Kantiss había estado a punto de contarle algo Y la pregunta era... ¿el qué? ¿Y por qué estaba él tan interesado? Frustrado por la manera tan brusca en la que la princesa se había retirado, se quedó esperando fuera de la tienda de campaña para que ella tuviera tiempo de acostarse. Se volvió a preguntar qué era lo que había estado a punto de confesarle. Entonces entró en la tienda de campaña y vio que ella ya estaba dormida. Su bonito pelo estaba esparcido por la almohada y su boca tenía el color de las fresas maduras. Fresas esperando a ser devoradas... Incluso profundamente dormida tenía el aspecto de la fantasía más ardiente de cualquier hombre y no pudo evitar sentir un enorme deseo al estar allí de pie mirándola. Se dirigió al otro extremo de la tienda de campaña y juró que iba a mantenerse tan apartado de ella como le fuera posible. Se preguntó por qué había establecido aquella ridícula regla de que Kantiss tenía que permanecer a su lado durante todo el viaje... en realidad, el que estaba sufriendo era él. Se tumbó en su cama y esperó a que el sueño se apoderara de él, pero era imposible. Todavía estaba mirando al techo cuando momentos después la princesa gritó asustada. Entonces se levantó con la gracia y la rapidez de una pantera. Agarró el puñal con la intención de defenderla. —¿Katniss? —dijo. La tenue luz del farol que iluminaba la tienda de campaña le permitió ver que no había nadie más allí dentro. Aquello significaba que la angustia de la princesa se debía a otras causas. ¿Una araña? ¿Un escorpión? Se acercó a la cama de ella y la miró. Estaba tumbada de espaldas y ruborizada. Evidentemente estaba dormida, lo que implicaba que su angustia no se debía a otra cosa que no fuera a una pesadilla. Después de todo, quizá su conciencia la estaba perturbando. Despacio, volvió a meterse el puñal en el cinturón. Los cremosos hombros de ella captaron su atención y, al mirarla de nuevo a la cara, se percató de que tenía sudor en la frente. Entonces ella volvió a gritar y él pudo ver cómo le caían lágrimas por las mejillas. Se quedó paralizado.
Dio un paso atrás y se apartó de aquel despliegue de emociones como lo haría de una bestia salvaje. De hecho, hubiese estado más cómodo rescatándola de las fauces de un depredador. Odiaba las lágrimas. Cuando había sido niño, había tenido muchas oportunidades de ver los numerosos usos de las lágrimas femeninas, pero jamás había visto a una mujer llorar mientras dormía. A regañadientes, tuvo que reconocer que aquéllas eran emociones reales, no como otras diseñadas para obtener algo de un hombre. Se quedó allí de pie Paralizado, sin saber qué hacer, mientras aquellas silenciosas lágrimas aniquilaban sus defensas. No sabía cómo actuar con una mujer cuyas lágrimas eran sinceras. Pero entonces se dio cuenta de que no tenía que hacer nada. Ella estaba dormida, por lo que no se requería que él hiciera nada. Aliviado, estaba a punto de dirigirse de nuevo a su cama cuando ella volvió a gritar. Pero en aquella ocasión el gemido fue tan atormentado que se sintió obligado a sentarse a su lado. Se preguntó qué estaba haciendo ya que él no sabía cómo consolar a nadie. Lo normal era que él fuera la causa de las lágrimas femeninas. Decidió que la solución más simple y segura sería despertarla y que ella pudiera solucionar el problema por sí misma. La agarró del hombro y la agitó. La princesa se despertó inmediatamente y emitió un gemido. Tenía el terror reflejado en los ojos.
—¡Vete! —gritó, sentándose en la cama—. ¡No me toques! —espetó, dándole un puñetazo en el estómago con una sorprendente fuerza.
—Soy soy —gruñó él, dolorido. Le agarró el puño antes de que le pegara de nuevo—. Soy Peeta. Estabas soñando. La princesa estaba respirando agitadamente y todavía tenía las mejillas húmedas debido a las lágrimas.
—Lo siento. Yo... yo estaba soñando. —Sí —dijo Peeta, aliviado ante el hecho de que parecía que el problema estaba resuelto. Le soltó la mano y comenzó a levantarse. Pero Kantiss le agarró el brazo.
—Espera un momento. No te vayas. Por favor, no me dejes. Aquella petición fue tan inesperada que él simplemente se quedó mirándola y se preguntó qué esperaba ella que hiciera.
ESTÁS LEYENDO
Una Princesa Rebelde (Everlark)
RomansaÉl deseaba una esposa inocente... Peeta, sultán de Zangrar, estaba seguro de que su esposa sería una mujer obediente y amable... pero se encontró con una joven desafiante que llevaba fuego en los ojos. Desde luego, tampoco sería virgen, pues era u...