Capítulo 5

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Ligia despertaba en la casa que la reina Aslaug le había dejado a ella y a sus damas, la noche anterior la había pasado festejando el fin del invierno con los hermanos, Helga y Floki, que se unieron más tarde. Les había prometido a los hermanos que esa mañana les enseñaría a usar la lanza que había regalado a Björn, además de probar las nuevas armas. Ligia abrió el baúl que tenía a los pies de la cama y empezó a buscar la ropa de combate, desde que se había convertido en reina, no había vuelto a usar esa ropa, no le permitían arriesgar su vida, pero había hecho una promesa y debía cumplirla. Al fondo del baúl encontró lo que buscaba, unos pantalones de cuero oscuro, una camisa de tela blanca, un chaleco de cuero con cristales incrustados a modo de armadura, como formando una capa de escamas, y unos brazaletes de ese mismo material, que le cubrían desde la muñeca al codo. Empezó a vestirse, pero al llegar al chaleco, vió que a este le faltaban trozos de su armadura, se colocó el cinturón con sus armas y salió con el chaleco en la mano en busca de su armera, la única capaz de arreglar las piezas faltantes. La encontró junto a los hermanos, esperándola.

-¿Aún no estás lista? – Sigurd sonaba aburrido.

-He tenido un problema... – dijo de mala gana al hermano, después mirando a la armera – Lorelei, necesito que repares esto. – le entregó el chaleco. – Le faltan algunas piezas.

-Por supuesto mi reina. – Tras una reverencia Lorelei se marchó.

-¿Tenemos que esperarla?

-Si, Ivar.

-Yo me voy a entrenar. – Sigurd se levantó y se fue.

-Ir con él si queréis, yo esperaré a Lorelei.

-Me voy a ver a madre. – Ivar empezó a arrastrarse de vuelta al gran salón.

-Si tenemos que esperar a que la armera vuelva, ¿por qué no hacemos algo? – Ubbe se levantó de la pared en la que estaba apoyado. – Aún no has visto Kattegat, el mercado estará lleno de nuevos comerciantes... - Dijo mientras le tendía la mano a Ligia, quien finalmente aceptó.

-Pues vamos al mercado. – Hvitserk repitió mientras levantaba los hombros y seguía a su hermano.

El mercado estaba lleno, pero aún seguían llegando carros de nuevos comerciantes. Pasaban al lado de Ligia y los dos hermanos, una voz resonó entre todo el alboroto.

-Reina Ligia... - La nombrada se giró, viendo a una joven bajarse de un carro, el cual paró un par de metros más adelante. La joven caminó hasta Ligia, para luego arrodillarse ante ella. – Mi reina.

-Por favor Briseida, levanta. – Ligia se agachó para quedar a su altura. – Y más en tu estado. – Dijo posando su mano en el vientre de la joven. – Hace cuanto que...

-Unas 6 lunas, mi señora.

-¿Habéis realizado ya la ceremonia?

-No, teníamos pensado hacerla al regresar al reino de las perlas, pero el viaje se ha alargado...

-Debéis hacerla ya, o será muy tarde...

-¿De qué ceremonia habláis? – Hvitserk interrumpió con curiosidad.

-Una ceremonia para pedir una niña... - Briseida hablaba emocionada mientras acariciaba su vientre con ambas manos.

-¿Una niña? Creía que las familias solían preferir varones...

-Eso pensaba yo... Hasta que llegué a su reino. – Un hombre se acercó a Briseida y la abrazó.

-¡Oh! Hola Gerd.

-Hola mi reina. – Saludó con una reverencia, para después besar a su esposa en la mejilla.

-¿Eres de su reino? – Hvitserk miró a Gerd.

-No, llegué allí de casualidad, cuando viajaba como comerciante, y pues... Era tan hermoso que decidí quedarme, después la conocí a ella... - Briseida rio dulcemente.

-Y ahora yo le acompaño en sus viajes. – Gerd sonrió a su esposa.

