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Sin decir ni una palabra, Kantiss tomó la pequeña maleta con la que había viajado, se levantó y se dirigió hacia la parte trasera del avión. Pensó que un viaje de cuatro días por el desierto era demasiado peligroso. No sabía qué era lo que le ponía más nerviosa, si el hecho de estar en un lugar al aire libre en el cual William podía interceptarlos en cualquier momento o el hecho de estar con Peeta. Todavía se sentía avergonzada por haberse apoyado en el hombro de él mientras estaba dormida. No comprendía cómo había dormido tan profundamente. Durante los anteriores dieciséis años jamás había dormido diez horas seguidas. Y le sorprendió que acabara de hacerlo... y lo había hecho acurrucada en Peeta.

Como muchos otros, él tampoco creía que ella estuviera en peligro, lo que significaba que el peligro era todavía mayor ya que la distraería cuando ella debería estar alerta. Y él era extremadamente perturbador. Al pensar en la otra razón por la que no quería que Peeta viajara con ella, sintió cómo el calor se apoderaba de su cuerpo. No lo quería a su lado ya que le hacía sentirse como una mujer por primera vez en su vida. La manera en la que la miraba le resultaba profundamente perturbadora. Mientras se vestía, se dijo a sí misma que sus sentimientos hacia el arrogante guardaespaldas eran irrelevantes. No importaba lo que ella sintiera, nunca había importado. Todo lo que importaba era llegar sana y salva a Citadel y casarse con el sultán.

Una vez se hubo tranquilizado, regresó a la parte delantera del avión. Iba vestida con unos pantalones de camuflaje color tierra y unas botas bajas de ante. Sintió una leve satisfacción al ver la expresión que esbozó Peeta al verla.

—¿Qué ocurre? —preguntó, dejando la maleta al lado de su asiento—. ¿Estabas esperando que me hubiera puesto tacones y una tiara? No te creas todo lo que oyes de mí, Peeta. Sabía que por lo menos íbamos a tener que realizar un pequeño viaje por el desierto y me he vestido adecuadamente. Lo que no sabía es que van a ser cuatro días de viaje. Necesito un poco de tiempo para alterar nuestro itinerario.

—Ya he realizado los arreglos necesarios —dijo él de manera autoritaria.

—Yo realizo los planes.

—No cuando viajes conmigo.

—Yo soy tu guardaespaldas y tienes que hacer lo que yo te diga. Irás donde yo vaya y dormirás donde yo duerma.

—De ninguna manera. Antes prefiero viajar sola —explotó ella.

—Hasta los locos cruzan el desierto de Zangrar con un guía.
—Pero sólo una persona que está completamente loca confía su vida a otra.

—¿Dudas de mi habilidad para protegerte? —preguntó Peeta, levantando una ceja—. No tienes por qué dudar. Vas a estar muy segura.

—Cómo voy a estar segura cuando tú ni siquiera crees que estoy en peligro? ¿Cómo vas a protegerme de una amenaza que te niegas a admitir? —Llevo el desierto en la sangre. Si alguien nos sigue, lo sabré.

Impotente, Kantiss se quedó mirándolo. Quería negarse, pero tenía que afrontar los hechos... de ninguna manera podría realizar un viaje de cuatro días por el desierto sin ayuda experta.

—¿Conoces bien el desierto? —Me podrías dejar con los ojos vendados en medio de él y yo podría regresar a Citadel sin problemas.

—Está bien, tú establecerás la ruta —dijo ella a regañadientes, pensando que él era muy arrogante—. Viajamos juntos.

Dos horas después comenzó a sentirse aliviada de no haber intentado viajar sola. El desierto era enorme y, aunque la carretera estaba despejada, también estaba expuesta. No habría podido conducir y vigilar al mismo tiempo. No había lugar donde esconderse ni donde correr.

Una Princesa Rebelde (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora