Los sables chocaban entre sí y el sonido de metal contra metal se apoderó de la sala. Peeta apretó con fuerza la empuñadura del sable e hizo un magnifico movimiento que provocó que la gente que los estaba observando emitiera un grito ahogado colectivo. Peeta los ignoró ya que toda su atención estaba centrada en su oponente, cuya identidad estaba oculta bajo la máscara. Por primera vez en su vida no podía anticipar los movimientos de su contrincante, que se movía como un verdadero atleta.
Cuando le habían informado de que la princesa Kantiss había insistido en verlo practicar la esgrima antes de aceptar que trabajara para ella como guardaespaldas durante su viaje a Zangrar, le había parecido divertido... aunque también le había irritado. Era la primera vez que luchaba por un capricho femenino.
Había pensado que iba a vencer a su contrincante en cuestión de minutos, pero no estaba siendo así. Aunque le sorprendió el hecho de que se estaba divirtiendo. Se preguntó quién sería el hombre que había detrás de aquella máscara. Acostumbrado al aburrimiento, sintió cómo la adrenalina se apoderaba de sus venas y se juró a sí mismo que iba descubrir la identidad de su oponente. Durante el combate, no pudo reprimir una pequeña risa de admiración ante un brillante movimiento de aquel misterioso hombre, que no era muy alto pero que era atrevido e intrépido.
Distraído por unas risas, miró hacia el público y vio a un grupo de mujeres que estaban observando el combate con gran interés y coquetería. Se preguntó cuál de ellas sería la princesa Kantiss. Pensó que ella debía ser una mujer mimada a la que le divertía que los hombres se pelearan por ella. Volvió a centrar su atención en el duelo de esgrima.
Su oponente, que parecía estar tomándose aquello de manera personal, parecía inundado de una nueva energía. Pero él decidió que el combate ya había durado demasiado y realizó un perfecto ataque que le valió la victoria. Respirando profundamente, se quitó la máscara.
—He ganado —dijo, tendiéndole la mano a su adversario tal y como marcaba el protocolo—. Así que, como he matado al dragón, supongo que me he ganado el derecho de proteger a la princesa. ¿Quizá me la podría presentar para que me pueda dar mi próximo reto? ¿Pistolas al amanecer? Quítese la máscara. Merezco ver la cara del hombre con el que acabo de luchar. Su oponente vaciló, pero finalmente obedeció.
—No soy un hombre —dijo ella con una sexy voz diseñada por la naturaleza para derretir al sexo contrario.
Peeta respiró con fuerza al ver cómo una masa de pelo oscuro caía sobre unos delgados hombros. Aunque sabía los peligros que frecuentemente acechaban detrás de una belleza tan espectacular, se quedó deslumbrado. Observando con diversión la reacción de él, ella le tendió la mano y volvió a hablar.
—Yo soy la princesa Kantiss —dijo en voz baja—. Y se supone que tú debes ser mi guardaespaldas. El problema es que, en realidad, yo no quiero un guardaespaldas. Se suponía que no ibas a ganar el combate. Me temo que has realizado el viaje en balde.
¡Había perdido! Desesperada porque él no se percatara de cómo le estaban temblando las piernas, Kantiss observó cómo la incredulidad se reflejaba en la atractiva cara de él al darse cuenta de su identidad. Aquel hombre era guapo y fuerte. La estaba mirando detenidamente con aquellos hermosos ojos azules que tenía y ella, atrapada por la fuerza de su penetrante mirada, sintió cómo algo peligroso y desconocido cobraba vida dentro de su cuerpo. A continuación se sintió invadida por una explosión de conciencia sexual. Sintió cómo se le debilitaban las rodillas debido a la pasión que sintió en la pelvis, pero se obligó a seguir mirándolo a los ojos y esperó a que empleara la deferencia y el respeto que ella sabía se le debía.
Él era un guardaespaldas. Ella era una princesa de sangre real y estaba acostumbrada a que los extraños la trataran con la debida formalidad. Pero aquel hombre no estaba intimidado ni impresionado por su título ni por su posición. En vez de ello, se quedó allí de pie con mucho orgullo, como si estuviese acostumbrado a dar órdenes y a ser obedecido inmediatamente.
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Una Princesa Rebelde (Everlark)
RomanceÉl deseaba una esposa inocente... Peeta, sultán de Zangrar, estaba seguro de que su esposa sería una mujer obediente y amable... pero se encontró con una joven desafiante que llevaba fuego en los ojos. Desde luego, tampoco sería virgen, pues era u...