-Y Gerd - Ubbe miraba curioso al hombre. - ¿Tú nos dirías dónde esta ese reino? – El rostro de Gerd se ensombreció por completo ante la pregunta, mientras abrazaba con fuerza a su esposa, como con miedo de perderla.

-No. – Gerd sonó rotundo.

-Y si te ofreciéramos oro... - Hvitserk era quien hablaba.

-No.

-Sé tu temor, podríamos ofrecerte un ejercito para poder volver allí... - Ubbe seguía insistiendo.

-¡No! ¡No lo entendéis! Ningún hombre ni ejercito podría traspasar unas murallas que no puede encontrar.

-¡Dejadlo! – Ligia se interpuso entre Gerd y los hermanos. – Jamás conseguiréis que hable. – Ligia miró a Ubbe. – Sabe las consecuencias, al igual que tú. Briseida, esta noche haremos la ceremonia aprovechando la luna llena, ahora id a vuestro puesto. – Ligia miró a la joven. – Mis guardianas irán a buscaros a la hora de la ceremonia. – La pareja volvió a su carro para empezar a vender su mercancía, no sin antes recibir una mirada de agradecimiento de Ligia hacia Gerd, por su perseverancia. Tras esto Ligia se volvió enfadada a los hermanos. – Creo que me equivoqué al venir a este reino, dijo mirando a Hvitserk. – Y también dándote esa segunda oportunidad. – Miraba a Ubbe dolida. – La avaricia humana corrompe todos los corazones por igual...- Ligia estaba intentando mantener la compostura, sinceramente se sentía traicionada. – Prometí enseñaros a luchar con la lanza, y así haré, pero tras ello, regresaré a mi reino y y jamás pisaré Kattegat de nuevo. – Tras esto se giró y se fue.

-Mirad... dos supuestos vikingos llorando como mujeres por una reina ramera...- La voz de Ivar sacó del trance a los hermanos, que hasta entonces habían permanecido estáticos, con la misma expresión de tristeza, mezclada con arrepentimiento en el rostro de Ubbe.

-No soy una mujer. – Hvitserk iba a sacar su hacha para atacar a su hermano, pero se detuvo y decidió adentrarse en el mercado alejándose de sus hermanos.

-Y tú, ¿qué? – Ivar intentaba provocar a su hermano. – La chica de la playa. – Decía con tono de burla. – La enviada de Njördr... - terminó riéndose. – Una reina ramera. – Ivar parecía que saboreaba las palabras, disfrutando de provocar a su hermano.

-Cállate. – Fue lo único que Ubbe dijo antes de irse, intentando, al igual que Hvitserk, evitar un enfrentamiento con su hermano. Decidió ir en busca de Ligia, quería disculparse.

Ligia salía de su casa, había decidido cambiarse, viendo que ese día no entrenaría con los hermanos. Tras ponerse un vestido blanco con adornos de coral rojo en los hombros, se encaminó a la playa en busca de Lorelei. No tardó en llegar, pero Lorelei ya no se encontraba allí, debía de haber acabado de arreglar el chaleco. Ligia miró el mar, lo añoraba, caminó hasta la orilla, dejando que el agua mojase sus pies descalzos. Extrañaba el agua, miró alrededor, no había nadie, se introdujo en el agua con el vestido hasta que esta le rozaba el vientre, tras esto se hundió en ella, pasó un largo rato hasta que volvió a la superficie, nadó hasta la orilla y se arrastró por la arena, quedando sentada en esta, dejando que el agua mojara una larga y hermosa cola de tonos azulados y plateados que brillaban con la luz del sol reflejada en ellos, al ritmo de las olas el agua llegaba hasta ella, estaba relajada y calmada.

-Ligia... - Una voz rompió el sonido de las olas. Ubbe estaba tras ella, con la mirada desencajada y sin poder pronunciar palabra alguna, excepto – Ligia...

The soul of the seaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora