La falta de aire los estaba matando, pero el simple hecho de separarse les aterraba. Ha pasado mucho tiempo desde que se vieron, desde que pudieron sentir sus pieles tocarse y acariciarse.
Ha pasado mucho tiempo, querido; y ha sido una total tortura.
En una pequeña habitación de una de las grandes haciendas norteñas, dos amantes se volvieron a encontrar. Alrededor de cinco años habían pasado que se sintieron así y entre el olor de las velas, podían oír el sonido de sus corazones acelerándose cada vez más.
Miguel es el primero en separase, mira los ojos del contrario y sonríe. A pesar de que su cabello es un revoltijo y su cara se encuentre totalmente roja a los ojos del mayor le parece el ser más bonito que ha visto.
Vuelven a hundirse en otro largo beso, sin embargo, esta vez hay más movimiento. La fricción de sus cuerpos aumenta al igual que su temperatura. Sus manos recorren el cuerpo del peruano, sus nervios cosquillean al sentir el contacto que aquella piel mestiza. ¿Quién diría que alguien como Miguel me volvería loco?
Su mano derecha por fin se aventura a quitarle completamente la camisa al menor y no pierde ningún instante en tocarlo. Miguel siente las frías manos recorrer su torso y emite pequeños suspiros en respuesta, motivando al otro a subir el nivel de sus acciones; acerca su boca al pezón izquierdo y empieza a juguetear con él.
Aquellas acciones solo logran nublar aún más la mente de Miguel. Esto esta tan mal... que se siente bien, empieza a moverse en busca de más contacto y envuelve sus manos alrededor del cuello del más alto.
Suelta un gemido al sentir como su pezón es mordido. — Basta-a — agarra entre sus manos parte de la tela que aun cubre al chileno. — Sé que te está gustando, Miguel. ¿Enserio crees que no te conozco?
Manuel ignoro la cara de ofendido de Miguel y siguió con lo suyo, aprovecho que el menor estaba sujetado a él para colocar sus manos en los glúteos de este. Escucho otro gemido y sonrió antes de atacar el otro pezón.
—Manu... — el nombrado miro al emisor de aquellas palabras y pudo contemplarlo. Te vez perfecto. Con tu cabello revuelto, tus mejillas sonrojadas logrando hacer brillar tu piel y tus ojos llenos de lujuria... ¿Qué hice para merecerte?
No hiciste nada, yo ya te pertenecía.
Se sentó sobre la cama y levantando a Miguel, lo coloco cerca de su entre pierna. No sabía cuánto más podría aguantar, quería estar a dentro del pelinegro de una vez por todas, pero debía asegurarse primero que al otro también disfrutara de aquello.
—Manuel, bésame.
— Como tú digas, cantuta...
Entre caricias y besos las cosas se ponían aún más intensas; los besos eran cada vez más desesperados, mientras que ambos en este momento ya estaban completamente desnudos.
Manuel decidió empezar a mover en cierta dirección todo aquello. Empujo a Miguel sobre la cama, este quedo con su pecho rozando las sábanas blancas aprovecho aquello para elevar su trasero dejándole una gran vista a su amante, el cual al ver tal espectáculo no se contuvo en apoyar su miembro contra Miguel. Joder que la tienes grande Manuel, sintió como una de las manos del contrario se posaba en su cadera y la otra recorría su espalda provocándole espasmos, logrando así que enterrara su cara contra las sabanas.
—No sabes cómo extrañe todo esto. Irme a España fue la peor decisión que tome — desciende su mano, la cual dibujaba círculos en la espalda de Miguel, hacia el pene de este. Miguel suelta un gemido como respuesta, empieza a mover su mano sobre este y el pelinegro siente enloquecer, necesita más contacto por lo que mueve sus caderas en busca de fricción con el miembro del mayor. — Miguel... ¿Estás listo?