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Durante las últimas horas, he estado pensando mucho en mi papá.

Me sorprendo a mí misma cuando, tras analizar la situación, llego a la conclusión de que sigo siendo su fan número uno. Y es que como padre, es intachable.

Mi papá siempre ha procurado que nada me falte y, de vez en cuando, me ha dado algún que otro lujo. Estuvo además conmigo, escuchándome y aguantándome, en los momentos críticos de mi adolescencia. En mi etapa de rebelde discutía muy a menudo con mi madre, pero con mi padre todo eran risas y pasividad. Él se convirtió, sin querer, en mi sitio favorito, en el refugio ante todos mis problemas. En el bueno de la película. En el héroe.

Sin embargo, hace dos meses todo dio un giro inesperado. Mi papá cambió de bando y pasó a convertirse en el peor de los villanos cuando engañó a mi madre con su secretaria.

Mi madre se enteró de todo por una amiga, que fue testigo de unos cuantos besos furtivos producto de aquel romance prohibido. Ante ello, no dudó en sacar unas cuantas instantáneas que luego servirían como prueba de lo que estaba contando.

Esa misma noche, mi madre le increpó a mi padre su traición y él no tuvo cómo defenderse. Yo estaba en mi habitación escuchando todo mientras luchaba por no romper a llorar al ver a mi familia destruirse ante mis ojos.

Los siguientes días fueron tan grises que casi no los recuerdo con claridad. Solo sé que, de un momento a otro, las cosas de mi padre fueron desapareciendo de mi casa hasta que cada rastro de él se acabó esfumando del lugar que él había convertido, un día, en mi paraíso.

Fue recién semanas después que una serie de conflictos internos me pusieron a pensar en si a veces es menester dividir a la persona en varios aspectos de sus vidas antes de emitir un juicio respecto a ellas.

Por ejemplo, si alguien hablara del desempeño de mi padre como esposo, probablemente diría que es malvado y egoísta por haber engañado a la mujer con la que estuvo casado por más de veinte años. Sin embargo, si otra persona tuviera que hablar sobre su calidad de persona, diría que es un tipo asombroso y que vale la pena conocer. Que es empático, trabajador, honrado. Y si yo tuviera palabras para él como padre, no haría más que deshacerme en halagos.

Sí, mi papá se equivocó y fue egoísta, pero bajo ningún término es una mala persona.

Lo mismo pienso ahora mismo de Fabián. Puedo decir que no lo conozco, pero estoy más que segura de que es un buen chico. Un chico del que, quizá, me tocó conocer su peor cara.

Puedo imaginar que es un buen hermano, un buen amigo, una buena persona. Es una lástima que no se aplique también en su faceta de novio.

Algunos podrían decir que es una etapa de inmadurez, pero mi padre y sus cuarenta y nueve años dirían lo contrario.

Ahora entiendo que el tema de la infidelidad es más complejo de lo que se comenta.

Ser infiel no te convierte en un monstruo, pero tampoco es algo que se deba normalizar.

Mentir es tan o más necesario que el agua para las personas, pero dañar, aunque sea en lo más mínimo, debería ser el límite a la hora de hacer o dejar de hacer cosas.

Hoy me he sentido burlada. Mi mamá también se sintió así en su momento. De hecho, ella es precisamente el mejor ejemplo de que de amor nadie se muere, de que sobran motivos para levantarse y de que siempre hay un mañana menos grisáceo y más esperanzador.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora