Capítulo cuarenta y cinco.

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–Ey dulzura... –dejó su taza y tomó mi cintura jalándome hacia él–. Si le dices algo a mi hermana toda nuestra diversión se arruinará. Ella va a venir a quedarse aquí y no podremos hacer nuestras... cosas.

–¿Qué cosas? –cuestioné coqueta a sabiendas de su referencia.

–Pues... –miró mis labios y sonrió mientras me rodeaba con ambos brazos–. Cosas como estar así de cerca.

–¿Y...? –cuestioné mientras deslizaba mis manos por su pecho hacia sus hombros.

–Y besarnos –depositó un corto besito en mis labios para luego sonreír.

–Bien –luché por contener mi sonrisa–, me has convencido. No le diré nada a tu hermana, pero –me parte ligeramente de él con cuidado de no hacerlo emplear fuerza en su brazo.

–Ay no, odio los peros –suspiró.

–Tienes que decirme cuales son esos asuntos que debes resolver.

–Ah... –sonrió–. En realidad, no es nada importante, solo debo ir a recoger algo de ropa de la tintorería y al correó para retirar un paquete que me enviaron mis padres. Ah, y lo de ir al hospital para que me inyecten más drogas –hizo un puchero asintiendo con su cabeza y sonrió mostrando sus encías.

–Más drogas... –repetí sus palabras poniendo en blanco mis ojos y negué con la cabeza.

–Los medicamentos son drogas –aclaró con simpleza.

–No vas a desistir ¿cierto?

–Nop –sonrió dulcemente.

–Entonces después de clases yo voy a acompañarte a hacer todas esas cosas que dices que tienes que hacer. Si vas a conducir con ese brazo adolorido por lo menos debes estar con alguien en caso de que algo suceda.

–¿Me cuidas?

–Si. Porque me lo pidió tu hermana y todos tus amigos antes de irse.

–Esos malditos... –gruñó él–. Ni me los menciones.

La alarma de mi teléfono interrumpió la plática, tenía que apresurarme si quería llegar a tiempo a clases.

–Encenderé el auto –informó Bloo mientras salía de la cocina.

Fui a prisa al baño y me cepillé los dientes para luego salir al patio donde Bloo ya esperaba por mí.

–Gracias por llevarme –le dije mientras metía mis muletas hacia el asiento trasero y después subí al auto.

–¿Cerraste la puerta?

–Si –respondí sin mirarlo mientras me colocaba el cinturón.

–¿Llevas todo?

–Si mamá –respondí sarcástica pero sonriente.

Él carcajeó y puso en marcha el auto, durante el camino pude verlo hacer ligeras muecas de dolor; su nariz se arrugaba ligeramente y apretaba sus labios mientras respiraba profundamente por la nariz, tal vez pensaba que es bueno fingiendo, pero no lo es.

Al detenernos por la luz de un semáforo en rojo estiré mi mano hacia su muñeca izquierda tomándola con cuidado para ponerle el brazo contra el pecho y agradecí que no se resistiera.

–Descansa el brazo al menos cuando puedas –le expliqué mientras mantenía mi mano sobre la suya.

–El semáforo no dura demasiado como para descansar... –me miró momentáneamente y regresó su atención hacia adelante.

RUDEWhere stories live. Discover now