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El banquete de bodas fue muy glamuroso y a el asistieron cientos de personas que aparentaban querer pasar tiempo con Peeta. Kantiss estuvo a su lado y aceptó las felicitaciones que le ofrecían. Pero estaba furiosa con Peeta y aún más furiosa consigo misma por lo tonta que había sido. Se preguntó cómo no se había percatado de que era el sultán...

En un momento dado él la miró y ella sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Todavía lo deseaba y se preguntó si no tenía orgullo. Él sólo se había casado con ella una vez había descubierto que su mala fama había sido inventada. No podía fingir que aquel matrimonio tenía que ver con el amor.

Según pasaba el tiempo no podía pensar en otra cosa que no fuera la noche que tenían por delante. Cuando finalmente el sultán se levantó de la mesa, estaba tan nerviosa y le temblaban tanto las piernas que apenas podía andar.

Él la guió fuera. —¿Siempre es así? No has tenido ni un momento de tranquilidad durante el banquete —le dijo a Peeta al cerrarse tras ellos las puertas de sus cuartos privados. Kantiss miró a su alrededor y se sintió extremadamente nerviosa. Durante toda la velada había estado alterada al tenerlo sentado a su lado y odiaba el hecho de que con el simple roce de sus piernas su cuerpo había estado a punto de explotar.

Peeta se acercó a servirse una bebida. —En la antigüedad, mis antepasados decidieron que la celebración de la boda del sultán debía ser una explosión de generosidad y energía. Creo que la costumbre tiene algo que ver con el compartir la buena fortuna —dijo, sonriendo levemente—.

Según parece, creían que el sultán estaría tan extasiado ante la perspectiva de llevar a la cama a su nueva esposa que diría que sí a todos y a todo. —¿Lo has hecho tú? —preguntó ella con el corazón revolucionado. —¿Que si he dicho a todo que sí? —dijo Peeta, sonriendo aún más—. La verdad es que no, Kantiss. Pero quizá sí que he sido más asequible que de costumbre.

—Tú no tienes nada que celebrar. Este matrimonio no es lo que tú querías.

—Pero sí lo que querías tú —le recordó suavemente él con la burla reflejada en sus azules ojos—. Estabas dispuesta a viajar sola por el desierto para ser mi esposa, Kantiss. ¿Te has olvidado de ello? ¿Por qué ahora parece que quisieras salir corriendo? —Estaba desesperada por escapar de mi tío —dijo ella.

—Sí, eso lo comprendo. Y para lograrlo estabas dispuesta a casarte con un hombre al que ni siquiera conocías.

—Pero ahora te he conocido...

—Y la química entre ambos es explosiva.

Si no hubieras estado renuente a acostarte con otro hombre una vez estabas prometida con el sultán, ya serías mía. Irónico, ¿verdad? ¿Quieres que me vista de guardaespaldas y que vuelva al desierto contigo? ¿Te ayudaría eso, Kantiss? Ella se dijo a sí misma que no iba a permitir que nadie le volviera a hacer daño. Estaba muy enfadada con él e iba a utilizar ese enfado para protegerse.

—Yo estaba asustada y tú me consolaste. —¿Estás sugiriendo que la primera explosión de pasión entre ambos no fue más que un acto de consuelo? Yo creo que no —Peeta parecía pensativo—. Tú te estabas guardando para el sultán... y muy bien hecho. Afortunadamente para ambos, la espera ya ha acabado.

—¡Tú no me deseas! —explotó ella.

—No es ningún secreto que yo no hubiera elegido este matrimonio, pero soy consciente de mis obligaciones con Zangrar y ahora he cumplido con la mayor parte de ellas. —¿Parte? —La segunda parte estará cumplida cuando des a luz a nuestro primer hijo — contestó él, acercándose a ella.

—Quizá sea una niña —dijo Kantiss con el corazón revolucionado. Se echó para atrás.

—Si es una niña será muy querida. Deja de escapar —ordenó él, agarrándola por la cintura—. Te estás comportando como una virgen asustada y no tiene sentido. Ya no hay necesidad de negar la pasión que sentimos en el desierto.

Una Princesa Rebelde (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora