Te amé tanto.
Disfrutaba cada segundo que pasaba a tu lado. Disfrutaba contemplar tu mirar en silencio mientras movías aquellos cautivadores belfos que me tentaban a besarles mientras narrabas tu día, gesticulando exageradamente con tus manos al expresarte sin cesar.
Me encantaba observar tus mohines cuando algo no te agradaba, o ver tus ojos sonreír cuando algo te entusiasmaba, gracias a ello pude acercarme a contenerte antes de que si quiera lo pidieras. Necesitaba hacerte saber que todo estaría bien mientras te abrazaba con vehemencia, siempre temiendo que pudieses oír el desesperado latir de mi enamorado corazón.
Amaba escuchar tu voz especialmente cuando susurrabas entre risas cuando nos encontrábamos haciendo alguna travesura a la media noche mientras toda la cuadra dormía.
Amaba el roce de tu piel con la mía. Quemaba, y creí que podría volverme adicto a ello.
Cuando te ofrecías a hacerme un masaje facial sabía que lo hacías con la única intención de extraerme puntos negros y hacerlos explotar entre tus uñas, vaya que lo disfrutabas, para posteriormente con una hoja de áloe vera recién cortada desde el jardín, acariciaras mi enrojecida piel y luego lavarla y acabar con aplicarme algún producto para sellar. Sabía lo mucho que te gustaba y aunque no fuera fanático de las limpiezas de cutis en general, de igual forma, conseguía el modo de hacerte saber que lo necesitaba solo con la idea de tener tu total atención en mi. La necesitaba, al igual que tu cercanía que me producía espasmos internos.
Un día, incluso me toqué pensándote. Joder, quizá un par de veces. Imaginaba tu toque suave contra mi piel. Imaginaba tus suspiros entre los míos mientras arañabas mi espalda y me besabas con avidez.
Sé que tan solo sentir tu mirada sobre la mía, sonriéndome, me bastaba para ser feliz, más cuando salíamos juntos tu y yo mi corazón se hinchaba de una forma descomunal y temía por pensar en la posibilidad de poder morir a causa de ello.
Me fascinaba ir a la feria cercana frente a la playa mientras la brisa nocturna acariciaba nuestros cuerpos, ocasionando que camináramos abrazados como los dos buenos amigos que éramos. La diferencia de estatura hacía el contacto algo dificultoso, y si bien ambos lo sabíamos, nunca nos apartamos.
Tu rostro sonriente cuando comprábamos algodón de azúcar o manzanas caramelizadas tras descender de la rueda de la fortuna, visualizando todo en miniatura, era un verdadero poema. Tus cabellos moviéndose al compás del viento y tus anteojos que te hacían ver como el adonis que eras mientras mordías tu labio inferior, me hacían caer mas por ti.
Siempre buscabas una excusa para tomar mi mano y a los segundos te arrepentías y las desunías, y yo simplemente retomaba más el agarre y tu lo devolvías con mayor confianza.
Amaba cuando al regresar a casa antes de dirigirte a tu habitación buscabas mi mirada y te despedías con un "buenas noches" y en algunas oportunidades, palmeabas mi espalda y era la distancia tan reducida que podía sentir tu respiración sobre mi quijada y yo creía desfallecer. Al igual que cuando nos encontrábamos en tu cuarto y te vestías luego de recién haber salido de la ducha. Mis ojos aprendieron a memorizar cada lunar en tu torso y lo bien que se veían tus brazos y abdomen, queriendo probar cada parte de tu piel. Odiaba la toalla que rodeaba tu cintura dejándome anhelante de saber como luciría tu cuerpo debajo de ella.
Tu no parecías notarlo y eso me mataba. En instancias, me confundías al punto de creer que podía sentirme correspondido, más todo se iba al carajo cuando una chica agradable te hablaba por alguna de tus redes sociales con la excusa de pasar un rato juntos. Yo de igual forma lo hacía tanto con mujeres y hombres ya que era un tipo bisexual abiertamente. No debería haberme afectado ya que sabía que eres heterosexual.