inmortalidad y condena

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En su segundo semestre de universidad, Jimin no consideraba todavía a alguien su amigo.

Muy sociable, hablador, le causaba gracia cualquier cosa, bastante optimista; no obstante, sin amigos.

Algunas personas consideraban que él tenía un aura agradable y una personalidad encantadora, pero a pesar de todo eso y de lo que la gente llegase a pensar de él, Jimin no se sentía a gusto con ninguno. Desde que había entrado a la universidad y no lograba congeniar con siquiera uno de sus compañeros, se cuestionaba todas las noches si es que acaso era él el problema y no las personas con las que convivía a diario.

Casi siempre llegaba a su mente un lejano indicio de qué podría ser, pero jamás le daba importancia.

Ese día se sentía diferente de alguna manera, un poco más caliente tal vez. Definitivamente no era por su peinado, ni por su ropa, puesto que siempre se peinaba de la misma manera y siempre se vestía del mismo color: el cabello peinado ligeramente hacia atrás y cayendo naturalmente a los lados de su frente, más una prenda roja que le hiciera ver sexy y casual. El rojo nunca faltaba en su ropa.

Caminó hasta una banca dentro de su facultad para sentarse y revisar su celular. Normalmente lo hacía en las mañanas mientras se vestía pero se sintió torpe al despertar, por lo que de alguna manera no le rindió el tiempo. Echó un vistazo a los mensajes, algunos los contestó, otros los ignoró, y otros más los abrió para leerlos y no responderlos. Se sentía un poco fuera de lugar dentro de esa masa de estudiantes, sin embargo, pensaba que muchos se sentían así y que solamente hacía parte de su mente. Por lo mismo, trató de unirse a un pequeño grupo que conversaba entre sí.

Guardó su celular, se levantó de la banca y caminó hasta donde ellos; ni bien había llegado, dejaron de hablar.

Todos cruzaron miradas y él enseguida se puso nervioso, hizo inconscientemente su tic peinándose el cabello hacia atrás con los dedos. Se preguntaba por qué parecían incómodos si sólo quería que lo incluyeran amablemente en la conversación. Había observado la interacción de sus compañeros antes y cuando llegaba alguien nuevo e intentaba integrarse, le ayudaban incluso, pero él no era nuevo, tenía el mismo tiempo que todos en ese grupito y no parecían querer incluirlo.

No le gustaba incomodar a la gente, odiaba sentirse una carga o una molestia, no rogaba el querer de nadie y se alejaba si veía que no lo apreciaban lo suficiente, así que sonrió apenas mostrando un poco de sus dientes, reflejando sarcasmo. Ellos le miraron apenados pero prefirieron no detenerlo cuando se dió la vuelta para irse, continuando con su conversación, sintiéndose seguros.

Fue a su primera clase del día después de unos minutos, se sentó de último en la esquina, poniendo su mochila en sus piernas y recostando su cabeza en el pupitre teniendo de apoyo sus brazos. Esperó por el profesor y no notó cuando el salón se llenó, a pesar de eso, jamás levantó su cabeza. Al llegar, el profesor dió los buenos días.

—Días... —murmuró el pelinegro con dificultad por tener su mejilla presionada contra el pupitre—. No son buenos.

Él no estaba teniendo un mal día, no se mortificaría porque no lo habían incluido en una maldita conversación, de hecho, le importaba una verga así de grande, pero su ánimo comenzaba a decaer extrañamente y sentía cómo comenzaba a sudar sin razón aparente. Levantó por fin su cabeza, seguidamente miró alrededor. Nadie parecía diferente ni hacía algo fuera de lo común, todos ensimismados. Sus manos picaban y andaban sudorosas igual que su cuerpo, las restregó por sus jeans para quitar el sudor y calmar un poco el picor.

Se removió incómodo en su asiento y no lograba comprender por qué se sentía ansioso tan de repente. Definitivamente, no sabía el por qué de sus impredecibles ganas de masturbarse.

Vínculo de Sangre | Kookmin OS  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora