26. Las flores nacen sin arrepentimiento

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Yuri trató de que no se le notara el hecho de que llevaba toda la semana esperando ver a Otabek. De por sí, las ganas de verlo predominaban en él más que cualquier otra cosa, pero ahora con todo lo que había pasado y sintiéndose más confiado que otras veces, en serio quería poder verlo.

Además de eso, todo el espectáculo de Alina con su prometido en casa solo hacía que tuviese más ganas de irse. El tal Pyotr no le caía mal, pero sí que le daba rabia lo amable que podía ser en ocasiones. Era obvio que amaba a Alina, y que trataba —y de una manera muy pacífica, por cierto—, de llevarse bien con todos los allegados a ella. Nikolai estaba feliz de que su hija encontrara el amor en alguien estable, pero Yuri, Yuri no estaba tan convencido.

Pyotr se quedó en su casa toda la semana que él estuvo allá, y sin que hubiese necesidad alguna de eso. Yuri sabía que el tipo tenía una mansión enorme en uno de los vecindarios más costosos de la ciudad, la había buscado en Google y todo. El tipo tenía que ser importante si su empresa llevaba su bendito apellido. De igual forma, Yuri suponía que su madre había armado todo meticulosamente para que uno se acostumbrara a la presencia del otro.

Pero, lo que más le desconcertaba, era despertar por las mañanas y ver a los dos susurrar entre ellos, su madre encantada tratando de cocinar para los demás, los besos que la pareja se daba en ocasiones. Era extraño vivir con alguien que lucía como un padre.

Mientras iba directo a su casa dentro del internado, sintió su teléfono en el bolsillo, y sin querer, abrió la aplicación antes de poder fijarse de quien era el mensaje. Era de Mila, y si entre los planes de Yuri estaba ignorarla por un rato más, ella se encargó de decirle que ni se le ocurriera hacer eso. De inmediato, le llegaron otros mensajes con «vi que estás en línea», «me ignoras y cortamos relaciones, Yuri Plisetsky».

El corazón le dio un vuelco por un momento. Recordó a Otabek, y a Mila, y además de eso no supo que sentir. Se reprochó a sí mismo, y le culpó al cansancio, a la extraña semana que había tenido, y a sí mismo una vez más. Se suponía que Otabek tenía una novia. Y por primera vez la idea de haber traicionado la confianza de su amiga le pesó como nunca.

Iba a decirle a Mila. Es decir, parte de él le gritaba que tenía que hacerlo.

Trató de huir de ello en Moscú, donde le era fácil pensar en otra cosa. Pero ahora, justo en la posición donde se encontraba, era difícil. Negó con la cabeza. Quizá era mejor que no le dijera nada, que él olvidara todo lo que había pasado, y que cada quien siguiese su vida como si nada. Incluyendo, Otabek en su vida teniendo novia, y Yuri en su vida de soltero para siempre, porque se le había ocurrido la brillante idea de enamorarse del peor chico del que podía estarlo.

Esa vez, Mila no lo esperaba en la sala común de su casa, sino que se sentó en uno de los bancos de las áreas verdes y balanceaba las piernas mientras utilizaba el teléfono. No llevaba puesto el uniforme todavía, ya que los fines de semana antes del regreso a clases no eran obligatorios. Al ver a Yuri, sacudió su mano y dio palmaditas al banco, indicándole que se sentara a su lado.

Cuando lo hizo, ambos se quedaron en silencio. Yuri, porque se sentía como alguien a punto de ser descubierto, a la expectativa de que Mila se levantara y empezara a gritarle que ya no serían amigos, que tenía el corazón roto, que lo que había hecho no tenía perdón, entre otras cosas. Pero eso no pasó.

Al ver a Mila, esta suspiró y apretó los labios, y Yuri sintió la preocupación acrecentarse en él. Mierda que lo hizo, porque era Mila Babicheva a quien tenía al frente. Una de las personas más fuertes que Yuri conocía, en todos los sentidos. Y verla así, instaló en él un sentimiento de que algo estaba mal.

—¿Qué pasa si te digo que Sara me gusta? —preguntó ella, mientras veía al frente—. Y que... ¿es probable que me gusten las chicas en general?

Handsome Devil [OtaYuri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora