con los que Alex solía juntarse a veces. Él siempre quiso integrarlo pero Graham simplemente sentía miedo de los demás. Nunca logró hablar con nadie más. Así que el resto de niños sintieron que él no quería juntarse con ellos y ahora no se le acercaban y era todo culpa suya. No sabía cómo estar cerca a ellos sin sentirse algo ansioso.
Cuando ya era hora de volver, esperó a que todos entraran para poder bajar. Caminó despacio hacia su habitación. Al entrar se encontró con un cuerpo que yacía sobre la cama que horas antes se encontraba sin dueño. Seguramente era su nuevo compañero.
Intentó no hacer ruido para no despertarlo y se sentó en su cama. Lo miró intentando detallarlo hasta que este comenzó a abrir los ojos.
— ¿Qué haces ahí? —preguntó con voz áspera— ¿Por qué me miras?
Graham se quedó helado. Sus palabras salieron con ira y lo único que podía sentir el menor era miedo. Además, todo él no intimidaba. Era un tipo alto, de espalda ancha, su cabeza estaba rasurada, su ceño siempre estaba fruncido y además parecía mayor, de unos quince años.
— ¿Eres sordo acaso? —volvió a cuestionar— Ah no, ya sé, eres marica —declaró.
El contrario simplemente puso los ojos en blanco. No pensaba ponerse a pelear, ni siquiera quería hablar. No le interesaba hacer un enemigo, y menos intentar hacerse amigo de ese tipo. Lo mejor que podía hacer era ignorarlo, así que sin decir nada, se acostó dándole la espalda y cerró los ojos.
— ¿También eres mudo? —alzó su voz y saltó de la cama.
Sintió una patada en su espalda. Al parecer aquel tipo no se iba a rendir.
No se inmutó. Sólo cerró sus ojos con fuerza y esperó a que lo dejara en paz. No tenía fuerzas para defenderse, y sabía que si se enfrentaba a él, terminaría perdiendo.
— Marica —dijo antes de volver a su cama.
Graham respiró profundo. Sabía que al otro día no se salvaría de nuevo. Su nuevo compañero no iba a dejarlo en paz.
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